Maldita ‘Jauría’ y bendita valentía

Los actores gritan a la protagonista.
María Hervás en un momento clave del argumento
Los actores que interpretan a La Manada y, en otro plano, María Hervás, que interpreta a la víctima.
Maldita Jauría y bendita valentía.

Todos juzgamos. Todos hemos formado parte de la jauría alguna vez. El machismo y la masculinidad tóxica son dos circunstancias que permanecen todavía ancladas en la sociedad. Y nadie queda exento de ellas. Niñas y niños, adolescentes, adultos… crecemos escuchando comentarios y siendo testigos de comportamientos que, en un principio, no consideramos perjudiciales, pero que, sin ser conscientes, alimentan la jauría. Comportamientos que pueden ir formando, poco a poco o muy rápidamente, un tipo de individuo corrosivo que, hasta que no actúa llegando a su límite, o más bien, hasta que no se le acusa por sus actos, no condenamos.

El caso de ‘La Manada’ encaja a la perfección. Cinco tipos corrosivos que no sienten la culpa. Que no ven el daño ni comprenden la sentencia. A quienes, una vez más, se les da la razón. Una chica que decide denunciar, como debería ser siempre, y a quien, una vez más, se cuestiona demasiado.

¿Por qué hacer una obra de teatro de esto? ¿Por qué contar los detalles de lo que sucedió aquel día y poner en boca de otros lo que se dijo en aquel juicio? ¿Para qué dar más “bombo”?

Porque maldita jauría y bendita valentía.

La obra Jauría, representada en el Teatro Kamikaze, dirigida por Miguel del Arco y adaptada a un libreto por Jordi Casanovas, no es más que el semáforo rojo en una calle repleta de ruido absurdo y crítico. Un ruido al que pertenecemos todos cuando debatimos sobre la víctima, cuando nos preguntamos qué hacía ahí, por qué se besó con uno de los chicos, por qué no dijo nada. Un ruido que cesa, que se convierte en llanto al comprender que, poniéndola en duda a ella, lo único que hemos hecho y hacemos es señalarnos a nosotros como parte de la ya mencionada jauría. Y hay que salir de ahí. Poco a poco o muy rápidamente.

Jauría habla de un caso que desgraciadamente se repite a diario.
¿Cuántas veces hemos juzgado a la víctima y no a sus agresores?

Jauría es una reflexión que comienza en el público. Remueve conciencias. Se basa en representar lo que ocurrió en aquel juicio, condensando los testimonios, literales, para que no se haga excesivamente larga, y añadiendo actos a las palabras. Esto quiere decir que, mientras los actores hablan, se van utilizando elementos como la expresión corporal o los movimientos por el escenario para dotar de énfasis al texto. En la escena del portal, por ejemplo, la protagonista, interpretada por María Hervás, describe lo que fue pasando y, al finalizar su discurso, el resto de actores la rodean completamente. No tiene escapatoria. Es una manera de presentar los hechos; a través de una simulación que se adecúa a lo dicho en el pleito.

Jauría, por ende, es la realidad. Abierta a bocajarro y con el objetivo de animar a todos a seguir en esto. Volcar en el escenario la necesidad de apoyo por parte de la sociedad, transmitir la importancia de la lucha. Que revivió con ella y su valentía a la hora de denunciar.

Los actores que interpretan a los chicos de La Manada.
Un elenco excelente.

Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Martiño Rivas y Raúl Prieto hacen un trabajo magnífico, interpretando a los integrantes del grupo ya mencionado, así como a los jueces y abogados que formaron parte del proceso. Sin embargo, el peso dramático recae, irremediablemente, sobre la figura de María Hervás, descompuesta en lágrimas durante la hora y 25 minutos de representación. Habló así en una entrevista para El Mundo, retomando la idea que se intenta trasladar en Jauría;

“Cuando leí el texto, me resultó tremendamente seco. Soy feminista, pero no conseguía empatizar con ella. Durante el interrogatorio, ella se limitó a una descripción de los hechos muy objetiva y no los maquilló, ni le adhirió información que le podía beneficiar en el juicio. Esta chica no ejerció el rol de la víctima al que estamos acostumbrados, en el que todo se exagera. El hecho de que se quedase sola en una fiesta como los sanfermines… Aquí, empieza a activarse nuestra mente machista en la que estamos educados todos, incluidas, las mujeres feministas. Y piensas en lo que te habría dicho tu madre: «¿Y qué haces sola a esas horas?». Esto es lo importante que vamos a tratar en Jauría: intentar desactivar el distinto rasero con el que medimos las actitudes de las mujeres de las de los hombres”.

Con respecto a la escenografía; varias sillas y un espacio de paredes grises con un cubículo de azulejos blancos al fondo completan las tablas. La importancia del libreto hace que el resto de elementos pasen a un segundo plano. Sí que ayudan los sonidos; palmas, golpes al unísono con las sillas o los juegos de luces en determinados momentos. No se necesita más.

Yo salgo del teatro, un miércoles a las 10 de la noche, en shock y con la certeza de que algo, aunque sea mínimo, estamos haciendo bien. Con la certeza de que cada vez hay más gente que prefiere estar fuera de la jauría, alejarse de ella. 

¿Y tú?

 

 

 

 

 

Andrea López Gil

Enamorada del camino y de las personas creativas. "Proyecto de" seguir teniendo muchos proyectos en la cabeza e intentar hacerlos realidad. Aprendiendo a perder y a encontrarme cada vez que me pierdo.
¿Nos buscamos? / IG: @andreasinonima /

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