A George Orwell (1903-1950) le horrorizaba la idea de que se manipulara la verdad histórica. Si bien transitó por una época convulsa como fue la primera mitad del siglo XX -en la que los escritores se polarizaban alrededor de ideologías comunistas o fascistas-, sus metáforas del poder y la alienación social pesan hoy en día con la misma vigencia de entonces. Rebelión en la granja (1945) podría ser un cuento aleccionador con final amargo o un manual para conciencias en crisis y adicción capitalista.
La construcción de la novela como una sencilla fábula protagonizada por animales trazados a brocha gorda permite al autor crear una metáfora de valor atemporal. Sin embargo su origen sería la crónica de un desengaño, el que el escritor y corresponsal inglés sufrió con la ideología comunista tras formar parte de las milicias del POUM en el frente de Aragón durante la Guerra Civil Española. El escritor se sintió traicionado como muchos otros por la vertiente que tomó la Revolución de 1917 y se mostró crítico con la involución de la Unión Soviética hacia el despotismo y la manipulación.
Rebelión en la granja identifica el trasvase de este desencanto a la ficción mediante personajes que resultan fácilmente identificables. El cerdo Mayor, cabeza ideológica del levantamiento, retrata a Lenin; Snowball representaría a Trotsky o Napoleón a Stalin. Orwell ataca así los mitos sobre los que se erigió el comunismo soviético y la entronización del estalinismo. Compone una sátira política, más trágica que cómica, en la que los animales toman la granja para declarar su independencia respecto a los humanos, pero terminan por padecer una dictadura impuesta por los más fuertes e influyentes del grupo.
La reflexión del escritor sobre la corrupción moral y política toma aquí un cariz universal. Su leitmotiv lo expone uno de los mandamientos que rigen la vida de la Granja Animal y mutan según los intereses de los corruptos mandatarios porcinos: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. No hay lugar a dudas. Si George Orwell hubiera vivido en el nuevo siglo, se hubiera «indignado».