Sergio Larraín: El fotógrafo silencioso

La semana en la que nos dejaba Antoni Tàpies, desaparecía también una mirada privilegiada, la del fotógrafo chileno Sergio Larraín. Retirado de la vida azarosa y mundanal desde los 70 y entregado al ejercicio espiritual, el exmiembro de Magnum había entrado en la memoria de la Historia en sólo dos décadas de ejercicio profesional. Tras su fallecimiento, su enigmática figura raya la leyenda. Una cámara Leica le conquistó en aquellos años en que centraba sus esfuerzos en estudiar Ingeniería Forestal en la Universidad de Berckley (California).

 

Se convirtió en un trotamundos, en un observador hambriento, predispuesto a no hacer sombra a los retratados, protagonistas cien por cien ante su objetivo. Las calles de Valparaíso y la injusticia social centran las instantáneas de su inquietud retratista. No tardó en entrar a formar parte de la colección iberoamericana del MOMA de Nueva York y en llamar la atención de un nombre en mayúsculas, Cartier-Bresson, quien fue la clave para abrir las puertas de la Magnum. Su entrada en la prestigiosa agencia fotográfica no estuvo exenta de proezas. Su acogida dependía de que lograra fotografiar al mafioso Giuseppe Russo y tras investigaciones por Roma y Sicilia obró la audacia.

Aquella imagen le catapultó a lo más alto, junto a la de  la pareja que baila arrimadita en un prostíbulo o los retratos de Pablo Neruda, Pelé y Roberto Rossellini. Incluso se cree que inspiró con una fotografía espontánea el cuento Las babas del diablo de Julio Cortázar.

Aquel que Roberto Bolaño definió en los 90 como “rápido, ágil, joven e inerme” y cuya mirada comparó con “un espejo arborescente”, decidió retirarse un buen día, a principio de la década de los 70, al Valle del Limarí para seguir una doctrina relacionada con la defensa de la naturaleza y los ideales pacifistas.

Presentes han quedado sus fotografías, en un blanco y negro que puede palparse de forma vívida y próxima. En su silencio se crea un aura en torno al hombre, el vagabundo, el caminante incansable. Vuelven a sonar esas palabras que le escribiera a su sobrino Sebastián Donoso cuando éste se interesó por la fotografía en los 80: “No le creas más que a tu gusto, tú eres la vida y la vida es la que se escoge”. Trascienden a la pericia de la imagen.

 

 

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