La leyenda de Lucrecia: crónica de una violación anunciada

La obra, que se estrenó el pasado 25 de marzo, estará representándose en el Teatro de la Zarzuela hasta el sábado 1 de abril

El mito de Lucrecia está esculpido en mármol. Una escultura romana fría e inquebrantable cuyo trágico destino parece condenado a repetirse eternamente. La violación de Lucrecia, producción del Teatro de la Zarzuela, busca recomponer la figura de esta matrona romana cuya violación y posterior suicido marcó el curso de la historia. Cincelar la roca y reescribir esta leyenda de piedra es lo que el director de escena Rafael R. Villalobos y la escritora Rosa Montero han intentado hacer con esta metazarzuela basada en la partitura Donde hay violencia, no hay culpa, del compositor José de Nebra (1702-1768).

La novelista madrileña ha sido la encargada de versionar el libreto del dramaturgo español del siglo XVIII Nicolás González Martínez, manteniendo intactos sus hablados originales, pero creando una narradora omnisciente, el Espíritu de la leyenda de Lucrecia, protagonizado por la actriz Manuela Velasco. Es ella la que cuenta la historia de este personaje a medias histórico a medias mítico desde la perspectiva actual, y la que presenta a todos los protagonistas. El príncipe Sexto, su marido Colatino, la criada Laureta, Tulia, su cuñada, pero también a la versión de sí misma inocente y dócil del siglo VI a.C.

La obra es la crónica de una violación anunciada en la que la culpa envuelve a todos los personajes. A Lucrecia por no haberse sentido capaz de oponerse a su violador, a Colatino por tener que enfrentarse a su Rey y a Tulia por amar a Sexto a pesar de conocer su deleznable calaña. Sin embargo, este último protagonizado por el actor Borja Luna, es el único que no asume la culpa de su naturaleza abusadora.

En el reparto lírico destacan las sopranos Marina Monzó como Tulia y María Hinojosa como Lucrecia, quienes en cada aria demuestran una gran fuerza vocal y actoral, así como el personaje de Laureta (Judit Subirana), encargado de aportar ese punto cómico de la Zarzuela a esta tragedia clásica. Sus actuaciones están acompañadas por El ensemble Los Elementos, con la dirección musical del coruñés Alberto Miguélez Rouco, que da a la partitura de Nebra el protagonismo merecido, a través de una puesta en escena barroca tradicional cuyos contrastes expresivos se adaptan a la narración.

Asimismo, la escenografía de Emanuele Sinisi ayuda a entender la reconstrucción que Villalobos pretende hacer sobre la figura de Lucrecia. En el primer acto, la fotografía Lapsus Lupus, de Luigi Ontani, un andamio, una carretilla y unas piedras desparramadas en el escenario ilustran la escena. Estas últimas serán recogidas en balde una y otra vez por el Espíritu de Lucrecia que, como Sísifo, está condenada a repetir su fatídico destino. Es en el segundo acto cuando este se cumple, y la escenografía cambia para dar paso a una gran bañera, donde la Lucrecia del pasado comete su inmolación.

270 años después de su última representación, la obra se estrenó el pasado sábado 25 de marzo en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y estará hasta el sábado 1 de abril. En la versión de González Martínez de 1744 ya se explicaba que si a la mujer la habían poseído a la fuerza, ella no tenía la culpa de ser violada. Un alegato feminista innovador en el siglo XVIII, que hoy en día sigue siendo igual de necesario, pero que quizá sea más brillante si se expone con ingeniosa sutilidad que de forma impostada. Aunque gracias a la puesta en escena y la naturalidad de Velasco, así como del resto del elenco, hace que la obra funcione, entendiéndose desde una perspectiva crítica contemporánea.

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