Lusitana Paixao (Pasión Portuguesa)

Cantante con guitarra y viola

A veces pienso que tengo alma de fado. Yo quisiera ser original, despreocupada y divertida. Que los juegos de palabras viniesen a mi cabeza –o al menos, ¡a mi pluma!- con facilidad. Yo quisiera ver la vida como algo que no necesariamente tiene que acabar.Pero yo no soy así. Yo me detengo en algunos instantes y quisiera suspenderlos en el aire para siempre. Yo me decepciono la mitad de las veces que tomo una fotografía, ante la imposibilidad de captar completamente la realidad. Yo me siento a escribir y sólo se me ocurren cursiladas.

Me pregunto entonces si el fado no hablará de gente como yo. De los que nos sentimos impotentes al pensar que algunos momentos, si no se comparten, se perderán para siempre.

Nacido en los barrios humildes de Lisboa, y acompañado por una viola (guitarra clásica) y una guitarra portuguesa; el fado contaba inicialmente las penas de los marineros que se iban (a veces para no volver) y de las mujeres que quedaban esperando.

Dejar Portugal es perder una tierra de contrastes, de luz y sol en pleno Diciembre. Es abandonar los colores del mercado y las flores que se venden en cada esquina. Es no volver a ver un arco-iris espontáneo sin que antes haya llovido. Todo eso se llora cantando.

Hoy en día, el fado sigue siendo querido; sigue lamentando pequeñas angustias. La tristeza de pensar (y de nuevo un cliché, no es fácil pretender lo que no eres) que cualquier pasado fue mejor. Hace apenas quince días, la Unesco lo incluyó en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Quiero pensar que todos nos sentimos a veces así. Por eso el fado es de todos. Porque como dijo el poeta luso Fernando Pessoa, “El fado es la fatiga del alma fuerte”.


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