Miguel Noguera, el poeta de lo nimio: «Mi crisis creativa es, precisamente, que puedo ganarme la vida con esto»

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Fotografía por Anna Fuchs

Desde su inconfundible aparición en los vídeos de humor de los youtubers Venga Monjas, Miguel Noguera se ha encumbrado como apreciado tótem underground que ya es referente en el humor absurdo de nuestro país. Contando con varias intervenciones en el programa nocturno Late Motiv de Andreu Buenafuente, sus hilarantes ultrashows han resultado en sold outs alrededor de salas de teatro en toda España y Buenos Aires. Desde hace media década, su singular forma de «buscarle las cosquillas» a delicados gestos cotidianos le ha hecho merecedor de calificativos como «artista pata negra». Un espectáculo exquisito que, según parece ser, sólo una minoría consigue ver en este poeta de lo nimio:

 

CULTURA JOVEN: ¿Cómo es un día laboral suyo? Descríbanos la rutina de un día de trabajo cualquiera.

MIGUEL NOGUERA: Todos los días son parecidos. No distingo día laborable de no laborable en mi caso. Me levanto pronto, lo intento, aunque confieso que como no tengo realmente la obligación de hacerlo no siempre lo consigo. Por hábito siempre desayuno fuera de casa. Comienzo en los dos o tres mismos lugares y allí ya me quedo unas horas. Se supone que allí intento dibujar o escribir para el siguiente libro. Luego siempre me cambio de sitio rigurosamente y a la misma hora. Me voy a otra cafetería hasta que llega la hora de comer.

Tras remolonear, bajo a una tercera cafetería distinta a eso de las cinco de la tarde y sigo un número indefinido de horas. Pero no se piense que eso es algo productivo. Igual puede ver que todas esas horas resultan en dos párrafos y un dibujo. Eso me desespera brutalmente a pesar de que lleve años así. El bar es mi oficina, mi paisaje cotidiano. Las cosas que anoto tienen que ver con ese entorno «normal» y mundano. No hay más profundidad.

CJ: ¿Cuál sería el precedente y el orígen del ulstrashow? Algo que pudieramos definir como un proto-ultrashow.

MG: Sí, hay dos momentos que consolidaron el espectáculo. El primero ocurrió entre amigos y lo podemos considerar como una cosa premeditada, este sería el primer ultrashow. Y anterior a esto, sucedió aquello que con el tiempo he dado en designar como proto. Esto ultimo fue una cosa improvisada, más bien se trataba de una broma pero que algo de «esencia» ya tenía. Ocurrió en un recital de poesía en una especie de bar de Barcelona que ya no existe:

No habíamos ido a recitar, tan sólo estábamos como clientes sin esperar que allí se diera poesía. Como el evento era una suerte de micro abierto, uno de mis amigos me dijo: «Sal con tu puta libretita. Esta donde apuntas cosas crípticas» (desde el año 2000 comencé a anotar este tipo de ocurrencias). Esa voluntad que me decía «nada puede ir mal porque no hay acierto posible. No me van a entender», fue como una gamberrada, casi despectiva, que me motivó a salir allí.

Así nacieron los primeros ultrashows, con esta actitud. Aquello no pretendía ser más que algo chocante, anotaciones que no se basan en una plantilla de significado. Me gustaban precisamente por lo poco trabajadas e intempestivas que eran. No había un sentido concreto. Más tarde, y repitiéndolo de forma más organizada en locales, pude constatar que el público respondía y, por lo tanto, el material funcionaba.

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Foto por Anna Fuchs

CJ: Muchos pensamos que la etiqueta «humorista» no hace justicia a su perfil. ¿Cree que su humor «pata negra» puede tener implicaciones filosóficas? Más que bromas, sus ocurrencias nos hablan de una óptica distinta con la que ver el mundo.

MG: El humor es inevitable, es inherente a mi trabajo y eso es bueno, ya que la gracia seduce. Si no, todo esto sería algo muy aburrido y hubiera dejado de hacerlo. Más allá de esto, mi juego privado de apuntar cosas no es precisamente algo a lo que se dedique un humorista. Al trabajar no pienso en los parámetros «gracioso» y «no gracioso», aunque es innegable que muchas veces el humor complementa los casos que explico en directo.

De tal forma, el humor nace de aquellos casos más claros y concretos frente a aquellos otros más oscuros y difíciles de definir. No me gustaría crear una sección dirigida sólo al humor, al igual que no me presento como alguien que haga reír aunque, al final, siempre  me vea clasificado en el teatro en una sección de humor raro.

Respecto a lo filosófico, en el clima de aquello que no es humorístico, sí que vemos una forma determinada de tratar el contenido. Es la búsqueda de ser preciso definiendo un pensamiento, más que tratar de explicar una experiencia o vivencia. Por ejemplo, a veces acabamos definiendo ciertas paradojas formales que puedo haber visto andando por la calle. Y eso puede recordar al registro de libro de filosofía más que al de una novela o un poema.

Aunque sea cercano a la filosofía, mi material se encuentra mezclado con cierta irreverencia y bromeo. Necesito el humor porque no podría hacer esto completamente serio, sería ridículo. No podría reivindicar esto como algo serio y profundo cuando en realidad es un juego formal. Cierto es que puede ser sofisticado o llegar a tener dificultad articularlo, pero no por eso deja de ser «un bromeo».


CJ:
 Entonces, ¿cuando improvisa se deja llevar absolutamente por un flujo mental o tiene guardadas ciertas «isletas» o enclaves a los que agarrarse por si pudiera quedarse en blanco?

MG: En el resto del show puede suceder lo segundo que usted dice. Pero en el caso de las canciones no. Allí la intención es tirar aunque no haya nada donde agarrarse. La canción es lo único absolutamente improvisado. Pero, como en cualquier caso, cuando repites una acción en un mismo entorno acabarás llegando a lugares comunes o recurrencias.

Después, dentro del show, sí que hay momentos en los que se me ocurre algo sobre la marcha y salgo por ahí, aunque sé que siempre podré retomar el hilo para que no haya un vacío terrible. La mayoría de material está allí acompañándome en forma de ideas y diapositivas. Ya me gustaría poder improvisar todo el ultrashow con tan solo tres o cuatro ideas a explicar y que de forma rodada aparecieran tantos contenidos espontáneos que llenara toda la hora sin darme cuenta, por mi perfecto. A veces, sin darte cuenta te das cuenta (paradoja) -risas- de que pasan cuarenta minutos y no has sufrido, cuando todo va tan hilado es genial.

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Foto por Anna Fuchs

CJ: De cara al futuo, ¿tiene algún proyecto que difiera del trabajo que hasta ahora viene realizando con los ultrashow y la publicación de los libros?

MG: Me gustaría hacer podcast, simplemente hablar, hablar y sacar contenidos. La experiencia con Instagram estuvo bien y la volveré a retomar. En el fondo todo son vías alternativas a partir del mismo material. También se me ocurrió crear una web y reunirlo todo, pero puedo tardar años en hacer esto ya que soy muy vago. En el fondo, este asunto no es algo con lo que me levante cada día en mente, pero poco a poco lo voy a hacer.

CJ: ¿Ha tenido alguna vez un bloqueo creativo?

MG: Sí, pero no de la forma en la que la gente piensa: «Ay, se me han acabado las ideas, no sé que escribir». Tengo material del que siempre voy cogiendo. Es más bien que se me agotan las ganas, que todo esto me parece una puta basura y sólo quiero dormir. En el fondo, el bloqueo es más bien esta cuestión depresiva que un agotamiento de las ideas creativas. Yo podría seguir indefinidamente, pero hay días en que lo que escribo, o cómo lo escribo, se resume en «llevo una hora con esta frase, cambiando tan sólo dos términos».

Esto me parece tristísimo, es cuando no disfruto nada; la frase se ve igual y he perdido una hora de mi tiempo. Precisamente, este problema se debe a que puedo ganarme la vida con esto, y si no fuera así no dispondría de esa hora. De tal forma, entro en una espiral que constituiría esa «crisis creativa». Hay sobreabundancia de temas, otra cosa es que tenga ganas de hacerlos. Ése es el enemigo aquí: el que quiere destruirlo todo y cuestionar lo que hago.

Perfectamente se podría decir sobre mi trabajo: «Qué estúpido, ¿qué es esta aberración? Una persona adulta que está trabajando en estas payasadas y además le pagan». Esto se puede alegar con propiedad, pues en cierta forma es verdad. Si lo ve desde lejos, uno podría decir: «¿En qué está invirtiendo el tiempo este tío?». Pero a la vez siento cariño con este material aberrante, precisamente porque el público ha tenido cariño con él. Entonces uno mismo debe profesar ese cariño y no destruirlo. Pero no puedo evitar ver el reverso, ese cuestionamiento destructivo.

Pienso que mi trabajo ni siquiera sirve a un fin, no haga una artesanía. Es como que he venido a ocupar un lugar que antes no existía. He impuesto este sistema y me lo han comprado. Son las reglas de un juego propio que ha dado con la suerte de que gustan y que exigen continuamente más espacio para seguir perpetuándose. Claramente, si esto no me gustara no lo estaría haciendo. Esta forma de ver mi trabajo está siempre presente, pero hay días en los que esta sensación se acentúa. Y esa es la crisis para mí, un cuestionamiento.

CJ: ¿Qué referencias intelectuales o humorísticas tiene?

MG: Siempre lo vuelvo a repetir: Canódromo Abandonado. Aún siendo de culto y muy estimados, nunca llegan a un público mayor, en cierta forma porque juegan sin concesiones. Me gusta el «magma» en el que nos movemos todos los artistas de este tipo. Luego estoy muy obsesionado por un dibujante americano que se llama Matt Lock, él es inspector de riesgos laborales. Sus dibujos me gustan por una afinidad personal, supongo que me caen cerca.

Otro referente son las clases de Felipe Martínez Marzoa. Es un profesor de filosofía que me recomendó mi editor. Me dijo: «Mira cómo habla este tipo». El profesor es una eminencia española en Heidegger, pero eso da igual, lo interesante es cómo da las clases. Es muy sencillo y claro. Va recapitulando constantemente, en un proceso de extrema claridad para que nadie se pierda. Marzoa tiene «algo» en la forma de hablar que resulta tan sencillo que uno no se lo puede creer.

Sus clases colgadas en la red me entusiasmaron y me dieron mucha fuerza para el show, sobre todo por su claridad. Pero, desde luego no es un referente en el sentido tradicional. También me gustan sus libros, pero no me interesa para nada la cuestión de lo que dice. Me gusta cómo escribe y ese aspecto de erudición y precisión absoluta al expresarse, aunque no entienda nada de lo que dice. Esa es la ambigüedad.

CJ: ¿Si tuviera que pochar cebolla con algún personaje vivo o muerto, a quién escogería?

MG: ¿Se refiere a pochar cebolla como un encuentro ritual alrededor del sofrito?

CJ: Sí, como quien fuma un cigarrillo.

MG: Debería ser con alguien que me interesara, un personaje lleno de historias. Me gustaría que fuera entre Snowden y Assange, y que entre ellos hablaran porque por fin han podido encontrarse. Me imagino que por algún motivo tendrían que intercambiar información muy técnica con la excusa de que están en una ficción generada por un entrevistador. Ellos me dirían: «Lo siento, pero vamos a hablar entre nosotros pues esto es de vital importancia. Tú pocha cebolla, que, en comparación, tus cuestiones son una frivolidad».

CJ: Muchas gracias, Miguel.

MG: Gracias a vosotros.

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Foto por Anna Fuchs

Mateu Terrasa Rico

"Se me ha jodido whatsapp otra vez, si alguien necesita algo estaré en la Caverna" - Platón

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