Cuando irrumpieron las vanguardias en nuestra sociedad, ni siquiera la fotografía pudo escaparse de ellas. Un elemento, en apariencia, abocado al más puro de los realismos se vio igualmente atraído hacia todas esas corrientes que buscaban alejarse de la simplicidad formal. De esta manera, vertientes como el surrealismo o el dadaísmo hicieron suya esta herramienta y envolvieron entre lo onírico de sus creaciones las fotografías de artistas tan célebres como Man Ray. Modernista. Revolucionario. Un creador.
Neoyorquino de nacimiento, eso no le impidió viajar a París, ya que la ciudad de las luces era por aquel entonces la capital del arte y, en especial, el máximo exponente de las vanguardias del momento. No cabe duda de que algunas de sus imágenes más icónicas, como Noire et Blanche, que fue portada de la revista Vogue en el año 1926, forman parte ahora de la memoria colectiva. Sin embargo, en su larga trayectoria artística existen una gran cantidad de obras, quizás de menor envergadura, que han marcado su evolución a lo largo de toda su vida. Así pues, provenientes de diversas colecciones privadas europeas, la Fundación Canal de Isabel II nos acerca un total de 107 piezas, que nos sumergen en las profundidades de su mundo interior durante la exposición Man Ray. Objetos de ensueño.
Comisariada por la historiadora y crítica de arte Pilar Parcerisas y estructurada en siete secciones bien diferenciadas, la muestra nos ofrece un recorrido que se inicia en los albores de aquellos retratos que hizo de su círculo más cercano. Entre ellos nos encontramos con figuras como Pablo Picasso, Gertrude Stein o, incluso, al escritor Marcel Proust en su lecho de muerte. Sin obviar, por supuesto, la peculiar visión que nos legó en cada uno de sus autorretratos, merece especial mención la presencia de Marcel Duchamp en su obra, por el cual la exposición dedica toda una sección a la estrecha colaboración que existió entre los dos artistas, una de las amistades más fructíferas del siglo XX.
A medida que nos adentramos entre los diferentes caminos de la exhibición nos encontramos cara a cara con los retratos que Man Ray realizó de su asistente y amante, Lee Miller, en un intento de equiparar la belleza del cuerpo femenino con la belleza de las máquinas. Así como varios desnudos de la artista Meret Oppenheim y también de la joven bailarina mulata, Adrienne Fidelin, con la que mantuvo una relación. Fue en este momento, a raíz del grácil movimiento de su cuerpo, que puso de manifiesto el concepto de belleza propio de la mujer de carne y hueso; totalmente contrario a la idea inquietante de los maniquíes que ocupó otra gran parte de su producción.
Entre las diferentes formas de expresión que abarca esta completa muestra, como sus famosos rayogramas o las solarizaciones que él mismo descubrió, llegamos hasta El Ajedrez. Este juego de azar y gran agilidad mental, dotado de un gran simbolismo, se convirtió en un referente clave del surrealismo, llegando a ser concebido como una metáfora entre la vida y la muerte.
Sin embargo, el eje central de la muestra se articula en torno a los objetos que dan nombre a la exposición, los que él llamó »Objetos de mi afecto». En cada una de las piezas que conforman esta serie, podemos ver cómo Man Ray materializaba sus pensamientos mediante figuras, aparentemente, cotidianas. Tan insignificantes como importantes, él lograba convertirlas en el espejo donde se reflejaba todo lo que tenía dentro. A diferencia de Duchamp, que elevaba elementos industriales a la categoría de obras de arte, Man Ray sencillamente creaba algo nuevo mediante la asociación de dos objetos, como una metáfora creando poesía.
Y como poesía, nosotros podremos seguir visitando la exposición Man Ray. Objetos de ensueño hasta el 21 de abril, para comprender mejor la obra de un artista que, con su universo, ha marcado nuestra historia.
