La Feria Internacional de Turismo organizada por Ifema bate un récord histórico en asistentes durante su 36ª edición
Más de cincuenta profesionales del turismo abarrotaban los mostradores del Ifema durante la segunda jornada de la feria para conseguir su billete. En la puerta, una señora sacaba un paquete de Marlboro de su americana dispuesta a fumarse un cigarrillo para amenizar la espera. El billete que todos solicitaban les iba a permitir viajar alrededor del mundo sin moverse de una misma ciudad: Madrid. Como siempre, había quien, precavido, lo llevaba impreso para evitar conglomeraciones. Cling, cling, sonaba cuando los asistentes pasaban el papel por el lector de códigos de barras. Ese ticket, que en realidad era una entrada, autorizaba el acceso a Fitur, la Feria Internacional de Turismo.
Un suelo con moqueta verde lucía opaco y limpio bajo los stands de Asia Pacífico y Europa. En China, una joven occidental se desperezaba haciendo taichí entre bambúes pintados en un cartón. En Corea del Sur, una pareja en kimono se fotografiaba con quién lo pedía. En Austria y Eslovaquia esperaban pacientes a que algún interesado se acercara a pedir información. Y, mientras, la cafetería de ese primer pabellón se llenaba por momentos de asistentes que preferían, antes que nada, ingerir una buena dosis de cafeína.
La muestra Fitur 2016 reservó su entrada de forma exclusiva a los profesionales los días 20, 21 y 22 de enero. Sin embargo, el fin de semana abrió sus puertas a todos los públicos dispuestos a pagar 10 euros. Este año, coincidiendo con la 36ª edición, ha batido un récord en asistencia, superando los 230.000 visitantes. Fitur se posiciona, así, como una de las ferias más importantes del planeta.
El stand de Marruecos, decorado con ventanas en forma de arco túmido, ofrecía grabados árabes. “Escríbeme ‘Luis’, por favor”, pedía un hombre de negocios al artista. “Yo siempre que voy a Marruecos les compro a mis hijos este souvenir, así que tenemos todos los nombres enmarcados en casa”, seguía explicando el cliente. El pabellón de África y Oriente Medio se distinguía por la seriedad. Los expositores gestionaban sus móviles con un ojo, mientras con el otro comprobaban que no hubiese ningún potencial cliente cerca. En el espacio de los Emiratos Árabes se empezaban a gestar negocios entre hombres engominados que se movían con seguridad y prestancia.
Fitur, foco de interés para el turismo internacional, tiene como objetivo promocionar distintos tipos de viajes y nuevas claves sobre el turismo global a empresas y a ciudadanos. Este año ha contado con la participación de más de 1.600 compañías de 165 países y regiones. Gran parte de la diversidad cultural del planeta distribuida en 67.000 metros cuadrados durante cinco días. Además, Fitur organizó gymkhanas, talleres de fotografía, promociones, degustaciones e intercambios de experiencias entre distintos viajeros. Una de las zonas con más movimiento durante esa segunda jornada fue Fitur Gay LBT en la que se llevaron a cabo charlas y mesas redondas alrededor de los stands que ofrecían viajes especializados.
En el pabellón de América destacaba el stand de Colombia por su innovación. “¿Queréis subir al ascensor térmico de realismo mágico?”, preguntaba una joven expositora colombiana. Después de registrarse, el visitante subía al ascensor. Desde los picos más altos del país, a 5.775 metros de altura, el ascensor iba descendiendo mediante un vídeo, por ríos y zonas nevadas hasta llegar a la capital, Bogotá. Con parajes más verdes, seguía descendiendo hasta Medellín. Los visitantes giraban sobre sí mismos para observar los 360 grados de vídeo que se proyectaba en las paredes de su alrededor. Finalmente, el ascensor se sumergía en las profundidades del mar del Caribe. “Esperemos que hayan disfrutado del viaje. Ahora pueden tomarse alguna cosa en la salida”.
A través de una pantalla de televisión, un camarero preguntaba al consumidor qué le apetecía tomar. “¿Aguardiente, café, un jugo natural?”, preguntaba el barman desde una fingida Colombia. “En tres, dos, uno, ya, aquí tienen sus dos cafecitos recién molidos en Bogotá y servidos en Madrid”, decía el camarero risueño. Una pequeña puerta se abría y, efectivamente, ahí estaban los dos cafés. Pum, realismo mágico.
Las empresas y stands dedicados al turismo español estaban distribuidos en tres grandes pabellones y el patio central, que se encontraba al aire libre. Ahí, unas flamencas se sacaban fotos enfrente de un Madrid City Bus con los asistentes que lo pedían. Había estudiantes paseando con grandes bolsas, gente de negocios atendiendo a sus teléfonos, medios de comunicación acreditados que se movían por el recinto con cámaras, micrófonos y libretas en busca de la noticia. Y, en medio de ese panorama ecléctico, un grupo de jóvenes con traje y maleta reía. “Nosotros venimos aquí por los regalos, por eso este año nos trajimos hasta la maleta”, confesaba uno de los estudiantes. En Fitur, además de concursos en los que se sortean viajes, se puede degustar vinos, cervezas, pinchos, frutos secos y especialidades típicas de cada lugar. Algunos stands regalan bolígrafos, pulseras, mochilas, mapas, como parte de su merchandising. Y, eso, es un motivo más para atraer a visitantes.
Uno sale del recinto ansioso por viajar. Al fin y al cabo, Fitur consigue lo que pretende: que el visitante se olvide de la rutina y regrese a casa con ganas de hacerse la maleta y coger el primer vuelo con destino dónde sea. A media mañana, las puertas de la feria seguían abarrotadas de profesionales del turismo que hacían cola para conseguir su billete. Su billete, que en realidad era sólo una entrada. Una entrada para dar la vuelta al mundo sin viajar.