Chagall: la alegría como trinchera

Chagall

«Tanta muerte a tu alrededor y tú quieres dibujar ángeles y cabras», le reprochan a Chagall en el cómic que Joann Sfar dedica al pintor ruso. Y es cierto: la Primera Guerra Mundial, la Segunda y el éxodo a su alrededor, y él solo quiso pintar ángeles, cabras, gallos, violines y bodas de colores inverosímiles, como los que, hasta el 20 de mayo, se pueden ver en la retrospectiva que ofrece el Museo Thyssen de Madrid. Un recorrido por Rusia, Suiza, Estados Unidos, Israel, Palestina y Francia, por la Biblia y las fábulas de Jean Lafontaine, pero que sobrevuela una y otra vez la Vitebsk natal del artista, que abandonó para siempre en 1922.

 

Sobre lienzo o sobre arpillera, en acuarela o aguafuerte, con el judaísmo ortodoxo o el antisemitismo pisándole los talones, Chagall se las apañó para que, aunque solo llevara un color en el bolsillo, su forma de ver las cosas siempre atrape a alguien frente al cuadro. Como al matrimonio que discute apasionadamente si “lo de las casas torcidas” será porque el artista sufría de astigmatismo, o por otro motivo.

De vez en cuando, la exposición abandona por unos instantes esa explosión de amor y vida y parece detenerse en una advertencia casi severa sobre el pintor. Sucede con Casa azul y Casa gris, que comparten pared en el Thyssen para recordar -por si a alguien se le olvidaba- que el mundo que habitó Chagall probablemente fuera muchas veces triste y frío, pero él se las ingenió para contarlo como una primavera constante. Porque existen evidencias que merecen ser recordadas.

Chagall

Dividida en dos grandes apartados -El camino de la poesía y El gran juego del color-, la muestra invita a inclinar la cabeza, y no solo para enderezar las figuras «astigmáticas» de algunos cuadros. También para sentirse más cerca de las vacas que miran con ojos de bondad infinita y de los hombres que estrechan a su flamante esposa contra ellos, quizá protegiéndola de una barbarie, la de la Europa de la primera mitad del siglo XX, que nunca llegó a atravesar el lienzo, gracias a los colores y la dulzura de Chagall.

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Como dijo otro poeta (Chagall también lo era): «defender la alegría como una trinchera»

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