Salvador de Bahía: mundo de contrastes a ritmo de samba

“Ya estáis en San Salvador de Bahía de Todos los Santos”. En un perfecto castellano, Rodrigo, nuestro cicerone, nos da la bienvenida. Con un calor húmedo que nos empapa la piel abandonamos el Aeroporto Internacional Deputado Luís Eduardo Magalhães en dirección a nuestro hotel en el Puerto de Barra. Una vez instalados nos dejamos conducir en el taxi del guía hasta el centro de Salvador. El corazón de la tierra de la felicidad nos espera y, con el. un paraíso prometido de samba, cachaça y capoeira.

Rodrigo, con ese desparpajo característico de su gente, habla por los codos. Está acostumbrado a promocionar los encantos de su tierra, pero la verdad es que la capital del estado de Bahía ­-primera capital de Brasil hasta 1763- ya se vende sola. Sus 50 km de costa dan buena fe de ello, arrastrando cada año a una cantidad ingente de turistas. Y es que en esta ciudad de, aproximadamente, unos tres millones de habitantes -la más poblada del noroeste de Brasil- todo es a lo grande, inclusive el número de iglesias. Hay alrededor de 365 y son testimonio del latente sincronismo religioso resultado de la fusión de dos creencias: el cristianismo, introducido por los colonos portugueses, y el candomblé, que afloró con la llegada de los esclavos africanos.

“Son las fitas do Bonfim” comenta Rodrigo. Atadas al espejo del retrovisor de su taxi observamos unas cintas de colores. “Cada color simboliza a un orixá, dioses del candomblé”, añade. Los amuletos de Nosso Senhor do Bonfim, una de las iglesias más conocidas de Salvador, claro ejemplo de esta mezcolanza religiosa, donde los fieles rinden culto por igual al dios cristiano como a los dioses africanos.

Escuchando historias de rituales paganos llegamos a la Plaza Cayrú. Allí cogemos El Elevador Lacerda, ascensor público creado en 1873 y que comunica la parte baja, donde está el puerto, con la parte alta de esta ciudad erguida sobre un acantilado. Subimos 72 metros. Las vistas son increíbles desde arriba. Uno no deja de pensar en la impresión que debieron experimentar los primeros colonos al arribar con sus naves a la inmensa Bahía de Todos los Santos ¡Una auténtica odisea! Tal y como la que se puede decir que vivimos al adentrarnos en el centro histórico de la ciudad, considerado patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Coloridos edificios coloniales pueblan este lugar de excepcional belleza y profundo bagaje histórico convertido, actualmente, en un mini parque temático con sus divertidas atracciones y, también, sus particulares casas del terror. En sus adoquinadas calles nos salen al paso las bahianas con sus tradicionales vestidos y, junto a ellas, niños descalzos que te persiguen rato largo pidiendo dinero o algo de comer. Miles de pequeñas tiendas turísticas y grupos de garotos musculados practicando capoeira en algunas plazas completan el paisaje de este paseo. Todo ello aderezado por el sonido de los tambores de varios jóvenes que ensayan  para una de sus celebraciones más importantes, el carnaval.

Vamos dejando atrás importantes iglesias como la Iglesia da Ajuda, construida por los jesuitas en el siglo XVI,  la más antigua de Salvador, o la de San Francisco de Asís, reconstruida en el s. XVIII y decorada con retablos recubiertos de pan de oro. Después de esquivar a varias mujeres que nos intentan vender, mediante tácticas de asedio y derribo, varias decenas de collares, llegamos al centro neurálgico, O Pelourinho. Aquí se encuentra la Fundación Casa del poeta que bautizó a la ciudad como la Roma Negra, Jorge Amado. Aunque, mucha gente suele recordar más este emblemático lugar por haber sido el escenario de una de los videoclips más famosos de Michael Jackson, el de la canción `They don´t care about us´.

A pesar de su realidad más hiriente, reflejada en la pobreza económica y en el tráfico de drogas que reina en las tantas favelas existentes, Salvador no pierde su magia. Tiene algo que incita a dejar el estrés a un lado y a empaparse del ritmo casi parsimonioso de unas gentes con unas venas por las que parece correr música en vez de sangre.

Al despedirnos de Rodrigo y de la capital de la alegría nos invade un extraño sentimiento de saudade -como ellos llaman a la nostalgia- y, para nuestra sorpresa, no tardamos en reconocernos en la letra de una de las canciones de Caetano Veloso que empieza a sonar de fondo: “Se eu pudesse qualquer dia/ eu ia de novo pra lá”.

 

 

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