‘Retrato del Dr. Haustein’: el hombre que diagnosticó su ruina

'Retrato del Dr. Haustein', de Christian Schad.
'Retrato del Dr. Haustein', de Christian Schad. | Fuente: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

En los ojos del médico pintado por Christian Schad se adivina la congoja contenida de un hombre que contempla su final

Cuando Christian Schad (Miesbach, 1894-Stuttgart, 1892), uno de los principales representantes del movimiento del nuevo objetivismo, pintó en 1928 el Retrato del Dr. Haustein, representó a un hombre que contemplaba al mismo tiempo su crimen y su condena. En el precipicio de su vida, desde el que solo le quedaba caer, diagnostica con sus enormes ojos analíticos la enfermedad venérea reflejo de su propia alma, y la comprende como la somatización de su ruina.

Hans Haustein.
Hans Haustein en la vida real.| Fuente: Wikipedia

El Doctor Haustein fue un dermatólogo judío que hizo carrera en las primeras décadas del siglo XX en el campo de las enfermedades venéreas. Su mujer y él fueron personalidades relevantes del Berlín de los años 20, en cuyo salón se reunían a menudo figuras importantes de la intelectualidad de la ciudad. El pintor alemán, que en aquella época frecuentó estas esferas, trabó amistad con el matrimonio.

En el cuadro, que forma parte de la colección permanente del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Schad nos muestra a un Haustein que mira al espectador con unos ojos enormes, que parecen necesitar dilatarse para poder comprender la inmensidad de lo que está ante él. Sus facciones son entre pensativas y contemplativas, como si estuviera barajando mentalmente las posibilidades que se le plantean ante el problema incipiente.

Se sabe que sometida a este análisis no se encuentra otra que Sonja, su amante. Desde sus ojos vemos el retrato del hombre, que nos mira como mira a ella, inspeccionándonos, con la certeza de lo que ocurre y con la incertidumbre de cómo actuar.

Para completar la escena aparecen dos elementos entre los que se entabla un diálogo lleno de significado. Como acunándolo, Haustein sostiene con su brazo izquierdo una sonda de Beniqué, herramienta que se emplea para dilatar la uretra en diversas circunstancias, entre ellas, las enfermedades venéreas. Deducimos entonces que el motivo por el que Haustein inspecciona a su amante está relacionado no con el romance —o al menos no directamente— sino con su oficio. El doctor está diagnosticando o tratando a la mujer con la que ha mantenido relaciones sexuales de un caso de enfermedad venérea.

Retrato del Dr. Haustein.| Fuente: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

El significado que se infiere de esta sencilla vara metálica es lo que otorga una enorme profundidad al segundo elemento con el que se comunica. Tras Haustein se proyecta una sombra. Es la de Sonja, que está fumando. Pero no parece ella. Casi como si no fuera humana, en lo que debería ser una mujer, se sugiere una amenaza, una alimaña que acecha las espaldas de Haustein. La sombra de unos dedos afilados, que no acarician, sino desgarran, se imprime en la pared, como si se estuviera acercando lentamente al doctor, que es plenamente consciente y parece aceptarlo, estoico.

Haustein ha encontrado en su amante una dolencia que, probablemente, y en consecuencia, sufra él mismo, fruto de su descuido y lascivia. Es una marca, además, que no podrá ocultar y qué, muy probablemente, le haya contagiado a su propia esposa. Es, en definitiva, una maldición, resultado de los pecados propios que supondrán el fin de su familia.

Todo esto debe de pasar por la cabeza de Haustein mientras la sombra de la que era su amante le acecha a modo del Nosferatu de Murnau. No se equivocaría. Tres años después, su mujer se suicidaría al conocer el romance de su marido.

Cuando Christian Schad pintó en 1928 el retrato del doctor, probablemente intuía la tragedia que estaba por venir. Por eso, no pintó el simple retrato de un individuo, sino el de la sombra depredadora de una tormenta que, lentamente, se cernía sobre los hombros de un hombre que se sabe único culpable de su perdición.

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