El móvil marcaba las 12 de la mañana cuando justo salí del aeropuerto para respirar un poquito de aire. Había llegado a Ibiza. Me encendí un cigarro y la primera cosa que pensé fue «Joder, papá me había dicho de tener cuidado en esta isla llena de gente rara» y una pareja de abuelitos pasa a mi lado. «Todos se drogan« y enfrente de la salida un grupo de chicas, entre las cuales solo una estaba fumando y era algo electrónico. «Llena de gente hippie y rara» y veo un tío con los pies descalzos. Anda, pensé, si esto era la cosa más rara que me estaba sucediendo, ¿qué más puede pasar?
Cogí un taxi y tengo que decir que nunca olvidaré la cara del taxista, que me dijo «¿Todas esas son tuyas?», mirando a mis tres maletas y a la mochila. Y yo, con una sonrisa demasiado exagerada, contesté «Es que estoy aquí por la temporada». Y en cinco segundos, me sentía parte de ellos. Una isleña, yo también. Que acababa de ingresar en este paraíso hippie.
De la Prehistoria a la llegada de los hippies
La historia de Formentera cuenta con las primeras presencias humanas durante la etapa prehistórica de la Edad de Bronce, cuando se descubrió el monumento funerario de Ca Na Costa. Este, junto al fuerte romano de Es Caló de Sant Agustí, representan un testigo aún presente al día de hoy del paso de las culturas Púnica y Romana por la isla. La verdad es que mucha gente no sabe que estos representan artefactos “históricos” y ¡algunos suelen apoyarse para tomar el sol!
En esos tiempos, la isla estaba habitada por campesinos que vivían de lo que la tierra les permitía, el trigo. Por lo que le dan el nombre de Frumentaria («isla del trigo» en latín).
Cuando Colón llegó a América, el Mediterráneo perdió su importancia comercial y, como resultado, la isla fue abandonada de nuevo. Durante la Edad Media y el Renacimiento fue ocupada -pero sólo ocasionalmente- por habitantes de las islas cercanas o por piratas.
Fue en 1695 cuando se produjo la repoblación definitiva por parte de los ibicencos. En 1726 se construyó la primera iglesia de Formentera, dedicada a San Francisco Javier y utilizada como fortaleza para resguardarse de los ataques de los piratas; se construyeron las torres defensivas a lo largo de la costa para dar más tranquilidad y seguridad a los habitantes, algunas de ellas aún siguen hoy.
Hasta el siglo XIX, habitaban la isla unas 2000 personas que vivían de la agricultura y la pesca, pero todo cambió con la llegada del turismo. Los habitantes de Formentera estaban todavía muy “cerrados” al mundo exterior; vivían de lo que los campos les daba y de los pocos contactos comerciales con dos de las islas mayores de las Baleares, Ibiza y Mallorca. A partir de los años 70 del 900, esta etapa ha sido marcada evidentemente por la llegada de los hippies a la isla.
Los Hippies: La Joven Dolores y los Flower Party
Entre el final de los 60 y el comienzo de los 70, traídos por la pureza de los paisajes y la vida sencilla que se llevaba en estos lugares, los hippies comenzaron a trasladarse a la isla y todo empezó a tomar un nuevo rumbo. Se trataba de viajeros españoles o extranjeros que, una vez visitada la isla, no podían evitar detenerse a vivir allí. La mayoría eran estadounidenses que escapaban de Vietnam o parte del movimiento de los hijos de las flores californianos, jóvenes que en esos años empezaban un movimiento contracultural, se rebelaron contra las reglas de la sociedad y “lo establecido”.
Esos sobrevivían en la isla con los dólares que sus padres les enviaban y el dinero ocasional que sacaban de vender artesanía. No había tampoco mucho en qué gastarlo: Formentera era la más pequeña de las Baleares, 3.000 personas que habitaban estos 80 kilómetros cuadrados de isla; tocada por los dioses, labrada por los payeses y abrazada por los rebeldes, la última joya del Mediterráneo.
La principal comunidad legendaria hippie de Formentera se formó en Es Molí de Sal, en La Mola, en el lado este de la isla, es la punta más alta. Allí vivían extranjeros, pero también algunos jóvenes locales, atraídos por el sexo libre, la música, el arte y los porros de marihuana. Fue una verdadera revolución para la isla, que supo acoger con los brazos abiertos a estos visitantes excéntricos y el aliento de alegría revolucionaria que trajeron.
El asentamiento de los hippies es un hecho que ha marcado profundamente la personalidad de la isla, es un legado que aún hoy se respira en el ambiente. De hecho, Formentera siempre ha sido el destino preferido para aquel que busca tranquilidad mental y naturaleza salvaje.
La Joven Dolores ha sido protagonista de esta llegada a la isla de las flores. Era el barco que, durante treinta años, desde 1965 hasta 1995, transportó pasajeros y mercancías en la trata Ibiza-Formentera. Representa a los que hoy llamamos Transmapi y Balearia, ferries rápidos que conectan las dos islas varias veces al día.
Su primer viaje fue el 20 de julio de 1965, después de haber sido construida en un astillero de Tarragona. Podía viajar con 156 pasajeros y 3 coches, conducida por su primer capitán Juan Serra Mayans.
Era de madera, pintada de blanco con el puente verde y la barandilla roja. La velocidad era muy baja, de hecho, tardaba una hora y media para conectar las dos islas, una hora más de lo que tardan ahora.
En este barco se respiraba una atmósfera hippie, típica del momento. Aquí arriba han nacido historias de amor, música y conciertos improvisados, algunos dicen haber escuchado también a Bob Dylan y a Pink Floyd tocar; algunas son leyendas metropolitanas que han llegado hasta hoy en día y siguen abiertos debates sobre su veracidad. Además, también se dice que han nacido niños en la Joven Dolores porque a las madres no les ha dado tiempo a llegar al hospital de Ibiza.
Cuando el barco zarpaba hacia Formentera siempre decían que era como cruzar la puerta del Paraíso. Claramente, esta era la manera más auténtica de llegar allí.
Desde que fue demolida, la leyenda cuenta que a partir de ese momento es la que al más allá el alma de quien muere en la isla.
En Formentera hubo un gran reclamo artístico, además del ya mencionado Bob Dylan, fueron muchos los jóvenes isleños desenfadados, desprejuiciados y firmes defensores de la paz y el amor que pasaron por la isla. Por ejemplo, King Crimson y David Gilmour. De hecho, todo lo que representaba la contracultura del sigo XX tenía que pasar por aquí, y así, poco a poco, esta isla pequeñita, se convirtió en parada obligatoria en el circuito hippie internacional.
Formentera hoy en día
¿Qué queda de todo aquello hoy en día?
Formentera sigue siendo la isla libre y sin prejuicio de hace unos años. Hay edificios nuevos, sí, pero la mayoría no desentonan; la isla ha seguido la senda del turismo ecológico, sostenible y, sobre todo, de calidad. Un ejemplo evidente es la reserva natural de Ses Illetes, cuidada y respectada por los habitantes y los turistas a la vez. Las motos y los coches tienen que pagar el aparcamiento por la “contaminación” que traen a las playas y hay unas rutas que se pueden hacer únicamente andando.
Además, hay unos mercadillos y unas tiendas de carácter étnico en los pueblos de La Mola o San Francesc, pero es verdad que lo que caracterizaba a la comunidad hippie ya no está. Los grupos de jóvenes que consumían drogas, vivían en comunas y practicaban el amor libre ya solo forma parte de las historias de los mayores.
Formentera, la isla de la perdición y de las drogas, que ya no es. Ahora se ha convertido en el emblema del verano y representa uno de los destinos turísticos más exclusivos de España. La isla Pitiusa menos poblada, pero la más bonita.
Dentro de esta nueva isla llena de vips y bares de lujo, lo que seguramente ha quedado y atrae miles de turistas cada verano es este aire bohemio y alegre, la sensación de sentirse libre sin juicio, la belleza y los colores que desentonan.
Sobre todo, esta idea de amistad y fraternidad ha ido transformándose. Si antes lo que reunía a los jóvenes era solo la contracultura, ahora es más el trabajo. No niego que la gente llega a la isla para divertirse, beber tragos y bailar y casi nunca ver una playa que no sea la de Es Pujols.
Pero lo que he notado es que, para nosotros, «los chicos de la temporada», todo es distinto. Formentera tiene esta magia que te abraza y te arrastra con ella. Todos nosotros llegamos allí con el mismo presupuesto, historias diferentes y quizás, no tan convencidos de lo que va a llegar.
Pero llegamos allí fascinados por la magia de esta isla.
¿Qué es esta magia? Probablemente no sé muy bien explicarla, tenéis que vivirla. Un amigo mío me habló de su experiencia de trabajo allí y no pensé en nada más, sino que yo también quería trabajar allí durante el verano. Si vives allí toda una temporada, la isla llega a ser un poco tuya. Y los trabajadores, todos jóvenes entre los 20 y 30 años (ah y la mayoría italianos), llegan a ser tu familia. Nunca he sentido tan fuerte el sentido de grupo y de pertenencia como durante estos meses. Si trabajabas en la isla, eras diferente. Y seguramente tenías unas anécdotas que contar o una caleta que nadie conoce.
Entonces, el verdadero espíritu hippie ha ido abandonando la isla durante los años, aunque sí quedan algunos que sienten vivas estas virtudes. Son artesanos adultos, que han vivido estos años practicando el nudismo y fumando porros, ¡y así siguen en la isla! Además de verlos pasear por las playas, algunos se recuerdan de toda una vida, por ser personajes históricos.
Uno de ellos es Schoppi, artista hippie que tiene sus obras diseminadas por casas y restaurantes de Formentera. Hicieron también un mural en su honor por el aniversario de su muerte en una de las calas de la playa de Migjorn.
Llegó a la isla al comienzo de los 70 y murió allí mismo en 2007. Él realizaba sus obras con materiales recuperados de las playas: plásticos y cosas para reciclar, era el pionero en la protección del ambiente y de la isla.
Siempre contaba, a los afortunados que han podido conocerlos, que desde Alemania había llegado a Formentera para vivir bien y observar todo, sin nunca hablar. Que el silencio es oro. Él necesitaba de libertad y ligereza para su trabajo y solo en la amada isla lo encontró.
Otra cosa que permite a los isleños actuales revivir el aire hippie son las fiestas Flower Party, que se celebran habitualmente en la isla, para homenajear su pasado. Son fiestas de verano y hay tres de ellas cada año. La primera, a mediados de junio en La Mola, es la más popular; las otras dos son en julio, una en Es Pujols y otra en Sant Francesc. Los pueblos enteros están decorados con colores brillantes, flores y signos de la paz en todas partes. Esa suele ser una de las mejores ocasiones para mezclarse con los lugareños y divertirse hasta la madrugada.
Entonces, volví a casa, sí. Terminó uno de los veranos mejores que nunca había pasado en mi vida. Y más largo también, desde mayo hasta final de septiembre. Volví y abandoné mi casa de campo, mis amigos que ya se habían convertido en familia. También el gatito que siempre dormía conmigo. Abandoné mi cala favorita al lado de Es Caló, la que había descubierto a solas una tarde de junio.
Volví a casa con un nudo en el estómago que ni yo imaginaba. La sensación de libertad y espíritu libre que te deja la isla es única y rara. Y sabía que no era yo sola, porque mis compañeros de trabajo, es decir mis amigos, habían sentido lo mismo. Todos provenientes de distintas partes del país y con la voluntad y las ganas de volver el año siguiente. Ay, aún hablamos todos los días, contándonos un poco la vida y esperando el próximo verano.
Volví, sí. Volví con mis amigos que se despidieron al puerto, volví llorando como una niña durante todo el trayecto hasta Ibiza. Y volví tan orgullosa de mi experiencia y de la sensación de libertad que esta isla me había donado.
Con el típico collar que llevan todos los que han trabajado allí y una ola en el muslo, cogí el Trasmapi que me estaba alejando de este paraíso natural. La camiseta con la palabra Forme y la piel más morena que jamás volveré a tener en mi vida.
¿Lo que aprendí? Que allí, por fin, se podía ser libre. L’ isola che non c’è.