NOVELISTA EN UN… MOTEL DE CARRETERA

Allí, alejada de todo signo de civilización, la oscuridad de la noche es iluminada por un viejo motel de carretera de la I-95. Unas letras fucsias de neón descompasadas expiran sus últimos suspiros. J, O, U, R, N, A, L. A pesar de su estado ruinoso, por el conjunto, se puede intuir la redacción de un periódico, en la que una pandilla de periodistas borrachos se disputa la roña del culo de una botella por ser los primeros en conseguir la noticia más grande, la más catastrófica y la más espectacular. Otros, sin embargo, no menos embriagados de fama que los primeros, se enzarzan en silencio por salir algún día del tugurio que los ampara y marcharse a buscar oro a una puñetera perfecta cabaña de pescadores de Arkansas.

Portada de 'El nuevo periodismo', de Tom WolfeTom Wolfe es uno de los periodistas que, fascinado por este metal, pero ante la imposibilidad material de desentenderse del motel, opta por dar un baño de color a sus reportajes periodísticos y hacer de ellos una novela, fantaseando con la tan ambicionada cabaña de pescadores.

En El nuevo periodismo, Wolfe explica los inicios y la técnica de esta nueva forma de redactar con la que, por casualidad, se topó en 1962 en la revista Esquire. En una segunda parte del libro, el autor la ejemplifica con una recopilación de textos escritos por reporteros que practican el periodismo novelado, entre los cuales se encuentra Radical Chic & MauMauing the Flack Catchers (La izquierda exquisita & Maumando al parachoques), del propio autor.

Hacia los años 1960, un grupo de jóvenes periodistas empiezan a transformar, poco a poco, los aburridos, grises y presuntamente objetivos artículos de la prensa norteamericana en cuentos breves. En narraciones con elementos propios de la ficción, donde los sujetos de la noticia son caracterizados, se les hace hablar y participan en una trama narrativa en la que se recrea escena por escena los hechos acaecidos. Son escritores a caballo entre el periodismo y la literatura. Son novelistas en un… motel de carretera.

Y, de hecho, muchos de ellos acabarán publicando sus artículos en forma de los que Truman Capote, con In Cold Blood (A sangre fría), denominó novela de no ficción. Tom Wolfe empieza a hacerlo después de pasar unos diez años trabajando en moteles del tipo The Washington Post, Enquirer o New York Herald-Tribune, con The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline, una compendio de artículos en los que retrata a la sociedad americana de la década de los sesenta. Una sociedad desterrada de la literatura por los novelistas y que ahora necesitaba a alguien que les explicara el movimiento hippie y el consumo creciente de LSD entre los jóvenes, el asesinato de Malcom X y el de Kennedy, las marchas multitudinarias de estudiantes negros en contra de la segregación o la invasión estadounidense de la República Dominicana y de Vietnam.

No necesitan inventarse los hechos, porque la realidad se los sirve en bandeja de plata. Y los periodistas son capaces de retratarla, utilizando los artificios de la novela, con rigor y fidelidad. De esta forma, Tom Wolfe, un buen día, rebuscando en el desván del motel Journal, como quien no quiere la cosa, descubre la sopa de ajo y, entusiasmado, comienza a experimentar con diferentes ingredientes. Introduce diálogos en sus reportajes; monólogos interiores; la construcción escena por escena; cambios en el punto de vista, utilizando la tercera persona para hablar sobre sí mismo (¡! Sí, Meritxell, sí, todo un genio, pero… no trates de imitarle, ¿eh? ¡!) Para hablar de “esa execrable chusma vulgar infiltrada en sus filas, esos escritores de revistas que practicaban esa abominable fórmula nueva…”. Escribe emulando el tono de voz y el registro de la persona que habla… Utilizando signos de puntuación inusuales::: Sea tooooooooooodo permitido con tal de huir del zum-zum adormilado del narrador periodístico. Sea tooooooooooodo permitido con tal de espabilar al lector cloroformizado y evitar que se le entumezca entre las manos, chillándole, a pleno pulmón, “¡Quieto ahí!”.

Se considera a Wolfe el padre del nuevo periodismo; sin embargo, está claro que no fue él quien inventó la sopa de ajo. El nuevo periodismo es un estilo que se forja a lo largo de la década de los sesenta gracias a las innovaciones aportadas por diferentes periodistas norteamericanos. El propio Tom Wolfe se queda pasmado cuando lee por primera vez un artículo que muestra escenas y diálogos de la vida privada de un famoso boxeador, creyendo, a ratos, estar leyendo un cuento y no un cansino artículo periodístico convencional. Su reacción es la misma que tendrán numerosos compañeros de profesión e intelectuales literarios: que todo aquello es una farsa, un enredo y una invención para impresionar al lector.

Periodista¿Cómo es posible que Barbara L. Goldsmith, en La Dolce Viva, reportaje incluido en la antología de la obra de Wolfe, reproduzca una conversación telefónica de la Viva de Andy Warhol con su compañía eléctrica, o escenas de la actriz aspirando metadona de la cuchara de un restaurante? Sencillamente, saliendo de la redacción y escribiendo desde la calle, desde la Factory de Nueva York; desde el Hotel Pierre, donde Nixon grabó los spots de la campaña electoral de 1968 (Cómo se vende un presidente, de Joe McGinns); desde el Dixie National Baton Twirling Institute (Bastoneando en Ole Miss, de Terry Southern); desde un helicóptero en el norte de Saigón, yendo a la caza de vietcongs (El general sale a exterminar a Charlie Cong, de Nicholas Tomalin). Captando cada momento, cada detalle, cada gesto, cada expresión y cada palabra de los personajes, de forma que el lector logre sumergirse en la historia que se le está contando. Es decir, consagrando, en un esfuerzo inforativo, las horas, los día, las semanas o los años que hagan falta a la reproducción fidedigna de la realidad; a pesar de que esto suponga un pelín más de horas extra en el trabajo a cambio de los mismos irrisorios céntimos y, lastimosamente, escasas probabilidades de reconocimiento profesional.

No. No lo creo. No. leo una y otra vez la antología de textos recogidos en El nuevo periodismo y no veo la manera de integrar este género en la empresa periodística de nuestros tiempos. Una empresa que prefiere tener a un redactor que le copypastee diez reportajes en un día a un reportero que tarde diez días en escribir una obra maestra. Tom Wolfe viene a decir que, “si se les ejercitase y animase”, los articulistas diarios podrían escribir reportajes novelados como bollos. Pero Robert Christgau, además de entrenamiento y ánimos para escribir Beth Ann y la macrobiótica, necesita tiempo para reunir los datos con los que reconstruirá un momento, la muerte de Beth Ann Simon, que no pudo presenciar personalmente; al igual que John Gregory Dunne no podrá redactar en un abrir y cerrar de ojos El estudio si para eso necesita recoger durante tres o cuatro días diálogos, escenas y detalles de una expedición de la Twentieth Century Fox hacia Minneapolis. Si necesita conocer la realidad antes de empezar a hablar sobre ella. No. no lo creo, no… Una novela (al menos, una buena novela) no se escribe así… como si nada, de un día para otro… Para hacer nuevo periodismo se tiene que salir del periódico.

Nuevo periodismo. Nuevo… periodismo… Nuevo periodismo. ¿Nuevo periodismo? ¿Nuevo? Este término nunca acabó de gustar del todo a su padre. Un término nuevo que ya ha envejecido y que no inflamará nunca el cielo desde un prosaico motel de carretera.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.