¡Oh, Capital, mi Capital!

Mein Kapital

Desde que cayó el muro de Berlín apenas queda gente dentro de los búnkers de los países que separaba. En su lugar, muchos treintañeros se quedaron atrapados en casa de sus padres, para quienes la posibilidad de empezar a cobrarles un alquiler ya no suena tan descabellada. Ésa es una de las pinceladas del mundo occidental que dibuja Mein Kapital, una fábula teatral de varias historias sobre apocalípticos e integrados del capitalismo. La moraleja es que ninguno de ellos ha conseguido integrarse en tal «apocalipsis».

 

 Entre otros, protagonizan esta coproducción de las compañías Tranvía Teatro, Teatre Taranana y Teatro del Astillero señoras con bolsas de tiendas de precios insultantes, adictas al step, reporteros sin escrúpulos, la máquina de café de la oficina y una aparición de Marx que, pese a parecerse al Abominable Hombre de las Nieves, no es quien está dentro de la cueva.

Dentro de la cueva estamos nosotros, observando este cuento de estética futurista, o más bien retrofuturista, porque Mein Kapital se vale de las profecías de hace algunas décadas para retrotraerse a lo que decía aquel viejo chiste ruso: “lo peor no es que el comunismo no fuera lo que esperábamos; lo peor es que el capitalismo sí era cómo esperábamos”.

Mein Kapital

Y si es tan malo o no queda a elección de cada uno; esto no es más que una distopía sobre lo que no debe ser y a veces es o casi es, un aviso hiperbólico de a dónde nos puede llevar este sistema económico… o sobre a dónde nos ha llevado. O sobre a dónde nos habría llevado si Lehman Brothers no hubiese estallado como un cañón de confeti.

Eso es lo bueno de Mein Kapital, que activa en nosotros el resorte de las preguntas. Lo no tan bueno: que algunos diálogos resultan un poco difíciles de seguir, y los espectadores, como engranajes de la máquina capitalista que son, llegan a la sala Cuarta Pared demasiado cansados para descifrar metáforas.

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