El coreógrafo y bailarín Jefta van Dinther (Utrecht, 1980) lleva Protagonist a los Teatros del Canal de Madrid, y con ella dirige por segunda vez, tras el éxito de Plateau Effect (2013), una pieza para el Ballet Cullberg, la prestigiosa compañía sueca de danza contemporánea fundada en 1967.
Protagonist, desde el momento en el que comienza, nos induce a una constante reflexión sobre las complejas relaciones de los seres humanos. A lo largo de los 60 minutos que dura la obra, los 14 bailarines viran al compás de una ruleta rusa cargada de emociones que van desde el afecto y el apego, hasta la oscuridad de la opresión, el control sobre uno mismo y sobre su cuerpo y el posterior aislamiento, el distanciamiento del grupo social y de todo lo que alguna vez ha conformado nuestra esencia. Eso sí, siempre acompañados por la voz -en ocasiones áspera y profunda- de Elias, uno de los personajes más potentes en el panorama musical sueco en la actualidad.
La sobria escenografía acompaña a la historia y refleja la lucha interna de unos personajes que intentan ser los protagonistas de sus propias vidas en una sociedad donde se concibe el grupo como la forma natural de organización. Cada uno de ellos, con sus propias características, trata de encontrar su lugar en ese grupo, que van Dinther opone claramente al individuo, sin renunciar a sí mismo y a su propia personalidad.
Todo aquello que vemos o percibimos sobre el escenario: decorado, iluminación y música, se funde perfectamente para que el espectador no los perciba como elementos separados, sino que conformen un todo que se dispone a merced de la narración y de los cuerpos de los bailarines. Además, evolucionan a la vez que lo hace la historia y recorren los diferentes estados de ánimo que atraviesan los bailarines y también el público, que queda atrapado desde los primeros minutos de la representación.
Al principio la música es suave y melódica, la luz tenue, y los bailarines se mueven por el espacio escénico como mecidos por el hilo acompasado de un péndulo. Sin embargo, conforme se desarrollan los conflictos en los que se ven sumergidos, los bafles estallan en ritmos electrónicos y estridentes que representan el mismísimo sonido del miedo y de la adrenalina que se apropia de los cuerpos de los bailarines que se doblan en figuras imposibles y adoptan movimientos mucho más mecánicos. Recorren el escenario sumidos en un baile frenético en el que se enredan y se enfrentan unos con otros buscando la armonía en mitad de ese mundo dominado por la violencia y regido por el deseo y el placer.
Así, con una escenografía minimalista y un vestuario compuesto por tejanos y camisetas ajustadas Jefta van Dinther y el Ballet Cullberg consiguen transmitir a través del baile reflexiones profundas acerca del papel de cada uno de nosotros en la sociedad y en los grupos a los que alguna vez hemos sentido la necesidad de pertenecer.