La familia es un pilar fundamental en la vida de cualquier ser humano. Los padres se convierten en un refugio y un ejemplo a seguir para los hijos. A veces, incluso llegan a compartir negocio. Así eran los Puccio, una familia respetada y aparentemente normal del barrio bonaerense de San Isidro que conmocionó a la Argentina de los años 80. Entre 1983 y 1985, durante el final de la dictadura y el comienzo de la democracia, Arquímedes, el patriarca de la familia, secuestraba, extorsionaba y asesinaba a ciudadanos pudientes. Para ello, contaba con la ayuda de sus hijos mayores, Alejandro y Daniel. Su esposa, Epifanía, cocinaba para los “huéspedes”, como llamaban a los secuestrados. El resto de los hijos miraba para otro lado.
En la película El clan, recientemente estrenada en España, el cineasta argentino Pablo Trapero (1971, Buenos Aires) refleja con maestría a través de esta familia la corrupción moral de la Argentina de la época dictatorial. El director de Carancho (2010) o Elefante Blanco (2012) parte de unos hechos concretos, la crónica más íntima de esta familia, para mostrar un país en el que las viejas glorias del régimen, como Arquímedes Puccio, se dedicaban al negocio criminal con total impunidad. El clan ha sido un éxito en su país de origen y le ha valido a Trapero el León de Plata al mejor director en la Mostra de Venecia.
Encabeza el reparto un brillante Guillermo Francella, que deja de lado su vis cómica en El misterio de la felicidad (2014) para interpretar al líder del clan Puccio. Arquímedes es un hombre frío e imperturbable, capaz de matar a quien sea o chantajear a su propio hijo sin pestañear. Francella se mete tanto en el papel de Puccio que basta con una sobrecogedora mirada gélida del actor para provocar miedo en el espectador.
En contraposición con el asesino sin escrúpulos que es Arquímedes, encontramos a Alejandro, su hijo mayor. El actor Peter Lanzani convierte hábilmente a este personaje en el eje emocional de la trama, con el que el público empatiza desde el primer momento. Se trata de un joven influenciable en continua crisis de identidad y víctima principal de su padre. Por un lado, está el Alex jugador de rugby al que todos sus compañeros quieren y respetan, y por otro, el Alex atemorizado por Arquímedes que sirve de señuelo para el secuestro de alguno de sus amigos.
Trapero confronta con sutileza e ingenio el día a día de la familia Puccio con el “oficio” al que se dedican asesinos y encubridores. Se repiten las escenas en las que Arquímedes ayuda con los deberes a su hija pequeña, la madre corrige exámenes de sus alumnos y el resto de la familia ve la televisión. La música que siempre suena a todo volumen no consigue acallar del todo los gritos del secuestrado de turno. Sin embargo, los Puccio se comportan con una inquietante normalidad.
El director vuelve al cine de género, donde se mueve como pez en el agua. Sin embargo, esta vez va un paso más allá y apuesta por un estilo propio de las películas de gánsteres, con una familia que fácilmente podría haber salido de Uno de los nuestros, de Martin Scorsese, o con un patriarca que poco tiene que envidiar a El Padrino. Trapero encuentra para ello un aliado en la música, fundamental a la hora de dotar de dinamismo y energía a la trama. Temas de Virus o el I’m Just a Gigolo de David Lee Roth son todo un acierto a la hora de amenizar los montajes paralelos que combinan escenas de sexo entre Alejandro y su nueva novia, con las agresiones a los secuestrados. Lo mismo ocurre durante los últimos minutos de la película, donde los acordes de Sunny Afternoon, de The Kinks, agilizan la acción y acentúan la sorpresa del espectador ante un inesperado final.
El clan es una película honesta, sin tapujos, con un Pablo Trapero en estado puro que invita a la reflexión. ¿Fue la familia Puccio víctima de la época que tocó vivir a Argentina? ¿Hasta qué punto un padre influye en las acciones de un hijo? ¿Puede el ser humano interiorizar el secuestro de personas como “un oficio normal”? Es imposible desentenderte de los Puccio una vez que sales del cine. Se trata de una historia real que deja en evidencia lo que el ser humano es capaz de hacer. “Todos guardamos cadáveres en el armario”, afirmaba Trapero en declaraciones a El Periódico. El clan nos invita a mirar a esos cadáveres y enfrentarnos a ellos.
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