«Yo no sé qué me han hecho tus ojos…»

«Yo no sé qué me han hecho tus ojos…». Una canción suena de fondo mientras el público se acomoda. En el escenario, iluminado con luz tenue, se observan una pequeña cama, un escritorio con algunos libros, una botella de alcohol y una muñeca tipo Nenuco con las piernas hundidas en un montículo de tierra. Una tierra que cubre todo el suelo. En su última obra, Los Ojos, al director argentino Pablo Messiez le basta con una simple escenografía como esta para transmitirnos sentimientos tan profundos como la soledad o la pérdida.

 A través de la ceguera del personaje de Pablo nos colamos en las vidas de Natalia y Nela (Marianela), ambas de Tucamán (Argentina). La primera, la madre. Una mujer desquiciada por un amor frustrado que la arrastró a cruzar el charco con su hija Marianela y que, finalmente, acabó esfumándose. La segunda, una chiquita poco agraciada, “bajita, con el pelo seco”, como la describe Pablo, que se ha creado una burbuja de felicidad alrededor del problema de visión de su enamorado. Piensa que éste, al no poder contemplar su fealdad, podrá quererla siempre.

El cuarto personaje de la obra es una oftalmóloga con nombre de célebre cantante y compositora peruana, Chabuca Granda. Esta trae consigo un milagro, poder devolverle la visión a Pablo. La noticia va a provocar el clic que hará saltar por los aires toda la carga emocional contenida.

La obra, que se puede disfrutar en el madrileño Teatro Fernando Fernán Gómez, remueve los adentros gracias a unos diálogos agudos y mordaces, sobre todo, en aquellas partes en las que cobra protagonismo Natalia, interpretada magistralmente por la actriz argentina Fernanda Orazi. Natalia nos conmueve. La odiamos y la queremos a partes iguales, quedándonos sin palabras ante su pesimismo existencial. “Vivir es ir muriendo”, espeta en uno de sus monólogos este personaje femenino frívolo y muy sincero al que no le dan lástima los ciegos porque son, según ella, los que pueden ver de verdad.

Pablo Messiez, autor de obras como Muda o Ahora, nos acerca, en esta versión libre de Marianela, de Benito Pérez Galdós, a unos personajes en constante búsqueda: de compresión, de cariño, del tiempo perdido. Una historia en la que la carencia más grande no es la invidencia de Pablo, sino la falta de rumbo de unos seres ávidos de consuelo.

Durante toda la representación el suelo del escenario está fuertemente presente. Sobre el, sosteniendo los tristes avatares de los protagonistas, una tierra que evoca la búsqueda del verdadero hogar. Pero los pies de estos personajes no consiguen echar raíces, son pies perdidos. Como da a entender Natalia, tu sitio está dónde está la gente que te quiere y eso, sin duda, es muy difícil de encontrar.

                         

Imágenes extraídas de http://teatrofernangomez.esmadrid.com/

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