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Leonard Cohen se apagó

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Murió. Ya lo había advertido en una entrevista para The New Yorker, se sabía al final de sus días. Cada día que pasa, todo parece apuntar a que nos encontramos en el final de una época. La gente notable que marcó la agenda cultural y política en la segunda mitad del siglo pasado empieza a desaparecer. Somos un suspiro de lo que fuimos, cenizas sin fuego, hijos de un pasado agonizante. Parece que Trump haya acabado de activar las trompetas del apocalipsis. La muerte de David Bowie lo anunció y la de Leonard Cohen lo confirma. De todos modos, hay que conservar la esperanza, porque la historia ha demostrado que la cultura es como un ave fénix que renace una y otra vez por muy desesperados que sean los tiempos que corren.

Mucho antes de abandonar este mundo, Cohen (Canadá, 1934 – Estados Unidos, 2016) fue un niño con un gran sueño: quiso ser poeta. Sorprendentemente fue uno de nuestros poetas nacionales, Federico García Lorca, quien le inspiró tras adquirir uno de sus libros con 15 años. Hace poco, cuando le dieron el Nobel a Dylan, algunos pensamos que en las letras de Cohen hay una calidad literaria superior a las del galardonado. De todos modos, no necesita un premio, fue él quien nos hizo regalos, muchos.

El cantautor canadiense publicó su primer libro de poemas  en 1956 y, con apenas 22 años, se trasladó al Nueva York de finales de los 60, una ciudad en plena ebullición cultural. Allí conocería a Andy Warhol y se convertiría en un habitual de su estudio de arte, conocido como The Factory. También pasaría por el emblemático Hotel Chelsea, otro de los enclaves culturales y bohemios de la capital de la cultura en el que compondría algunas de sus canciones más emblemáticas. En aquella época fue descubierto por el mismo cazatalentos de Dylan, John Hammond, quien consiguió que grabara su primer disco, Songs of Leonard Cohen (1967), bajo el sello de la discográfica Columbia. Las notas intimistas de su música y letras contrastaban con el rock psicodélico que era tendencia en aquél momento, no obstante triunfó.

Su historia tiene algo de poeta malherido, en sus poesías se fusionan vida y obra. Podemos hacer un recorrido de aquellas cuestiones que más le marcaron: la religión, la depresión, el amor y, ya en su último disco You Want it Darker (2016), de la muerte.  Cohen era un intérprete sincero, en el documental centrado en su figura, Bird on the Wire asistimos a uno de sus primeros conciertos en Israel (1972), en el que estuvo a punto de dejar de tocar porque sentía que estaba engañando al público, no estaba sintiendo sus letras. Afortunadamente para el público, y tras tomarse un receso, volvió a cantar mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos con So Long, Marianne. La magia volvía a funcionar, volvía a tocar a su gran amante Marianne Jense, aunque tan solo fuera en canciones. Porque aquellos amores que duelen siguen vivos o mueres con ellos…, de hecho, Cohen se despidió de ella asegurándole: «Marianne, te seguiré muy pronto». Y no se equivocó.

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Podemos decir que Cohen fue galardonado con el Premio Príncipe Asturias de las Letras, que es miembro de la Orden de Canadá o del Salón de la Fama del Rock & Roll de Estados Unidos. Pero los títulos oficiales no hacen justicia a un hombre que fue mucho más, que supo ponerle palabras a lo inefable, que nos dejó con frases lapidarias tales como: «El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males». La muerte tampoco tiene cura, pero las canciones pueden renacer las verdades que brotaron de la pluma de Cohen y que nos canta al oído, con una voz profunda que se queda anclada en nuestras entrañas y nos hace «reírnos y llorar, y llorar y reírnos de todo de nuevo». Por ello queremos dejar de escribir para que sea él quien nos hable por medio de una selección de algunas de sus canciones, de aquellas que seguirán alimentando por mucho tiempo el fuego de los sentimientos más humanos, aunque Cohen se haya apagado.

 

 

Blanca Ballester

Llevo lentillas, o gafas, dependiendo del día. Gracias a ellas puedo ver el mundo de forma nítida, la cultura actúa de la misma manera. Crecí en un pueblo de mar valenciano, uno de los que pintara Sorolla. Más tarde estudié en la ciudad de Gaudí y en el Londres por el que discurren las historias de Sherlock Holmes. Ahora trato de abrirme paso como periodista cultural en el Madrid que tanto ha cantado Sabina. Quiero que tú también te pongas mis gafas y te invito a viajar conmigo a través de la cultura.

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