El domingo 25 de octubre fallecía la mítica pelirroja musa de John Ford
Nacida en Dublín el 17 de agosto de 1920, un año antes de la independencia de Irlanda, era hija de una cantante de ópera y de un empresario propietario de un equipo de fútbol. Cumplía todos los tópicos de una irlandesa: pelirroja, indómita, aficionada al alcohol y católica. Su personalidad fue una de las más marcadas del cine clásico.
Comenzó su carrera en el cine fruto de un enfado con sus padres que querían que siguiera los pasos de su madre en el bel canto. Fiel a un carácter que siempre sería fuerte, puso su melena rojiza rumbo a Londres y comenzó a presentarse a pruebas cinematográficas. En una de ellas fue descubierta por el actor Charles Laughton, que convencería a Alfred Hichtcock de que abandonara su querencia con las rubias y le otorgara el papel protagonista en La posada jamaica (1938). Fue entonces cuando Hollywood se fijó en ella y la reclamó para acompañar de nuevo a Laughton en Esmeralda, la zíngara (1939), una versión de El jorobado de Notre-Dame, que la convirtió en la única gitana pelirroja de la historia del cine.
En el viaje a la meca del cine, efectuado en un trasanlantico, conoció al que sería su primer marido, George H. Brwon. La travesía, que duró cinco meses, fue el escenario en el que se desarrolló el noviazgo, la boda y el desencanto. Con su desembarco en Estados Unidos llegó la nulidad eclesiástica. O´Hara alegó para obtenerla que el matrimonio nunca se consumó.
En Hollywood tardó en encontrar su lugar y los estudios RKO nunca parecieron entender su personalidad. Durante años interpretó damas que representaban el reposo del guerrero en epopeyas del oeste o películas de piratas. El desarrollo del tecnicolor utilizó su belleza irish para probar la magnificencia de la nueva fotografía a color.
A pesar de no sentirse cómoda en la industria norteamericana, sí encontró un hueco en la colonia irlandesa de Los Ángeles convirtiéndose en amiga y confidente de John Ford. No deja de resultar curioso que dos irlandeses conservadores como ellos fueran los que mejor fijaran la imagen tópica de la cultura norteamericana. Esto explica mucho en lo que se han convertido los Estados Unidos, y no sólo a nivel cinematográfico.
A las ordenes de Ford interpretó clásicos como ¡Qué verde era mi valle! (1941), El hombre tranquilo (1952) o Río Grande (1950). Lejos de la pupila de su amigo brilló en Esta tierra es mía (1943), de Jean Renoir, la comedia Niñera moderna (1948) y Lady Godiva (1955), basada en la célebre historia medieval británica que acababa con la protagonista huyendo desnuda sobre un caballo.
En sus último años quedó relegada a papeles secundarios como el de la primera versión de Tú a Boston y yo a California (1961). Su último papel protagonista fue en una Dama entre vaqueros (1966), título que podría resumir su vida.
De firmes creencias religiosas y defensora de los valores tradicionales, fue siempre una mujer de carácter fuerte y poco dispuesta a dejar que un hombre dirigiera su vida. En 2004 publicó unas memorias donde renunciaba la idea del feminismo. Se definía como «una mujer que actuaba como un hombre» y confesaba que nunca tuvo amigas («siempre he estado más cómoda entre hombres. Si no demuestras debilidades acabas siendo uno más»). A pesar de que sus ideales conservadores pueden parecer una contradicción con su propia vida, sin duda fue una mujer que gozó del respeto de los círculos masculinos del cine americano.
En 2015 recogió su Oscar Honorífico de manos de Lian Neeson y Clint Eastwood. Genio y figura, su gesto adusto y malencarado fue patente durante todo su discurso de agradecimiento a un premio que la recordaba como una representante de un Hollywood, el de los años 40, muy diferente al que la homenajeaba y por el que no ocultaba su desprecio.
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