El Nombre llega al teatro

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Es curioso cómo una simple tontería, una broma que hace un día un graciosillo sin mala intención, puede desatar una vorágine de malentendidos, discusiones, insultos, enfrentamientos y situaciones tremendamente embarazosas. Como una piedrecita genera ondas cuando se tira al lago, así ocurre a veces en las reuniones más cotidianas y el cine es el primero en hacerse eco de estos “marrones” que surgen de la nada. Por ejemplo, la comedia de enredo, si bien no refleja esta realidad del todo, parte de una situación tan simple que a veces parece absurda para enredar a los protagonistas en un embrollo cada vez más complejo en el que no recuerdan cómo entraron. La fiera de mi niña es el ejemplo dorado de este género. No obstante, hay películas más cercanas aún a esas situaciones aparentemente pacíficas pero incómodas. Un dios salvaje es fiel reflejo de algo así, aquí dos parejas de padres que buscan aclarar tranquilamente una riña entre sus hijos termina sacando lo peor de la raza humana. Estas historias generan personajes prototípicos con los que el espectador encuentra fácil identificarse porque retrata cuestiones tan reales como la vida misma, he ahí la clave de su éxito.

Algo así es lo que ocurre con El nombre, que llegó recientemente a los escenarios. Esta obra debutó en los teatros de París en 2010 para ser posteriormente adaptada a la gran pantalla por sus autores Matheu Delaporte y Alexandre de la Patellière. Viajó a España, primero asentándose en Cataluña en 2013, versionada por Jordi Galcerán, con gran acogida de público y crítica y ahora aterriza en Madrid para acomodarse en el Teatro Maravillas desde el pasado 26 de abril, esta vez dirigida por el maestro Gabriel Olivares. El reparto está compuesto por figuras tan reconocidas como Jorge Bosch, César Camino, Kira Miró y Antonio Molero.

escenaEl argumento de la obra gira en torno a una cena organizada por un grupo de familiares y amigos para celebrar el inminente nacimiento de un nuevo miembro del clan, durante ésta se habla del nombre que los padres piensan ponerle al bebé y a raíz de la elección se desata una cadena inmensa de conversaciones subidas de tono que darán al traste con el feliz plan. “La historia se centra en la familia, eje de la vida de las personas” dice Olivares. Y continúa “Me encanta este texto, está muy bien construido y da en el clavo. El desastre se desata cuando el personaje de Vicente dice el nombre del niño, dando el primer soplo al frágil castillo de naipes que acaba cayéndose. La comedia avanza a la par que va destruyendo la armonía y las creencias y bases que daban por firmes algunos”.

El director ha escogido recrear una ambientación hiperrealista, donde incluso pueda verse el humo que desprende el té al humear porque no cree que esta sea una representación que pueda verse desde la abstracción. Asímismo, profundiza en los personajes, todos ellos tienen personalidades excesivamente marcadas y prototípicas, una la silenciosa, otro el bufón y aquí evolucionan hasta sacar todo lo que guardan dentro: “Llega un momento en que hay que dar un golpe en la mesa para que las cosas cambien. Esta narración recoge un punto de inflexión hacia la madurez personal. Las cosas tienen fecha de caducidad y los hombres evolucionan”, asegura. gabriel Olivares

 Se han querido rescatar algunos elementos de la versión cinematográfica y trasladarla a las bambalinas. El hecho de conservar la voz de un narrador omnisciente que conduce la trama se mantiene intacto, al igual que la rapidez en los diálogos de los actores. No tiene elipsis ni elementos temporales que alteren el presente, refleja la anatomía del instante y de lo espontáneo que puede ser el carácter de los hombres. Los protagonistas son gentes cultivadas que acaban descubriendo sus más bajos instintos. En cuanto al grado de dificultad en la traducción y versión del francés al español, no existió ninguna complicación: “Las cuestiones lingüísticas no han ofrecido demasiados problemas. La obra se ríe de la clase media intelectual que existe tanto en España como en Francia”, asegura Galcerán.

 Olivares ha reflexionado largo y tendido sobre las posibles reacciones de los espectadores ante la función y espera generar múltiples carcajadas y alguna que otra sonrisa congelada en este relato atemporal y universal, El nombre, donde la mejor decisión, mal tomada,  despierta a las bestias.

 

Cristina González Boyarizo

Periodista, redactora de la sección cultural en www.lasemana.es. Actualmente cursando Máster de Periodismo Cultural.

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