‘Turandot’, la obra penitente en la que Puccini no alcanzó un final

El personaje de Turandot en la ópera en el Teatro Real
Los personajes de la ópera 'Turandot' durante una escena del segundo acto
Los personajes de la ópera ‘Turandot’ durante una escena del segundo acto | © Javier del Real

El lamento de la moribunda Liú sobre el escenario fue interrumpido durante la mitad del tercer acto. El director de orquesta, Arturo Toscanini, bajó la batuta e instauró un silencio sepulcral en La Scala de Milán, que se hallaba envuelta en un halo de expectación. La célebre intensidad de su destreza se canalizó en la frase que dirigió al público presente: «Qui finisce l’opera, perché a questo punto il maestro è morto». Aquella noche de 1926 se representó por primera vez la obra póstuma de Giacomo Puccini, Turandot, que permaneció inconclusa. Toscanini homenajeó de este modo a su compañero, con un anuncio solemne desde su podio acerca de que ahí finalizaba la ópera, porque ese fue el punto en el que murió el Maestro. Sin más que añadir, cae el telón.

El pasado viernes 30 de noviembre se produjo el estreno de la nueva versión de Turandot en el Teatro Real, que estará presente en la capital –a la que vuelve 20 años más tarde– durante el mes de diciembre. La obra cuenta con el aclamado Robert Wilson como director de escena, escenografía e iluminación, así como con Nicola Luisotti al mando de la dirección musical; y la soprano titular Irene Theorin, que ofrecerá su voz a la vengativa princesa.

Durante los últimos momentos de su vida, Giacomo Puccini, uno de los compositores de ópera más grandes de finales del siglo XIX, se vio superado por los fantasmas de su conciencia y por el cáncer de laringe que adoleció hasta fallecer un 29 de noviembre hace casi cien años. Cuando Puccini se entregó a su Turandot tenía una intención: convertir la obra en su expiación, en un perdón público por la muerte de la joven Doria sucedida más de quince años antes. Ella es la esclava Liú.

En el año 1909, Doria Manfredi trabajó en la casa de Puccini, en Torre del Lago (Toscana), como empleada del hogar. Elvira, la esposa de este, aseguró haberlos hallado manteniendo relaciones íntimas y acusó a la criada de ser una prostituta. La joven de veintitrés años sucumbió a tamaña vergüenza y escarnio público. De modo que decidió suicidarse ingiriendo veneno. Su tragedia se alargó durante varios agónicos días antes de encontrar la muerte. Tras la autopsia realizada por el forense, se confirmó la falacia: Doria falleció virgen. El incidente quedó aislado al ofrecer Puccini 12.000 liras a los familiares de la criada a cambio de zanjar el tema. Sin embargo, el suceso crepitó en la conciencia del maestro hasta llegado su propio final.

La representación de la ópera 'Turandot' en el Teatro Real de Madrid
La representación de la ópera ‘Turandot’ en el Teatro Real de Madrid | © Javier del Real

La composición de Turandot supuso para él un tormento, especialmente llegado el momento de determinar su conclusión. Una inquietud que ha acompañado a los herederos de esta obra en cada una de sus versiones, pues siempre es el gran tema sobre el que decidir. Ahora es el turno de Robert Wilson. «Turandot es como un extraño cuento de hadas», reflexionó el director estadounidense durante la rueda de prensa ofrecida en el Teatro Real la semana anterior al estreno. Flanqueado por los grandes cuadros y espejos colgados sobre las paredes de la sala, adornadas por regias cortinas azules, Wilson se pasea de aquí para allá a la vez que habla a los periodistas, entre silencios de estraperlo.

Puccini ingenió un género nuevo, la «ópera oscura», como la llama Luisotti. Un cambio con respecto a obras anteriores del compositor italiano como Madama Butterfly y La Bohème, especialmente en lo que implica la ambivalencia del personaje de Turandot. Una mujer de gran belleza superficial que, en cambio, está corrompida por la crueldad y el odio que siente hacia los hombres debido a un crimen cometido contra una antepasada suya.

Al día siguiente de aquel estreno genuino acontecido en 1926, se llevó a cabo una segunda función. En esta ocasión, la ópera no se vio interrumpida tras el Nessun dorma de Puccini, el aria para tenor que supone el clímax de Turandot. Arturo Toscanini incluyó la versión reducida del final del tercer acto finalizado por Franco Alfano. La partitura fue resuelta por el compositor en base a una serie de manuscritos e indicaciones legadas por Puccini cuando aún vivía. En una última escena, el príncipe extranjero Calaf, habiendo superado los tres enigmas que podían haber acabado con su vida, logra besar a la princesa, y esta acepta su derrota dando así pie a un final feliz entre ambos. Aquel que no terminaba de convencer al propio Puccini y que fue el motivo de su dilema.

A lo largo de las décadas se ha apostado por nuevas versiones con finales alternativos, como es el caso del Turandot del compositor Luciano Berio en 2002 en Salzburgo. Ahora el foco está situado sobre la figura de Robert Wilson, el maestro de la luz y el movimiento, siempre fiel a su máxima artística de ofrecer propuestas diferentes e imprevisibles. Para conocer el destino de Turandot y sus personajes, bastará con acudir a la cita en el Teatro Real. Las funciones están dedicadas a la memoria de Montserrat Caballé, quien ya encarnó a la princesa de hielo en el mismo escenario que hoy le rinde homenaje casi cuarenta años atrás.

Alexandra Roiba

Periodista, lectora, soñadora y, por tanto, algún día escritora. Mi lugar en el mundo es en una posición privilegiada en el ojo del huracán que son las historias por descubrir y por contar. Bon Jovi como banda sonora, un diccionario bajo el brazo y una buena taza de té negro en la mano. Y, un momento, ¿dónde está mi lápiz?
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