Larga melena rubia, ojos claros, vestido de tirantes corto y ajustado, escote, tacones de aguja, labios carnosos y un tatuaje de una alambrada de púas en el brazo izquierdo. Es Pamela Anderson. Joven, sonriente y sentada en un despacho frente a la directora de su campaña de relaciones públicas. “¿Quiénes son tus modelos a seguir? ¿A quién esperas parecerte?”, le pregunta. Pamela no duda: “Supongo que tendría que decir a Jane Fonda”. Lo tiene claro. “Ha sido un montón de cosas opuestas al mismo tiempo: protestaba contra Vietnam y vendía videos de fitness. Ha sido feminista y un objeto sexual. La gente la ha machacado por esto y a ella le ha dado igual”, afirma Anderson.
Fonda es esa actriz con dos Óscar, activista política y defensora medioambiental, que haciendo todo lo que quiso sin importarle nada más, consiguió convertirse en un icono. Aquello que, en ese momento, una Pamela Anderson de piel bronceada por Baywatch anhelaba ser y le costaba conseguir. La imagen de una mujer que, aun teniendo el rostro bonito y unas curvas exaltadas por la mayoría, no la excluía de poder ser activista y buena madre a la vez. Una posible Pamela que la industria cinematográfica de Hollywood fue frenando y que, en 1995, una cinta muy íntima de la actriz y su entonces marido consiguió obstaculizar fuertemente.
Es en esa sex tape, robada sin querer y sacada a la luz queriendo, donde está el quid de la cuestión y la base argumental de Pam & Tommy. La serie relata desde el primer encuentro alocado entre Pamela Anderson (Lily James) y Tommy Lee (Sebastian Stan) en una fiesta de Nochevieja en 1994, hasta su vida compartida en la mansión del músico en Malibú. Y, por supuesto, también narra cómo Rand Gauthier (Seth Rogen), el carpintero que trabajó para los Lee y fue humillado, estafado y despedido a punta de pistola, publicó en la naciente World Wide Web la cinta sexual del matrimonio como venganza. Un vídeo que encontró por sorpresa tras robar la caja fuerte del batería de Mötley Crüe y que conocemos que fue así, gracias al artículo de investigación publicado el 2014 en Rolling Stone a cargo de Amanda Chicago, donde se relata que pasó.
Por ahora, los primeros capítulos de la serie, que se encuentran en el sello Star de Disney+, han conseguido traer de vuelta la viva imagen de la joven Pamela Anderson, aquella que corría por la playa en ese mítico bañador rojo y que también se veía obligada a responder preguntas comprometidas con su mejor sonrisa. Bajo el rostro de Anderson se encuentra a una irreconocible Lily James, con una interpretación brillante y estudiada minuciosamente: gestos, muecas, ese movimiento lateral de mandíbula al pensar, su voz aguda y esa risilla fácil. Es complicado distinguir a James y cuando se puede resulta extraño, ya que hasta ahora no se la había visto con un papel tan salvaje e inocente a la vez.
Una Pam simplona
La verdadera Pamela Anderson quiso quedarse al margen de la serie, puesto que relata uno de los acontecimientos más complicados y desagradables de su vida. Es por eso que, tal vez, su imagen en pantalla no le haga justicia. Cierto, la interpretación de James es impecable y las similitudes físicas entre ambas están maravillosamente logradas, pero el conflicto no recae en ella, sino en la imagen que, hasta ahora, la serie da de ella. Todo aquel que la haya escuchado o visto en programas, entrevistas y películas reconoce su hilo de voz tan suave, esa sonrisa que se le escapa fácilmente, esas prendas apretadas o cortas hasta para ir a pasear y esa cabellera rubia con peinados variados. Así se refleja en Pam & Tommy, pero de manera excesiva.
En el primer capítulo Pam aparece en contadas y calculadas ocasiones de forma fugaz, y cuando lo hace es de manera alocada y a carcajadas junto a Tommy Lee, también con una interpretación sensacional de Sebastian Stan. A partir del segundo capítulo, Anderson consigue llevarse todo el protagonismo gracias a su magnetismo, poco importan su marido o Gauthier. Sin embargo, se muestra una Pamela a la que la noche convierte en una chica feroz y atrevida, pero ingenua a la vez. Una actriz que no quiere ser tan solo un físico, pero que los productores de Baywatch menosprecian como tal. Una mujer grandiosa a la vista de todos, pero temerosa y pequeña frente a la toma de decisiones. Una joven con un tono al hablar tan agudo y una risa demasiado recurrente, que la hace parecer demasiado simplona.
La Pamela Anderson de la pantalla es frágil, incrédula, blanda, muy enamoradiza, salvaje, débil y hasta miedosa. Es una especie de diosa por la que todo aquel que la tiene en frente babea y que parece aspirar únicamente a ello. Esa idea que, desgraciadamente, perseguía a las sex symbols de la industria cinematográfica de la época, y más aún cuando eran rubias. Un concepto que hace dudar si la serie, en lugar de conseguir ser una crítica, se ha convertido desafortunadamente, en otro reflejo más de ello.
Es por eso que, cuando en un despacho de Los Ángeles elogia a Jane Fonda, lo hace porque ve en ella la imagen de quien anhela ser. “Soy una sex symbol, una antiguerra, una actriz que hace vídeo fitness y si tenéis algún problema con eso que os jodan. ¿Qué puede haber más guay?”. Es tan solo en este momento cuando Anderson se muestra segura de lo que quiere. “Es una gran narrativa: libertad”, le contesta la directora de relaciones públicas. “Sientes que complaces a la gente?”, añade. Tan solo le bastan unos instantes para reflexionar, y manteniendo esa sonrisa que utiliza como comodín, Pamela Anderson contesta: “Es lo único que hago”. Hasta el momento, la respuesta más sincera de Pam & Tommy.