Por Francisco R. Pastoriza
En estos primeros años del siglo XXI en los que nadie acierta a saber cuál será el rumbo que vaya a tomar la escritura, qué soportes van a ser los que alberguen en el futuro ya próximo las obras que hoy leemos en libros de papel, y en la que tampoco está muy claro que los escritores vayan a seguir siendo referentes destacados para lo que hoy aún se entiende por sociedad culta, algunos comienzan a plantear un futuro distinto para la escritura y los lectores. Tanto creadores como intelectuales viven escépticos las vísperas de una convulsión que va a transformar el panorama de la cultura. Nadie se atreve a asegurar si será mejor o peor. En todo caso será distinto.
Una nueva lectura del mundo
El paso de la oralidad a la escritura, la aparición de la era Gutenberg y la confluencia entre lectura y escritura, y el actual paso a la era informática, son las tres grandes inflexiones de la historia de la cultura que analiza el escritor venezolano Víctor Bravo en un apasionante ensayo de reciente publicación (Veintisiete letras) titulado Leer el mundo. Escritura, lectura y experiencia estética.
La escritura, y de manera particular la escritura alfabética de los griegos, inició un cambio espectacular en la estructura del conocimiento y configuró un nuevo tipo de pensamiento. A diferencia de los cuatro grandes sistemas de escritura (Mesopotamia, Egipto, China y Mesoamérica), la alfabética consigue producir un número infinito de frases a través de la combinación de un número pequeño de elementos.
El paso de la oralidad a la escritura fue también el paso al cambio más espectacular en la estructura del conocimiento humano. Entre las sociedades primarias (aquellas que no han conocido históricamente la escritura), y las secundarias, en las que existe su conocimiento, hay un elemento diferenciador fundamental: la memoria. En cuanto se produce la posibilidad de registrar por escrito y reproducir lo que sólo era accesible a través de la memoria, ésta deja de ocupar la centralidad de los sistemas culturales primitivos.
Desde el 3500 a. C (fecha en la que arqueólogos y antropólogos sitúan el comienzo de la escritura en la baja Mesopotamia), la mayor parte de la historia de la escritura se ha hecho en soportes diferentes al formato libro que ahora conocemos, desde las tablillas de barro a los manuscritos en papiros, pergaminos y papel.
El formato actual de los libros tiene unos dos siglos (no será hasta principios del siglo XIX cuando el libro alcance la forma con la que lo conocemos hoy. P.112) y los soportes impresos están ahí sólo desde el siglo XV en que aparece la imprenta, que propicia el nacimiento del lector moderno, el logro más preciado de la cultura. La imposición del papel como soporte, el más endeble si lo comparamos con las tablillas, los pergaminos y los papiros, fue posible gracias a la reproductibilidad que proporciona la imprenta y que supuso la desaparición del temor a la pérdida o a la destrucción del original.
En los orígenes de la escritura la religión era el referente dominante de los contenidos y actuaba como elemento de cohesión. Los sumerios consideraban que la escritura era de naturaleza mágica o divina y los egipcios la vinculaban directamente a la religión (la palabra jeroglífico significa “escritura de los dioses”). Tanto la lectura como la escritura se sometían a la razón divina, ya fuera en los judíos respecto a la Biblia, en los musulmanes al Corán, en los indios a los Vedas o en los chinos a Confucio. En el cristianismo, después de un periodo monástico que se prolonga hasta el siglo XIII, vendría un periodo laico en el que el libro sagrado se deslinda del libro secularizado, que organizará y dará fundamento al Estado.
La imprenta facilitará la aparición de la Revolución Francesa y precipitará la secularización: el paso de la fe a la razón. Hasta los siglos XVI y XVII la escritura perteneció a una élite reservada que incrementaba su poder gracias precisamente a su dominio. Mientras, la Iglesia se constituía en el poder que interpretaba toda la lectura y trataba de controlarla a través del Índice de Libros Prohibidos. El temor a perder el poder a manos de la lectura se ha manifestado desde siempre en la prohibición y en la hoguera.
Desde la destrucción de la Biblioteca de Alejandría y las hogueras de la Inquisición donde, junto con brujas y herejes ardieron también libros (incluida La Divina Comedia) hasta la quema de libros por los nazis de la Alemania de Hitler y los falangistas de Franco, y la persecución por los islamistas de los Versos satánicos de Salman Rushdie, la persecución contra los libros ha buscado aniquilar el contrapoder que representa el libro, en el que se encuentra el germen de la democracia. Leer en el libro sobre el mundo, deriva –dice Víctor Bravo– en leer el mundo como libro. Quien lee está cerca de la disposición de interrogar al mundo, puesto que la lectura (y la escritura) está unida al pensamiento de la duda y la pregunta (El hombre que lee se convierte en el hombre que pregunta; en resistencia a toda forma de poder. P.149).
En el paso de la oralidad a la escritura hubo un largo periodo en el que la lectura se realizaba en voz alta, aun cuando el lector estuviera solo y aislado. La lectura en silencio fue una conquista de la subjetividad, que ahora está en peligro por el acoso de la publicidad y los mass media. Los medios digitales y electrónicos, por su parte, parecen alejarse del libro y de la lectura en beneficio de una visión no alfabética de la cultura, que se afirma en las imágenes antes que en los conceptos. Se aproxima un debate sobre si esta situación supone la muerte del libro y de la lectura (en coincidencia con los últimos datos de la Unesco, que señalan un descenso alarmante de lectores en todo el mundo) o si supondrá una perspectiva tecnológica distinta para la cultura, en la que el libro ya no será el emblema del saber y del conocimiento, sustituido por las pantallas de la televisión, el ordenador y el móvil.
Una nueva era oral en la que no serán los ancianos los poseedores de la sabiduría a través de la memoria, sino que aquella estará en manos de los jóvenes profesionales y aún de los adolescentes (es frecuente hoy observar a adultos sometidos a la bondad o tiranía de sus hijos para el acceso a las diversas complejidades de los ordenadores. P.178). Víctor Bravo termina sus reflexiones con algunas preguntas que ocuparán el centro de próximos debates: ¿Estamos asistiendo a la muerte del lector o al nacimiento de un nuevo lector de características impredecibles?. Y, sobre todo, ante las novedades que se avecinan: ¿Es el libro hoy un objeto anacrónico?.
El escritor ¿una especie en extinción?
Lawrence Grobel es uno de los grandes periodistas norteamericanos y el que mejor domina el género de la entrevista. Su obra The Art of Interview recoge experiencias y reflexiones sobre la entrevista, que transmite a los futuros periodistas en sus clases de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA). Es autor de entrevistas históricas y de otras que marcaron tendencia en publicaciones como The New York Times y Rolling Stone y ha publicado importantes libros de conversaciones con Truman Capote, Al Pacino y Marlon Brando, entre otros.
Ahora se acaba de publicar una recopilación de las mejores entrevistas que hizo a escritores durante los años 80 y 90. En una de ellas, Norman Mailer le manifiesta que los escritores, tal y como los conocemos ahora, esos monstruos admirados y reverenciados por ejércitos de lectores de todo el mundo, perseguidos por los medios de comunicación, respetados por la alta cultura y cuyas opiniones se tienen siempre en consideración, para bien o para mal, esos seres están en peligro de extinción. Grobel eligió esta frase para titular esta recopilación de entrevistas: Una especie en peligro de extinción (Belacqva). El escritor y Premio Nobel Saul Bellow se lo confirma: lo que yo hago no significa nada, a diferencia de cuando era joven.
A lo largo de las doce entrevistas que integran esta recopilación se percibe un cierto espíritu decadentista en lo que se refiere a la profesión de escritor y a la dedicación a la escritura. Incluso Joyce Carol Oates, la escritora que destila más pasión por su actividad creadora, se manifiesta en ocasiones pesimista: En el pasado, la ficción en prosa y el teatro proponían modelos a la gente. Estoy segura de que los jóvenes obtienen sus modelos de conducta de las películas y la televisión (P.365). Y Norman Mailer, que cree que figuras como Hemingway y Faulkner son irrepetibles, es aún más explícito: Estamos pasando de la escritura a los circuitos electrónicos, la televisión, los ordenadores. La letra impresa, como tal, va a desaparecer (P.317).
Saul Bellow advierte otros cambios más radicales en la figura del escritor contemporáneo: Hoy en día, cuando un joven piensa en convertirse en escritor, lo primero que piensa es en su peinado y en la ropa que se pondrá y después qué whisky anunciará (P.32) La experiencia de la literatura está ausente de las vidas de la generación de lectores más jóvenes, y eso es algo malo (P.52). Allen Ginsberg, por su parte, echaba en falta una verdadera formación cultural en los dirigentes políticos: Hoy se ha llegado a tal punto de degradación humana que la gente admira la agresión por encima de la inteligencia y la sensibilidad (P.182).
En las conversaciones entre los escritores y el autor planea en este libro la cultura de los años sesenta (los Kennedy, Marilyn Monroe, Muhammad Alí), junto al cine, la herencia de la generación beat y la novela policíaca. También el sexo, el dinero, el éxito… Sorprenden las confesiones íntimas que Grobel consigue arrancar a sus entrevistados: los abusos sexuales a los que fue sometido Saul Bellow en su infancia, la autodefinición de Ray Bradbury como un cobarde por su pavor a los aviones, la homosexualidad de Ginsberg, el alcoholismo de James Ellroy y Elmore Leonard, el acuchillamiento de Norman Mailer a su segunda mujer, la fascinación por el boxeo de Joyce Carol Oates… Un arte, la entrevista, en manos de este hombre.