Ahora que la siempre sorprendente Breaking Bad no volverá hasta el año que viene, la cadena estadounidense AMC estrena la segunda temporada de la internacionalmente exitosa serie The Walking Dead. La serie, creada por Frank Darabont y basada en el cómic de Robert Kirkman, es el gran estandarte del zombi revival iniciado hace unos años por la fantástica película 28 días después de Danny Boyle.
The Walking Dead narra el viaje de huída de un grupo de personas que buscan un lugar sin «caminantes». Su primera temporada se las prometía muy felices con dos primeros capítulos estupendos, llenos de muertos vivientes, al más puro estilo de los filmes de los setenta. Pero eso es exactamente lo que escasea en el resto de episodios, incluido el primero de esta nueva temporada. La trama se centra más de lo necesario en las tensiones entre el triángulo amoroso formado por el personaje principal Rick, su mujer Lori, y Shane, mejor amigo del primero y amante secreto de Lori. No se pueden esperar disparos durante todo el minutaje, eso es cierto, pero por momentos da la sensación de estar viendo una telenovela.
Con la salida de Frank Darabont del proyecto, el futuro de esta serie que debe ser el buque insignia de la cadena hasta el retorno de Mad Men dentro de unos meses, no parece tener mejor cara que en la primera temporada. Sólo queda esperar que la dinámica de los capítulos se torne un poco más frenética, con más ritmo, porque este nuevo capítulo se hace eterno. Si bien hay destellos de calidad, éstos quedan eclipsados por pasajes ridículos (véase el final del capítulo, con Rick hablando en actitud chulesca a un cristo de madera) e incongruencias con personajes que de una temporada a otra pasan de ser piezas clave a casi figurantes, caso de T-Dog.
Mi sugerencia es que si se han visto obligados a reducir presupuesto, inviertan más en maquillaje y abran la puerta a personajes sin chicha. Más zombis, por favor.