Acordes, notas contenidas, sincopados arriesgados, melodías que se graban en surcos que parecen infinitos, que configuran circunferencias concéntricas y confusas que se transforman en sonido y llegan hasta nosotros dotados de cientos y miles de matices diferentes. Porque una melodía tiene tantas interpretaciones como personas la escuchen, y un disco de vinilo tiene tantas vidas como tiempo tengamos para perdernos en su acompasada e hipnótica rotación, en ese baile frenético que tendemos a imitar.
Sin embargo, el tiempo, normalmente, es lo que nos falta. Pocas personas recuerdan el momento de elegir un disco entre todos los que se encontraban en la estantería, o la eterna duda entre escoger la cara A o la cara B de una cinta. Casi nos parece algo primitivo el hecho de que para volver a escuchar una canción tuviésemos que mover manualmente la delgada aguja y hacerla retroceder sobre sí misma. La música era para disfrutarla, pero ahora, muchas veces, cumple una mera función de acompañamiento en nuestra rutina, se convierte en un sonido de fondo que nos escolta mientras trabajamos, recogemos la casa o hacemos los deberes.
Ya nadie ahorra durante meses para poder comprarse el último álbum de su artista favorito, y si lo hace, es porque lo ha escuchado previamente. Y es que, con plataformas como Youtube o Spotify todo –incluso a la musa por excelencia– lo tenemos a la distancia de un click. Un click determinante y casi mercenario. Porque el sonido claro y transparente que emanaba de los tocadiscos adquiere ahora un cariz opaco en el que los sonidos se mezclan con el ruido –aparentemente imperceptible– del disco duro de nuestro ordenador, y los solos de guitarra se convierten en melodías electrónicas cuya esencia radica en la repetición de sonidos que no parecen ni siquiera de este mundo.
El tocadiscos, o disco giratorio, apareció por primera vez en 1925, y durante las décadas de 1930 y 1940, los fonógrafos y los discos fonográficos (o de vinilo) fueron mejorando su tecnología y ganando calidad de sonido. Además de ello, aparecieron discos de diferentes tamaños y formatos que tenían también distintas velocidades de reproducción. La tecnología siguió su incesante avance, y entre los años 1970 y 1990 los vinilos convivieron con los cassettes como medios de reproducción de música pregrabada. Aunque algo más adelante, con la llegada del disco compacto o CD, estos formatos analógicos firmaron la que parecía ser su sentencia de muerte.
Los dispositivos electrónicos de pequeño tamaño fueron ganando adeptos mientras la luz de los discos de vinilo se iba difuminando. Pero siempre existieron los locales en los que lo analógico iba erigiéndose como forma de identidad propia.
Un ejemplo de ello es Linacero, una tienda de música que se encuentra desde hace cuarenta años en el corazón de la capital aragonesa. En este caso, fue la pasión y no la practicidad la que impulsó a la pareja de hermanos a seguir comercializando lo que para muchos era ya una antigüedad. “Somos unos románticos que en muchas ocasiones anteponemos lo que nos gusta a lo que realmente tendríamos que hacer, porque anteriormente Linacero era una cadena que tenía cinco tiendas con gran distribución, que importaba y exportaba a principios y mitad de los 90. Pero la crisis nos cogió en pleno crecimiento y nos arrolló. Entonces nos replegamos en esta tienda, y a base de vender alguna cosa más, hemos logrado sobrevivir”, relata Luis Linacero, el gerente de la tienda.
Pese a ello, el movimiento vintage, que aboga por la nostalgia desde hace ya quince años y que se ha acentuado en el último lustro, ha propiciado que el tocadiscos vuelva a formar parte de nuestros hogares. De hecho, según el portal de estadísticas Statista, «en 2016 se vendieron en torno a 435.000 unidades de LP vinilos en España, lo que supuso un incremento de aproximadamente 70.000 vinilos con respecto a la cifra registrada el año anterior».
Los discos de vinilos han invadido de nuevo las grandes superficies comerciales y los recónditos mercadillos de domingo como un símbolo clave de esta revolución con vistas al pasado. Una revolución que quizás lo único que busque sea hacernos reflexionar sobre el enorme poder que le hemos otorgado a la tecnología en nuestras vidas. “Considero que, por parte de la población, hay un cierto hartazgo hacia el mundo digital, y hay un reconocimiento de la calidad de sonido que tenía el tocadiscos y la música analógica”, asegura Luis Linacero. “El sonido analógico mantiene los graves y los medios y no resalta los agudos, precisamente lo contrario a lo digital. El inconveniente principal es que el roce de la aguja deteriora el vinilo, por lo que también puede desgastarse el sonido y la calidad”, añade el propietario del local.
Actualmente, todos los discos que llegan al mercado se editan tanto en formato vinilo como en CD, aunque, como afirma Luis Linacero, lo que más se vende son “las reediciones, como por ejemplo la de Pink Floyd, con versiones inéditas que el artista desechó porque en su momento no le gustaban. Es una paradoja, pero ahora eso es lo que se vende, hay un perfil musical, como Bruce Springsteen o ACDC, que tiene que ver más con el vinilo y otro que no”. Aunque, en definitiva, los que más discos de vinilo venden son los grandes artistas consolidados y algunos grupos independientes que optan por no comercializar su álbum en formato CD.
Hoy en día, el perfil del público que adquiere un vinilo es muy variado. Como explica Linacero: “Viene gente que compra vinilos porque solo escucha la música a través de vinilos y tocadiscos. Aunque es cierto que el disco por ser así también sirve de decoración, son bonitos e incluso hay marcos que sirven para colgarlos”.
Sin embargo, la esencia de estos discos pide a gritos seguir sonando, seguir transmitiendo sentimientos contenidos en canciones y emociones transformadas en melodías. Esto lo sabe bien Pedro Javier Gimeno, que colecciona vinilos desde hace treinta años. Su colección está formada por más de trescientos discos, la mayor parte de ellos de rock y heavy nacional e internacional. “Empecé a coleccionar porque me gustaba la música y era el único formato que había para poder escucharlo”, explica Gimeno. “Uno de los discos a los que más cariño tengo es un vinilo japonés de Kiss, que ahora mismo tendría un valor de unos 180 o 190 euros”, añade el melómano.
Porque la música es más una cuestión de gustos que de formatos, de sensibilidad más que de tecnologías y de libertad por encima de cualquier otra cosa. En definitiva, y sea donde sea, lo importante es que la música nunca deje de sonar.