Las palabras y la cosa, que podemos ver en la Sala Negra de los Teatros del Canal hasta el 27 de noviembre, ofrece un largo paseo por las posibilidades lúbricas del castellano: desde el vulgar ‘chuscar’ hasta el sugerente ‘disfrutar del gustoso estado’ de Cervantes.
La obra, capaz de sacar alguna risa nerviosa, utiliza como referente los literatos del Siglo de Oro, además de sus títulos más reconocidos, entre ellos La Celestina –repleto de ingenios sexuales, como “la punta de la barriga”, aludiendo al pene-. Así, la interpretación transmuta las palabras más chabacanas en hermosas, nos revela un lenguaje oculto, tabú, atrevido, que se pronuncia con ganas, no apto para beatos. Un texto dinámico y docto, aunque abierto a un humor picante.
En escena, un filólogo -admirablemente encarnado por Ricard Borrás-, que presenta un gran dominio del idioma, y una dobladora de películas porno -distinguida por la magnética voz que le brinda Elena Barbero– intercambian siete cartas de lo más explícitas, referidas a las numerosas formas de nombrar la masturbación, el coito, el sexo anal y oral, el gatillazo, el goce y los órganos sexuales. “El juguete que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde” gongoriano es “el trastivaya” de Samaniego; y el “botón secreto” de Aleixandre, “el mirlo florido” de Quevedo.
«Aquella noche corrí
El mejor de los caminos,
Montado en potra de nácar
Sin bridas ni estribos». (Romancero Gitano. La casada infiel (1928). Federico García Lorca)
Del papel a la escena
En un apartamento de Nueva York, el cineasta, Luis Buñuel, propuso a su hijo Rafael y al dramaturgo y escritor Jean-Claude Carrière –con el que colaboró en películas como Belle de Jour o El discreto encanto de la burguesía– un libidinoso juego. Los tres, cada uno en su lengua materna, tenían que decir el máximo de eufemismos y sinónimos que se les ocurriera de la palabra ‘polla’. Ganó Carrière, aunque no dudó en quitarse méritos, ya que “el francés en ese terreno es inagotable”.
La anécdota pudo haber quedado ahí de no ser por un encuentro casual entre el francés y una antigua amiga que para subsistir trabajaba de vez en cuando como dobladora de películas pornográficas. La muchacha se quejaba de la pobreza del lenguaje sexual. De ahí nació el ensayo Las palabras y la cosa (1983) de Carrière, un texto que rinde homenaje a la literatura libertina francesa del siglo XVIII. Posteriormente, fue recuperado por Ricard Borrás para, finalmente, reproducirlo en las tablas de los Teatros del Canal bajo la dirección de Pep Anton Gómez. Según Borrás, fue un reto difícil, ya que no valía la traducción literal.