EL CIRCO DEL SOL CORTEJA EN MADRID

Magia, equilibrio, riesgo, fuerza, malabares, risas, emoción, acrobacias, volteretas, ilusión, piruetas y aplausos. Muchos aplausos. Todo ello con una música sobrecogedora, un vestuario exuberante y una iluminación  impecable. Corteo, cortejo en italiano, es el título del nuevo show del Circo del Sol que comienza en Madrid su gira por España. Abrir bien los ojos, agudizar los sentidos y, sobre todo, no olvidarse de respirar son los pasos necesarios para disfrutar al máximo de una función que tiene más que merecido el calificativo de: espectáculo.

Mis padres me contaron (yo no lo recuerdo) que la primera vez que fui al circo bajé de la grada para bailar en el escenario con Blancanieves y los siete enanitos. La pasada tarde, sin embargo, me hubiera sido imposible moverme del asiento: estaba completamente cautivada por una representación que desafía la lógica y las leyes de la física.

Las luces se apagan y sobre el escenario se cuenta la historia de un payaso que, en su lecho de muerte, mezcla sueños, recuerdos y alucinaciones que cobran vida en forma de números tan im-posibles como in-creíbles. En el primero de ellos, tres lámparas bajan del techo de la carpa para sostener los giros de las trapecistas, que recorren sus entresijos bajo la mirada de todo el elenco de artistas que presentan el espectáculo desde la pista.

Tras esta fascinante apertura: las camas elásticas. Sin olvidarse de la interpretación, los artistas trazan auténticos dibujos en el aire entre volteretas y saltos mortales. El público, entusiasmado, aplaude con fervor. Pero aún no ha visto nada. Faltan los malabarismos, el trampolín, los aros, la escena de la equilibrista acompañada por la melodía `El cielo sabrá´, o el fabuloso momento de los globos de helio.

Entre número y número, gags humorísticos perfectamente cuidados deleitan al público adulto que, desde la butaca se siente niño y, con una sonrisa y brillo en los ojos, se deja envolver por la magia de los personajes, el colorido, las luces y los sonidos.

Como en toda función que se precie, lo mejor se reserva para el final. El vértigo y la fluidez se combinan en las acrobacias sobre la pasarela elástica y, junto con un dúo de correas aéreas que deja sin aliento a los espectadores, es este uno de los números más aclamados.

La ovación hace temblar la carpa al término de la representación; y yo me despego de mi asiento para sumarme a los vítores que homenajean el magnífico trabajo de los artistas de Cirque du soleil. Si aquel circo de barrio de mi infancia consiguió que me sumara a los bailes de los payasos, este, sin lugar a dudas y años después, ha conseguido volver a cortejarme con el mismo hechizo inocente de entonces.

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