Steven Soderbergh es un cineasta esencialmente rebelde. Desde su identidad exhala desprecio hacia los convencionalismos. Quizá por eso, por ese rechazo innato a ser uno más, recogió sus cosas hace más de cuatro años y anunció que se despedía del cine como director. Lo dijo en 2012, tras estrenar Magic Mike, aunque el año siguiente llegaría a la cartelera Efectos secundarios, cinta que, hasta ahora, constaba como su último trabajo tras las cámaras. Cinco años después, el director de Atlanta ha vuelto con La suerte de los Logan, una película en la que se reencuentra consigo mismo a todos los niveles.
Cuando Steven Soderbergh dijo, un lustro atrás, que se retiraba del cine, nada en ello sonaba definitivo. Sucede lo mismo cuando Quentin Tarantino se empeña en afirmar que dejará de hacer películas cuando alcance la redondez de la decena en su historial. Nadie se lo cree. Asientes, sí, pero ya está. Porque hay algo visceral en la relación entre ciertos autores y la creación cinematográfica. Existe cierta atracción procedente de sus profundidades, algo que les obliga a manifestarse en el que es, por méritos propios, su medio de expresión por antonomasia.
No hay nada en La suerte de los Logan que no huela a Soderbergh, nada que no rezume frescura, personalidad y carácter. Sus últimos proyectos, aunque siempre solventes y dotados de un pulso cinematográfico impecable, adolecían de cierta tendencia al convencionalismo. En su regreso tras un lustro repensándose, el cineasta que se ganó a la crítica con Erin Brockovich y Traffic e hizo lo propio con el público con su archiconocida trilogía de Ocean’s recupera sus propios orígenes. Se podría decir que, precisamente, La suerte de los Logan es una reformulación de Ocean’s Eleven mucho más artesana, trasladada al plano macarra, al mundo de los perdedores y los inadaptados. El mundo que Soderbergh arrancó de sus raíces en su revolucionaria Sexo, mentiras y cintas de vídeo, su película debut y su carta de presentación ante el mundo.
El planteamiento argumental de la cinta es sencillo. En un pueblo perdido de Carolina del Norte, tres hermanos perseguidos por la mala suerte que cubre a su estirpe familiar deciden rebelarse contra su miserable y solitario estilo de vida organizando un golpe en el evento de la NASCAR que tiene lugar en Charlotte. La historia de La suerte de los Logan es la de un grupo de personas sin destino, traicionadas por sus propias expectativas, que deciden tomarse la venganza por su mano.
El rol protagonista lo tiene Channing Tatum (quien ya trabajó con Soderbergh en la mencionada Magic Mike), mientras que Adam Driver y Riley Keough interpretan a su hermano y su hermana, respectivamente. Además, Daniel Craig ejecuta el papel de un convicto (especialista en golpes de este perfil) cuyos servicios contratan los hermanos para llevar a cabo el robo. Todos ellos realizan interpretaciones que caminan por una fina línea entre la desesperanza y la comedia, aplicando el humor de una forma hierática y casi desganada al estilo de ciertos personajes de los hermanos Coen o de Wes Anderson.
Desbordante sello de autor
Soderbergh, con su dirección dinámica, vistosa y reluciente, dota a la película de una estética entre lo ochentero y el western, señalando que, en la vida de los protagonistas de su historia, las cosas no han avanzado al mismo ritmo que lo ha hecho la sociedad que los rodea. La cinta funciona al jugar sutil pero socarronamente con sus géneros, utilizando el humor en situaciones marcadas por una crudeza intolerable. Todo en La suerte de los Logan es magnético, atractivo y seductor, de tal modo que la exposición de la realidad de una serie de personajes rotos acaba generando en el espectador una especie de simpatía genuina hacia ellos.
Tras el libreto de la última cinta de Steven Soderbergh se esconde la misteriosa figura de Rebecca Blunt. Ausente en el rodaje y guionista debutante, se ha llegado a especular que Blunt no existe como tal, sino que podría tratarse de un seudónimo de la mujer de Soderbergh, la novelista Jules Asner, o incluso del propio director, que no participa en la escritura del guion de ninguna de sus películas desde Solaris, allá por 2002. De cualquier manera, el fantástico trabajo de Blunt encaja a la perfección con el desempeño del cineasta norteamericano tras las cámaras, adaptándose perfectamente a nivel de estilo y personalidad.
El regreso a la dirección de Steven Soderbergh ha sido, a modo de conclusión, un rotundo éxito. Haciendo honor a aquello de que a veces hay que dar un paso atrás para dar dos hacia adelante, este desenfrenado autor se ha reencontrado a sí mismo con un producto tremendamente disfrutable. Una cinta desgarbada y rebelde, una cinta que lo representa a la perfección. Y es que mientras haya cine… habrá Soderbergh para rato.