Goya 2016: Sopor, sorpresas y políticos sin plasma (y con pajarita)

En esperar demasiado de segundas partes, Dani Rovira es un experto. Posiblemente, lo peor de la gala de los Goya de este año haya sido esperar demasiado. La noche arrancó bien, con un número musical en homenaje a los treinta años del cine español y un monólogo a cargo de Rovira. A partir de ahí, comenzó una autopista hacia el sopor, que nos hizo recordar que lo del año pasado tal vez fue un espejismo. Y es que, por bien que esté un presentador en su puesto, una gala en la que se entregan tantos premios, por fuerza, acabará siendo aburrida.

https://www.youtube.com/watch?v=_U_q4PyNIxU

Arrancó con ritmo la cosa. Nominación, premio, discurso ‘and so again’… Sin embargo, la sensación no era la misma por parte del público. Las presentaciones de los premios se hacían demasiado sosas, pero, claro, si los presentadores comienzan a enlazar chistes, la lucha contra el reloj sería aún más encarnizada. Hay cosas que son incómodas por naturaleza, como un examen de próstata o una entrega de premios de cine.

Rovira, en general, estuvo bien, pero al margen de los primeros minutos de la gala, dio la sensación de que la misma tenía más guionistas que Ben-Hur, porque los números cómicos, aunque efectivos, eran inconexos unos con otros. Así, el número musical del presentador con Berto Romero, aunque bueno, te hacía preguntarte qué narices (nunca mejor dicho) pintaba. Aunque más sorpresiva fue la actuación de Serrat con errores de sonido. ¡Llevas a un cantante como él para que no se le oiga! Claro que, puestos a cosas que pegaban menos que un Cristo con dos pistolas, el homenaje a Buñuel nos dejó ojipláticos a todos. Lo primero, porque no se explicó que la tamborrada de Calanda, localidad de donde era oriundo el cineasta, era una de las obsesiones del aragonés y, lo segundo, porque tampoco se contó quién fue Luis Buñuel. ¡Por favor, señores académicos, que hay muchos menores de 25 años que han estudiado con la LOGSE y derivados! Personalmente, agradecí los tambores porque me despertaron. Creo que a Isabel Preysler también.

https://www.youtube.com/watch?v=drbUsy06n4E

Entrando en el tema de los discursos, no ha sido el peor año. Suelen ser aburridos y llenos de llantos y tartamudeos. Claro que la culpa no es de los premiados. Es su momento, y quieren disfrutarlo. Descubrir que la gente del cine sin un guionista son un tostón forma parte de crecer. Los mejores fueron, sin duda, los de Irene Escolar (mejor actriz revelación por Un otoño sin Berlín), un caustico Ricardo Darín (mejor actor por Truman) y el de Miguel Herrán (mejor actor revelación por A cambio de nada). El joven de 19 años hizo, puede que sin quererlo, un speech sobre el valor que realmente tiene la cultura. La calle entró en los Goya y les mojó la oreja.

Claro que, para discursos, el del presidente de la Academia, Antonio Resines. ¡Ay, Resines, Resines! Por un lado, demostró que la efímera presidencia de Álex de la Iglesia fue la mejor que tuvo la institución y que, tras los intentos del bilbaíno de no poner puertas al campo, los popes de nuestro cine van a seguir practicando con los gobiernos de turno la versión sofisticada del “dame-argo-que-no-es-pa-droga-,-payo”. Lo de las muletas fue una buena metáfora de una industria dependiente de papá Estado.

https://www.youtube.com/watch?v=UCRs3o_Yja8

Los premios, que en estas galas casi siempre es lo de menos, por no decir lo de más, estuvieron repartidos con la sorpresa de Truman de Cesc Gay, que se llevó en la quiniela cinco de seis nominaciones. Que haya sorpresas en los premios se agradece, porque introducen novedades en la narración de la gala y porque es más justo. Este año ha habido una buena cosecha. La favorita era La Novia. Una espectacular versión de Bodas de Sangre de Lorca (¡Cuántos habrán descubierto que Lorca escribía teatro gracias a esta película! ¡Para que luego digan que el cine no culturiza!). Sin embargo, Truman es todo lo contrario. Una película sencilla. Pequeñita. De actores. Infinitamente tierna. Ambas se lo merecían, pero la película de Cesc Gay era apostar duro.

Inma Cuesta no se llevó el Goya, como todo el mundo profetizaba. Era un año complicado por la calidad de las interpretaciones. Natalia de Molina, por Techo y Comida, se llevó el gato al agua. A veces, un premio no te lo dan sólo por un buen trabajo (el suyo lo es) sino por lo que representa tu película.

https://www.youtube.com/watch?v=9Kt53CsOY18

En general, la animación estuvo más en el patio de butacas que en el escenario. Normal. Uno invita a tres posibles presidentes del Gobierno, a un par de estrellas internacionales y a los VargasPreysler y pasa lo que pasa.

Lo del comportamiento con Tim Robbins y Juliette Binoche vino a comprobar, una vez más, que seguimos siendo el país de Bienvenido, Mister Marshall. Vemos a un artista extranjero y algo se desencadena en nuestra cabeza. Nos suena como un mantra directamente en el cerebro: “es de fuera, luego es mejor. Es de fuera, luego es mejor. Es de fuera, luego es mejor. Es de fuera, luego es mejor…”. Y claro, nos convertimos en escabeles humanos.

Con respecto a los políticos, Albert Rivera se disfrazó de galán de CIFESA. Como si fuera Alfredo Mayo en A mí la legión o Raza. Sin bigote. Sabe que es guapo y se vistió como tal. Pero guapo de posguerra. Aunque fue con pareja, la guapa era él.

Ver con esmoquin a Pablo Iglesias nos hizo creer que el pacto está más cerca de lo que pensamos. Por un momento pensé que era Fernando León de Aranoa. Pero no. Todos hablaron mucho de política cultural (¡a buenas horas!) y me hicieron creer que, a mitad de la gala, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias rememorarían el número del principio de Bibiana Fernández y Manuel Bandera en Las cosas del querer. ¡Iluso! Eso supondría un rasgo de imaginación y conexión con el público.

Nunca entenderé qué pintan políticos sin cargo oficial en la gala. Pero claro, la inestabilidad del momento hace que no se sepa a quién pelotear, y ya se sabe que nuestro cine lleva años engatusando (o intentándolo) al político de turno para que dé “para mis caprichos moneas/ para mi cuerpo lucirlo mantones bordaos, vestíos de sea/ que pa’ ello mi payo gana más parné que tié’ un ‘surtán’”.

La parte reivindicativa, que la hubo, tomó el inteligente testigo del año pasado. Es decir, chistes políticos bien repartidos y reivindicar con talento y no desde la militancia. Aun así hubo dos momentos bochornosos: el peloteo de Dani Rovira a Manuela Carmena (una cosa es hacer chistes sobre la situación y otra que no se nos note de qué palo vamos, ¿verdad?) y cómo se censuró subiendo la musiquita el Goya al mejor documental (Sueños de sal), cuando el ganador comenzó a hablar de Cáritas. Creo que lo más vergonzoso fue que todo el mundo hiciera como si nada, salvo Ricardo Darín.

La parte del glamour no dio a penas sorpresas. Triunfaron las de siempre: Inma Cuesta, Silvia Abascal, Úrsula Corberó, Clara Lago y Nieves Álvarez. Aunque en ese terreno estaba claro que las miradas se iban a centrar en Isabel Preysler, consorte (o con suerte) del Premio Nobel. Ahí es nada. La pareja del momento cruzó el photocall como una exhalación y el autor de Pantaleón y las visitadoras tuvo su momentos presentando los goya al mejor guión original y adaptado junto a Elvira Lindo, que consiguió que las cámaras se centrasen en la viuda de Miguel Boyer. ¡Cómo si hiciera falta!

El momento más emotivo de la noche estuvo a cargo de la familia Ozores. El jefe del clan, Mariano, recibía el Goya de Honor. Fue el punto sensible de una noche donde quedó patente que ni los políticos se enteran de lo que se cuece en el cine ni los del cine de lo que bulle en la calle.

Fue un buen reflejo de lo que somos. Ozores, que conseguía portentosas erecciones de los españolitos de los 70, consiguió levantar la nostalgia en medio de un auditorio que premió una buena cinta de autor, donde se mezclaban pretendientes a tomar al poder con un Nobel que ha diseccionado ese poder desde la literatura. Una buena mezcla. Un ejemplo de ese eclecticismo que es lo mejor de nuestro país. Y de nuestro cine.

Que el mejor galán fuese Albert Rivera y lo más parecido a una estrella de verdad Isabel Preysler, sirvió para no caer del todo en una gala que, como todas, fue aburrida. Posiblemente, lo que nos decepcionó fue nuestra propia expectación, pensando que un buen conductor, como Dani Rovira, podía salvar algo que por su naturaleza ha de aburrir en algún momento. Eso sí, fueron líderes en Twitter. Claro, que en ningún canal de la competencia se programaba un reality show. Decididamente, el reino de la Academia no es de este mundo.

https://www.youtube.com/watch?v=beFLyrdjATU

David González Álvarez

Nací en León el mismo año que Sarah Ferguson se convirtió en duquesa de York y me gradué en Historia cuando Juan Carlos I abdicaba. Mis profesores me profetizaron un nefasto futuro lo que me convenció de que el periodismo era la salida perfecta. He trabajado en la Cadena COPE y Punto Radio y publicado artículos en revistas underground con seudónimos no reproducibles. Publiqué en 2010 el libro Esa bella mentira donde descubrí que la disección puede ser un género literaria perfecto. Escribo con la tele encendida, descubrí el intimismo el mismo día que aprendí a manejar una olla exprés y para mi futuro solo espero no acabar como un Kennedy.

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