Del latín ‘sperare’, de nadie Godot

Quizás sea el árbol. Ese del fondo. Beckett lo escribió: “Camino en el campo, con árbol”. Un camino cualquiera, un campo cualquiera. Pero, ah, con árbol. Una coma que reposa, que prosigue la descripción, que la enfatiza y la detalla.

Dos hombres esperan a Godot próximos a un árbol. Cae la tarde y cae el tiempo junto a ellos. Mientras, hablan sin decirse nada y diciendo, al aire, a quién, muchas cosas (“–Me harías reír, si me estuviera permitido. / –¿Lo hemos perdido? / –Lo hemos vendido”).  Surgen de pronto otros dos hombres, igual de desorientados, que permanecen un rato. Y un muchacho llega con un mensaje. Cae la noche y cae el telón sobre ellos. Un nuevo día, mismo camino, mismo campo, mismo árbol. Mismos hombres perdidos y anhelantes. Mismos extraños que regresan para después marcharse. Mismo muchacho, mismo mensaje. Godot no vendrá hoy pero, mañana, mañana seguro que sí.

“¿Ayer? Estaríamos en otro departamento, en otro vagón… El vacío abunda”.

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Ambiente en el teatro momentos antes del comienzo de la representación.

Esperando a Godot es una de las obras más conocidas de la literatura y la principal representante, pese a que su autor, Samuel Beckett (1909-1989), nunca aceptó dicha etiqueta, del llamado teatro del absurdo, surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Historias sin trama, diálogos incoherentes, personajes perdidos. Y la pregunta constante sobre el hombre, su existencia y si acaso ésta tuviera un significado. Pertenezca o no a esa corriente, lo cierto es que Esperando a Godot posee muchos de sus rasgos, y su carácter universal ha hecho que aún hoy, como muchos otros clásicos, se siga interpretando. Porque la espera(nza) siempre permanece.

Hasta el próximo 19 de junio, el Teatro Alfil de Madrid exhibe cada domingo la versión de la obra que dirige Vicen Morales y produce La Nuca Teatro, compañía murciana que en 2014 llevó a escena La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Su apuesta, bastante fiel al texto original de Beckett, añade un tercer vértice, tan insospechado como apropiado, al conjunto contenido-escenografía: el lugar donde ambas cosas suceden. El Teatro Alfil posee algo de bohemio, algo de antiguo café de tertulias y bebidas donde, al igual que en Esperando a Godot, los grandes temas del hombre fluían y habitaban la atmósfera. Ensoñaciones basadas en hechos reales.

“Las lágrimas del mundo son inmutables. Cuando alguien empieza a llorar, alguien deja de hacerlo en otra parte. Lo mismo sucede con la risa. (Ríe). No hablemos mal de nuestra época, no es peor que las pasadas. (Silencio). Pero tampoco hablemos bien”.

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Estragon, Pozzo y Vladimir (Fuente: Teatro Alfil).

Las luces se apagan, los murmullos cesan y una pantalla lisa, sobre el escenario, anuncia un atardecer que ilumina un solitario árbol del que cuelgan telas blancas y rotas. Vladimir (Fran Freire) y Estragon (Agustín Otón) aparecen de entre bambalinas y se revive, así, desde su inicio hasta su final, cíclica historia, la espera más famosa del teatro europeo. Pozzo (Miquel Marcos) y Lucky (José Tellez) completan el cuarteto de personajes presentes, pues de los dos restantes que conforman el pentágono, el muchacho que anuncia que Godot no acudirá a la cita no entra en escena (tan sólo su voz) y éste último, núcleo de la obra, como ya se sabe, no ha aparecido hasta la fecha.

Siguiendo el estilo de representaciones anteriores de la pieza, prácticamente todos los elementos, desde el vestuario hasta el decorado, se mantienen acordes a lo que sería el contexto real de la obra y sus austeras descripciones, si bien se han introducido algunos objetos (un coche teledirigido) o expresiones coloquiales actuales (“tío”) que chirrían por contraste con el conjunto de la adaptación. Ésta, fiel, sabe moverse al ritmo del interesante y misterioso texto original de Beckett, cuyo carácter aparentemente ilógico y profundamente repetitivo puede provocar, para quien no conozca el teatro del absurdo o no guste de él, algún bostezo impaciente.

“–La llamada que acabamos de escuchar va dirigida a la humanidad entera. Pero en este lugar, en este momento, la humanidad somos nosotros”.

La luces, tras hora y media de representación, vuelven a apagarse en el pequeño café-teatro, y Vladimir y Estragon, inocentes sonrientes, congelan su rostro y aliento cara al público hasta que el telón funde a negro sus cuerpos. ¿Una ilusión eterna? Congelada de espaldas al árbol, donde dicen habían quedado con Godot, donde le esperan. Donde propusieron ahorcarse con esa naturalidad ingenua y asombrosa que embriaga todos sus diálogos. El árbol. La espera y la acción en un mismo punto. Espera que aviva la esperanza, acción que mata más acciones. Vuelva usted mañana, hay árboles que viven miles de años.

Andrea Reyes de Prado

«Lo que permanece lo fundan los poetas» (F. Hölderlin).
Humanista, curiosa, bibliófila, dibujante y extemporánea.

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