Érase una vez una malvada alcaldesa que gobernaba el pueblo de Storybrook, un pueblo sin tiempo y sin memoria. Un pueblo que verá trastocada su estabilidad con la llegada de Emma, la protagonista del cuento de hadas en el que todos los habitantes viven, y de la maldición que todos comparten. En Storybrook conviven los personajes de los cuentos con los que nos dormimos, y soñamos, de pequeños. Entre estos extraños vecinos, un niño que cree firmemente en que los cuentos de hadas son reales, en que la imaginación no tiene porque ser fantasía, en que cada uno interpreta el rol de un personaje de cuento.
Jennifer Morrison protagoniza esta serie marcada por la magia de su imagen y de los pequeños detalles que nos ponen muy fácil transportarnos al mundo de la ilusión, de las hadas buenas y de las manzanas rojas. Emma, como cualquier adulto, parece escéptica a creer que los cuentos de hadas puedan ser realidad y que los príncipes encantados existan.
De la bondadosa Blancanieves al malo malísimo Rumpelstiltskin, todos los vecinos de Storybrook están marcados por la división entre la vida real y la fantasía. Once Upon a Time no sólo enamora por su imagen, por sus héroes y villanos, por esa parte de niño que todos conservamos y que nos hace creer que los personajes pueden saltar de los libros a la realidad; sino por sus enigmas, por esa parte de adulto que todos tenemos y nos hace querer saber siempre más. Que nos hace odiar a los malos y adorar a los buenos como nos enseñaron los Hermanos Grimm o Perrault.
No es sólo un viaje por nuestra infancia, también por los últimos años de nuestras vidas, en los que cambiamos las hadas por las series. El episodio piloto se permite magistralmente hacer algunos guiños a Perdidos, con la que comparte productores. Y esa manera de narrar, de dejar volar nuestra imaginación, ya ha conseguido que la cadena ABC la diese una primera temporada de 22 capítulos, 40 minutos con los que seguir soñando cada semana.