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Ramón Pujol y Aitor Merino, «‘Smiley’ cuenta que todos estamos hechos del mismo material sensible»

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Ramón Pujol y Aitor Merino en Smiley, de Guillem Clua

Han pasado dos años desde que Smiley, comedia romántica escrita y dirigida por Guillem Clua, se estrenó por primera vez en Barcelona. La obra de Clua, conocido por textos como Invisibles, La piel en llamas, Marburg o Killer, se dio a conocer en la Sala Flyhard, un pequeño teatro alternativo del barrio de Sants con un aforo de cuarenta localidades. El éxito cosechado por esta historia de amor hizo que Álex (Ramón Pujol) y Bruno (Albert Triola), protagonistas del montaje, aterrizaran en el Teatro Lliure, para después viajar al Club Capitol de las Ramblas. La producción, que obtuvo tres premios Butaca (Mejor Texto, Mejor Obra de Pequeño Formato y Mejor Actor Protagonista para Albert Triola), ha seguido una trayectoria similar en Madrid. Ya con Aitor Merino en el papel de Bruno, Smiley se estrenó durante septiembre de este año en la pequeña sala Off del Teatro Lara. Posteriormente, llegó al Teatro Maravillas, donde aún permanece.

Una leyenda japonesa afirma que cuando dos personas están destinadas a estar juntas, un hilo rojo invisible atado al dedo meñique de la mano los une desde el día que nacen. Ese hilo es irrompible y tiene el poder de atar a dos personas para siempre, por más lejos que estén el uno del otro, y por más diferentes que nos parezcan. Álex y Bruno, los protagonistas de Smiley, no pueden ser más distintos. El primero, es socio de un garito de moda, el Bar Bero, va al gimnasio y le gusta la música electrónica. El segundo, en cambio, apenas sale de noche, es arquitecto y le apasiona el cine clásico.

Cultura Joven: ¿A quién le gustaría más Smiley, a Álex o a Bruno?
Ramón Pujol: Smiley tiene una particularidad muy buena, gusta a gente muy diferente. Yo he visto en el público gente como Álex y como Bruno, y se ríen por igual.
Aitor Merino: Yo creo que sí. A los dos les habría gustado mucho.

CJ: ¿Podríamos entender estos dos personajes tan diferenciados como dos clichés?
AM: Yo no estoy tan seguro. Si pensamos en cada uno de nosotros, una tercera persona, viéndonos, podría enmarcarnos también en algún tipo de cliché. Yo, por ejemplo, podría ser un neoprogre medio hípster anticuado… (ríe) Lo que tienen Álex y Bruno son gustos muy definidos. Como en toda dramaturgia, los opuestos se complementan. Ellos chocan en algunos puntos y, por eso, se atraen mucho también.
RP: La gracia es que los personajes parten de estas etiquetas para que funcione el primer encuentro entre los dos, para que la gente los reconozca y para crear el punto de comedia. Y luego, a partir de ahí, Guillem los va desmontando y van enseñando más cosas para que el público descubra que son humanos. Guillem los ha escrito con mucho cariño y con mucho conocimiento de la situación. Por eso, ninguno de los dos es un cliché. Al final, lo que nos cuenta la función es que todos estamos hechos del mismo material sensible. Aunque tú te metas en un grupo y te autodefinas en eso para defenderte en sociedad, todos tenemos los mismos miedos…
AM: Los mismos miedos frente al amor y frente al rechazo.

«Smiley combina lo emotivo con algo un poco loco y payaso»

CJ: En algunos momentos, el tono de la actuación recuerda al vodevil o la sitcom. ¿Es un planteamiento que surge desde el primer momento o aparece a medida que avanzan los ensayos?
RP: Cuando la empezamos a ensayar en Barcelona, con Albert en el papel de Bruno, no sabíamos nada (ríe). No éramos conscientes de los gags, de los momentos emotivos… Poco a poco, fuimos entendiendo la necesidad de buscar un ritmo, de tener presente que la obra es una comedia. Pero, aunque haya momentos caricaturescos, siempre buscamos la verdad y la conexión del uno con el otro. Hay comedias en las que da igual la verdad… En Smiley, no.
AM: Me recuerda mucho al tono que utiliza La fiera de mi niña, de Howard Hawks, película a la que se hace tantas veces referencia en la función. Cuando la ves, descubres que no es realista. La gente no habla tan rápido, ni es tan ingeniosa en tan pocas palabras. Sin embargo, verla es una delicia y te lo crees todo a la par que te ríes. Ese es el tono que buscamos.
RP: Es el tono propio de la comedia romántica, que combina la verdad y el momento emotivo con algo un poco loco y payaso.

CJ: ¿Quién creéis que es el público objetivo de esta obra? ¿En qué tipo de espectador pensabais cuando preparabais Smiley?
RP: Al principio, cuando la estrenamos en la sala Flyhard de Barcelona, pensábamos que íbamos a llenar uno o dos meses con todos los gais de la ciudad y fin. Pero no fue así, enseguida nos dimos cuenta de que funcionaba muy bien con todo tipo de gente. Es una función que, tal y como está escrita, permite que haya diferentes lecturas. Entonces, el público gay, o el público que conoce de lo que se habla, lo lee desde un punto. Quién no lo conoce, lo lee desde otro. En cuanto al rango de edad, es muy amplio. Por ejemplo, en Barcelona, en esta sala pequeña, había cuarenta y cuatro señoras que habían comprado todas las butacas al mismo tiempo. Estas mujeres, que son del barrio de Sants, van al teatro una vez al mes. Yo pensé, “van a flipar”. ¡Pero se lo pasaron bomba!
AM: No hay nada que uno no pueda entender. Además, es muy contemporánea, es muy moderna.

RP: Yo creo que es una función para un público bastante urbano, por el lenguaje y los temas que se hablan.
AM: Es verdad, tanto es así que se hace referencia a un montón de lugares que existen aquí en Madrid, antes en Barcelona. Yo creo que al espectador le debe dar la sensación, mientras está viendo la obra, de estar realmente en el Bar Bero, que podría estar por esta misma zona. Pero bueno, si lo llevas a un pueblo, seguro que también funciona muy bien y la juventud empieza a aplaudir con las orejas.

«Lo activista es que Smiley no se considere como obra gay»

CJ: No os gusta la definición «obra de temática gay», ¿verdad?
AM: Es que no lo es.
RP: Nadie dice que Pretty Woman, por ejemplo, es una película de temática heterosexual. Es una película sobre el amor. Creo que estamos en un punto en el que lo activista es que esta obra no se considere como “obra gay”. Lo sería si no hubiera aclaraciones, si todo fuera muy en código, porque entonces la gente que no es homosexual no la entendería…

AM: Y si no hablara del amor.
RP: Si hablara de cosas exclusivas del mundo gay. Pero habla del amor, que es universal. Una persona heterosexual se puede identificar con Smiley, al igual que una persona gay puede hacerlo con Romeo y Julieta. Hay que reivindicar estos temas desde la normalidad, porque, si no, creas una etiqueta que hace que la gente se distancie de ello.

CJ: Existen casos recientes de obras protagonizadas por personajes gais que, como Smiley, se estrenaron en salas alternativas y, posteriormente, fueron programadas en teatros del circuito comercial. Cuando fuimos dos, de Fernando J. López, que pasó del Sol de York al Teatro Infanta Isabel, o Climax, de Alejandro Melero, de la sala Azarte al Teatro Alfil.  ¿ Son los personajes homosexuales masculinos un reclamo comercial?
RP: Puede ser… Es verdad que hay todo un sector de la sociedad que no se siente representado en la ficción. Y de repente, cuando se sienten representados lo agradecen. Por otro lado, más que un reclamo me parece una evolución natural de las cosas. Cuando andas por el centro de Madrid, ves parejas de todo tipo con total normalidad. Me parece lógico que esto se vaya trasladando a la ficción. Cuando esto no se había normalizado en la sociedad, en la ficción no salía, o salía desde un punto de vista dramático o reivindicativo. ¿Qué también sea un reclamo para un pequeño sector que no se siente identificado hasta ahora? Puede ser… Siempre se ha identificado al gay con el personaje paródico o dramático. Puede que haya gente que no se quiera ver representado en el que sufre, en el que le pegan o en «la payasa». Quiere una historia de amor entre dos tipos.

«Las instituciones deben plantearse cómo se está tratando a la cultura»

CJ: ¿Cómo veis la situación del teatro alternativo actual? ¿Existe alguna retroalimentación entre el off y el comercial?
AM: Retroalimentación hay de vez en cuando. Sucede que algunas obras pueden dar el salto del off al comercial. También conozco muchísimas que no lo logran… Lo que sí sé seguro es que es muy complicado hacer teatro, y mucho más complicado vivir de él. Esa es una situación muy grave y las instituciones deben plantearse cómo se está tratando a la cultura. No queremos hacernos los llorones, pero lo cierto es que estamos viviendo una época complicadísima. Siempre lo ha sido, siempre ha sido un trabajo precario, y más hacer teatro alternativo, pero hoy en día ya es una cuestión de kamikazes y de muchísimo amor al arte. Lo que no es de recibo es que haya tantísimo talento que no pueda llegar al público porque las compañías no tengan dinero, ya no solamente para cobrar, sino para hacer unos carteles con los que promocionarse.
RP: Es preocupante… Y luego, por ejemplo, se dice: “el teatro goza de muy buena salud”. No. ¿Por qué se dice eso? Porque como la situación es complicada, la gente se pone las pilas y empieza a hacer mil producciones pequeñas ingeniosas para tratar de solucionar todas las carencias económicas. Vale, esto está muy bien. Pero goza de buena salud el talento, no el teatro. Es peligroso utilizar, y creo que se utiliza, esto de “cuánto impulso hay, cuánta creatividad, qué bien están todas estas salas pequeñas que existen”. ¡Ojo! Están muy bien, pero nadie come de ellas… O, “qué bien está el Verkami.” Oye, pues no está muy bien. No está muy bien que nosotros tengamos que financiar entre nosotros los proyectos de los colegas. Esto se puede hacer de vez en cuando, sabiendo que, si la cosa está bien, luego se va a poder recuperar. Pero en general no es así…

AM: Y está pasando lo mismo con el cine y con otras disciplinas. Con la cultura en general. Es realmente inaceptable, no se puede tolerar…
RP: Luego, sí que hay retroalimentación en el sentido propiamente artístico. Es decir, el circuito comercial más académico, de repente, mete el ojo en lo alternativo. Ya no solo para sacar creadores de ahí, sino para sacar ideas de funcionamiento. Lo interesante sería que la cosa pudiera fluctuar y que hubiera suficiente mimo hacia la cultura como para que el señor que se ha inventado aquello en la sala alternativa, pudiera llevarlo a otro sitio o pudiera vivir de hacerlo allí.

CJ: ¿Cómo os enfrentáis, en el proceso de trabajo, a la creación del vínculo que existe entre los personajes? ¿Ayuda que los actores se conozcan a nivel personal?
AM: Cuando tienes un buen actor enfrente, siempre es mucho más fácil. Cuando tú tienes una persona delante que te ve, y que te escucha, solo tienes que verla y escucharla. Aunque no la conozcas de nada, se pueden generar cosas maravillosas. Porque en el presente, en el aquí y ahora, siempre ocurre algo. Aunque, es verdad que la actuación se enriquece mucho con la experiencia personal y con la confianza.
RP: Por ejemplo, ayuda mucho saber si tu compañero, a nivel personal, ha tenido un mal día o un un buen día… De esa manera, ya en el escenario, sabes qué hacer y qué no para que las cosas funcionen bien. Sucede que, en escena, hay dos niveles de comunicación. Uno es el de los personajes, que más o menos es siempre el mismo, y otro es el nuestro, el de los actores. Conforme yo le digo una cosa a Bruno, también se la estoy diciendo a Aitor.

AM: Además, nadie lo puede percibir más que nosotros. Es una comunicación absolutamente real.
RP: Pero sí perciben algo. Hay algo de magia que se percibe. El público piensa: “¡ostras, que vivo está esto!”.
AM: Nosotros podemos estar diciendo la frase del personaje y actuando lo que siente mientras, con la mirada, estamos diciendo al compañero, por ejemplo, “acabo de meter la pata con esta sílaba, lo siento”.
RP: Y el otro contesta: “No te preocupes, yo estoy aquí”. Es parte de la gracia de este trabajo.
AM: Es precioso.

«En Madrid el público es más expansivo, ríen más y más fuerte»

CJ: ¿Existen diferencias entre público de Barcelona y de Madrid?
RP: En Madrid el público es más expansivo, ríen más y más fuerte, aplauden durante la función… Hay una comunicación mayor. En Barcelona, el público es más callado, silencioso. Pero, al final de la obra, pueden estar aplaudiendo muchísimo rato. Esto tiene que ver con el carácter catalán y el carácter madrileño. Por ejemplo, tú conoces un grupo de madrileños y te vas a tomar unas cañas con ellos, en quince minutos parece que sois amigos de toda la vida. En cambio, conoces unos catalanes y es al cabo de quince días cuando parece que empiezas a tener una relación de amistad… Somos diferentes. Yo soy de Barcelona, y sé que somos más reservados. Es un carácter distinto.

CJ: ¿Qué significa para vosotros el aplauso del público?
AM: Yo, en el momento del aplauso, no sé si me abandono totalmente al cariño del público. Siempre hay un cierto pudor… No lo había pensado, pero me gustaría quitármelo.
RP: En esta función, hay tanta conexión con el público, hablas tanto con ellos, que cuando te aplauden sientes mucho agradecimiento. Yo cada día pienso que igual, al terminar, me tiran tomates. Cada día…
AM: (Ríe) Eso siempre está ahí. Ese miedo no desaparece.

CJ: Aitor, después de haber dirigido el cortometraje nominado al Premio Goya El pan nuestro (2007) y el documental Asier y yo (2013)? ¿Te has planteado alguna vez dirigir teatro?
AM: Sí, me lo he planteado pero nunca lo he llevado a cabo. He hecho de ayudante de dirección con Secun de la Rosa en la obra El rincón de la borracha, hace ya unos años. Algún día es posible que lo haga pero no lo tengo como una prioridad, igual que no lo es la dirección de cine tampoco. Me interesa tanto o más que actuar pero, hasta que yo no sienta que es algo que realmente me llama mucho y que necesito hacer, no lo haré. Mi modo de vida es actuar.

CJ: Ramón, antes de Smiley habías trabajado en el Teatro Romea con la obra de Ibsen Espectres (2008), por la cual te nominaron al Premio Max. También actuaste en Los chicos de historia (2010) bajo la dirección de Josep Maria Pou. En cine, habías trabajado con directores de la talla de Montxo Armendáriz y Ventura Pons, y habías dado el salto a la televisión nacional con Doctor Mateo (2009-2010). En cambio, he leído que Smiley supuso un punto de inflexión en tu carrera…
RP: De repente, hay cosas que no tienen repercusión, o que tienen una repercusión menor. O que la tienen pero a ti no te ocurre nada al respecto. Desde que empecé con Smiley, no he parado de trabajar. He tenido, incluso, que rechazar cosas. Era un ritmo que hacía tiempo que no tenía y, tal y como están la cosas, le doy mucho valor. Smiley, en Barcelona, me puso en una posición muy buena a nivel teatral. De ahí, me salió la oportunidad de hacer Tierra de nadie, de Harold Pinter, dirigida por Xavier Albertí. Una función preciosa con Pou, Lluís Homar y David Selvas. Además de otros proyectos que no pude hacer porque estaba ya en aquel… Yo no tengo nada que ver con el actor que estrenó Smiley hace dos años. He aprendido una barbaridad, porque es un reto salir a hacer esto cada día. Para mí es como saltar sin red. Es una función que exige mucho, te obliga a aprender. A mí me ha hecho superarme.
AM: Es una función que requiere mucho oficio. Actuar nunca es complicado porque siempre parte de cosas que tienen que ver con el juego, pero Smiley es un reto muy grande. La obra tiene un texto muy bueno y eso es algo que nos salvaguarda, pero, claro, nosotros estamos solos en el escenario mucho tiempo y el público no tiene otra cosa que hacer que mirarte. Y si no le das vida, se aburre.
RP: Y no hay recursos, no hay cosas escenográficas espectaculares.
AM: Todo se basa en lo que nos pase a nosotros. Hay que estar muy alerta.

«El smiley es lo contrario a la inacción»

CJ: ¿Es un smiley capaz de cambiarlo todo?
RP: Ojalá, ¿no? Yo creo que sí, si entiendes el smiley como una actitud frente a la vida. Como hace Álex, que sale de casa de un tipo que le mola y, ¡¿por qué no?!, le manda un smiley. De esa manera le está diciendo:“ey, aquí estoy”. Yo creo que esto es capaz de cambiarlo todo.
AM: Desde luego, el smiley, en este caso, es lo contrario al silencio, lo contrario a la inacción. A veces, el silencio es muy elocuente, pero puede ser un gran “no”. Sin embargo, un smiley es “te acepto, te quiero, estoy aquí, te he escuchado…”. Puede significar muchas cosas, pero todas ellas tienen que ver con el “sí”.

smiley cartel

SMILEY, una historia de amor

VIERNES Y SÁBADOS a las 22:50 horas en TEATRO MARAVILLAS (Calle de Manuela Malasaña,6)

Elenco: Ramón Pujol y Aitor Merino
Dirección y dramaturgia: Guillem Clúa
Producción ejecutiva: Nicolás Belmonte
Escenografía: Guillermo García-Hoz
Iluminación: Daniel Navarro
Sonido: Andrés Belmonte
Diseño: Sergio Gadi

Víctor Barahona

Diplomado en arte dramático, licenciado en comunicación audiovisual, máster en periodismo cultural... o un loco soñador.

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