‘Interestellar’: ¿un paso más allá en la ciencia ficción?

Cartel de la película Interestelar
Cartel de la película Interestelar
Cartel de la película Interestelar
Cartel de la película Interestelar

En Interestellar, la ciencia ficción de los años 70 se vuelve como soporte de una historia de nuestros problemas contemporáneos: el hambre, la guerra y las dificultades en la comunicación 

Interestellar, la más reciente película del director estadounidense Christopher Nolan, escrita a cuatro manos con su hermano Jonathan, nos muestra una realidad modificada por guerras y plagas, donde no hay ejército ni variedad de especies vegetales en las haciendas. Se presenta como un escenario que nos recuerda al viejo oeste, aunque sin los aires pos-apocalípticos que poblaran las imaginaciones de los guionistas de los años 80 en películas como Mad Max. Cooper, nuestro héroe, un ex-piloto atormentado por la muerte de su mujer y por sueños de accidentes espaciales, tampoco huye del típico modelo del héroe: para buscar un nuevo hogar para la humanidad, dejará a su familia en la Tierra, a conquistar otra galaxia.

Sí, la premisa no es nueva, y ni tampoco lo son sus despliegues. Como en la ciencia ficción de los años 70, la respuesta está en mundos desconocidos más allá de nuestro sistema solar. Para alcanzarlos, si en los tiempos áureos de la NASA no había conocimiento suficiente, ahora una teoría revolucionaria podría llevarnos a resolver la ecuación para superar los límites del tiempo y de la gravedad. Para superar las fronteras del conocimiento, un mundo nuevo, con dimensiones desconocidas. Es lo que nos propone Nolan.

El fallo principal de esta tentativa de contestar a las indagaciones acerca de nuestro futuro en planetas que todavía no conocemos, es que en cada paso de los viajeros intergalácticos, es necesario explicar teorías y transformar cuestiones complejas en diseños sencillos en un cuadro blanco. Como reconoce Nolan, claramente, no es sencillo explicar agujeros negros y la imposibilidad de pasar horas en otros planetas evitando el paso de los años. Para aclarar esas cuestiones, están las amplias doses de sentimentalismo.

De hecho, los mejores momentos de la película son aquellos en los cuales tenemos que afrontar situaciones básicas, más éticas que científicas: el dilema de Cooper de quedarse o irse; la pelea con otro astronauta, y los remordimientos del profesor Brant nos enseñan que los conflictos entre solidaridad e individualismo son más complejos que la sabiduría necesaria para entender las teorías cuánticas del guión.

Y eso nos hace a volver al problema inicial que nos propone el primer escenario: ¿cómo enfrentarse con problemas tan actuales como las guerras o las plagas, no pensando en irse, sino en quedarse? Sin embargo, la producción da un paso mas allá en los efectos creados para retratar la vida fuera de la Tierra, y propone momentos dramáticos que la hacen una buena película, pero no va más allá que sus compatriotas de cuatro décadas atrás: sugerir que las soluciones se encuentran fuera, cuando pueden estar aquí mismo.

Tatiana de Souza Lima

Una periodista brasileña en Madrid. Amante de las películas y de los cafés.

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