Todos los caminos conducen a lo absurdo

 «Me llamo Alf, como Alf, el de Alf y soy absurdo» y «yo Che, como Che, el de los pósters» y también él es absurdo. El primer paso es reconocerlo. Si, al igual que estos dos individuos, sentís la necesidad de que todo el mundo se entere de que vais a usar la letrina y no podéis evitar abrir la boca con expresión alelada cuando miráis al techo, entonces, siento comunicároslo, pero sois seres humanos y, por lo tanto, consecuentemente ilógicos,  y… ¿qué se le va a hacer?. El segundo paso es relajarse y disfrutar de la obra Absur-Dos, en La Escalera de Jacob, en la que sus protagonistas, de verborrea infatigable, reflexionan de manera hilarante y caótica acerca de los innumerables sinsentidos que rodean la existencia humana.

El mundo que habitamos es un mundo irracional, extravagante y chocante.  Hacemos creer a los niños que un ratoncito llamado Pérez les dejará dinero debajo de la almohada a cambio de sus dientes de leche mientras la televisión catapulta al estrellato a Belén Esteban como la princesa del pueblo. Los actores Alfonso Mendiguchía (Alf) y Chema Moro (Che) nos muestran, en su obra Absur-Dos, este caos natural en toda su plenitud. Con ellos en el escenario, como muchas veces en la vida misma, no hay orden y no existe la razón.

Caerse y que alguien te pregunte «¿te has caído?», o el simple hecho de ir a las rebajas y acabar comprando un montón de ropa de la nueva colección. Durante casi hora y media Alf y Che intercalan temas de conversación cotidianos, como estos, con otros más científicos, como el hecho de plantearse el por qué de llamar «La Tierra» a un planeta cuyas tres cuartas partes son agua. Estos dos seres se atreven hasta con la religión, porque… ¿cómo juran por Dios los budistas?.

La fórmula que siguen es simple y eficaz: Cuestiones lanzadas directamente al espectador mezcladas con diversoss Sketches, unos más eficaces que otros, con un ritmo trepidante.  Bailan e incluso se quedan en paños menores. Todo les vale a estos artistas con el fin único de demostrar que vivimos en un mundo donde no existe ningún camino que no nos lleve a darnos de bruces con lo absurdo.

Si sois de los que derrocháis candidez por los cuatro costados y todavía pensáis que darse de baja en una compañía telefónica es cosa de coser y cantar, estáis perdidos. Al término del espectáculo no os quedará más remedio que cogeros de las manos, alzar los brazos y reconocer la inevitable verdad gritando al unísono: “¡Sí, somos absurdos!”

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