Garrigues comenzó con una cámara compacta en Nueva York cuando estaba embarazada de mellizos, miraba al suelo para no caer o tropezar. El suelo se convirtió entonces en un lienzo en blanco dónde ocurrían tantas cosas que agarró su cámara fotográfica y comenzó a plasmar todas aquellas texturas, materiales e impresiones que para el resto no existían. Esta visión que pronto descubrió que era efímera, le llevó por varias ciudades (Hamburgo, Londres, Lisboa, entre otras) donde retrató durante los últimos seis años como era ese lugar donde ocurrían tantas cosas como personas pasaban por encima. Ya con una réflex, sin usar zoom ni Photoshop regresa a Madrid. Al descubrirla «abierta en canal” el pasado verano, Garrigues comenzó a desarrollar este mismo trabajo, titulándolo: De Madrid al Suelo.
Acotó su campo de actuación entre la calle Alcalá y Ortega y Gasset, colmadas de obras y de un constante suelo cambiante. En las chapas metálicas, líneas de aparcamiento y el alquitrán encontró un lienzo perfecto en el que mostrarnos la vida que tenía ese suelo que al resto tanto molestaba, pero que a ella le servía para hacernos ver que nada es lo que parece.
La abstracción de una realidad oculta para el resto se transformó en el centro de su obra y, junto su carácter impresionista, le otorga un potente efecto final al ampliar esos trozos de realidad y llevarlos a la tela, metacrilato o al aluminio.
Ante una obra de Garrigues podemos descubrir el elemento real que ha sido fotografiado y descontextualizado o quedarnos con unas composiciones bellas, equilibradas y sobre todo intrigantes. El suelo no simboliza nada, tan solo que puede llegar a ser bello a su manera, incluso cuando encontramos en él basura, cartones o agua de cloacas. Estos elementos los reinterpretó como espectadores silenciosos de todo lo que sucede en las calles de una gran ciudad, de cualquier ciudad.
Otra parte de su obra se desarrolla en torno al juego de palabras, de esta serie solo tenemos una pieza en MS que es una caja de luz donde podemos leer “Eros” el amor que entre todo este caos renace como un ave fénix. Renace del suelo, de las alcantarillas de bomb-eros para adentrarnos en un lenguaje inteligente que nos acerca al Duchamp del gran vidrio donde a la parte superior denominaba «MAR» y a la inferior «CEL»: mar y cielo contrapuestos y que a su vez formaban las letras de su nombre. Garrigues hace algo similar, mirar hacia abajo en vez de hacia arriba, yendo en contraposición a toda nuestra cultura occidental, quizás mas cercana a culturas aborígenes sudamericanas dónde el suelo o la tierra, es mucho mas sagrado que lo visible o el cielo.
La obra de Garrigues está a caballo entre lo plástico y la fotografía, la abstracción y el impresionismo, un materialismo casi palpable pero que confunde elementos con intención, con una carga de simbología propia, llena de enigma y cercana al mismo tiempo. Cuando descubres lo que estás mirando te metes dentro de su obra, lo reconoces como algo propio que llegas a entender y que complace, aunque a nivel personal me gusta mas mirar su obra sin ver, buscar en una de ellas un paisaje lunar, en otra un campo castigado por el fuego, en otra una reinterpretación de un Burri el misterio es potente pero el titulo, de otro lado es iluminador, lo que nos da la posibilidad de elegir con qué ojo mirar.
Ha realizado una serie de 30 piezas que permanecerán expuestas en la galería Ms hasta el 30 de Noviembre. Sin duda, Garrigues no podía haber empezado su carrera como fotógrafa con mejor pie, un pie bien pegado al suelo.