La adormecida voz de Zambrano

 

Benito Zambrano se ha atrevido en su tercer largometraje cinematográfico, La voz dormida, con la adaptación de la novela homónima de la escritora Dulce Chacón. Sin duda, todo un reto para el director de Solas (1999) y Habana Blues (2005), que se enfrenta a un tema tan duro y polémico como el de la posguerra española.

En la película, el universo femenino vuelve a ser, como en Solas, el eje central. Zambrano presta, esta vez, su voz al dolor de aquellas mujeres que perdieron La Guerra Civil y que fueron víctimas de la represión franquista. Para ello, nos narra las desventuras de dos hermanas, Pepita (María León) y Hortensia (Inma Cuesta). La primera, muchacha cordobesa, simple e ingenua, llega a Madrid para poder estar cerca de su hermana embarazada, que se encuentra presa en la cárcel de mujeres de Ventas. La situación, ya de por sí desoladora, empeora cuando Hortensia es condenada a muerte y Pepita intenta en todo momento evitar el fatal desenlace.

Una historia trágica en la que destacan las dotes interpretativas de las dos protagonistas, sobre todo, el memorable papel de, la hasta ahora desconocida para la gran pantalla, María León (merecida Concha de Plata en el pasado festival de San Sebastián a la mejor actriz). Con su entrañable personaje esta actriz aporta un soplo de aire fresco a la película, dando un respiro al espectador entre tanta tragedia. Por otra parte, el elenco de secundarias también es digno de ovación.

A pesar de las grandes actrices y de las buenas intenciones del director, el film falla en su conjunto y no acaba de convencer al espectador que observa la película con cierto aire de incredulidad. En esto influye la elaboración de escenas demasiado cargadas de sentimentalismo y teatralidad en las que el prestidigitador nos deja ver el artificio de su truco. Con el buen recuerdo de Solas en la cabeza, quedamos a la espera de que Zambrano despierte, de nuevo, su verdadera voz.

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