Si algo define a la fotografía y al vídeo es la capacidad de captar el momento, el instante, ese tiempo preciso, definido en segundos, minutos y horas, capaz de mostrar la vida, un instante que permanecerá siempre en la retina propia y colectiva. No se puede engañar a lo que capta una cámara, la felicidad y la tristeza quedan plasmadas. Artilugios como el photoshop o los editores de vídeo no pueden ocultar lo que pasa en el universo, en las calles, en las personas. Edgardo Aragón, un joven fotógrafo mexicano nos muestra “su mundo”, su país, la zona sureña de Oaxaca, lugar castigado, desértico tanto en vegetación y fauna como en personas, expuesto a la migración urbana y devastado por las empresas e industrias multinacionales que pretenden enriquecerse a costa de la salud y la existencia de otros. Un entorno hostil, de sueños frustrados, un páramo donde la clase más humilde y trabajadora del sur de México intenta subsistir gracias a la minería. Ahora el pillaje y la desesperanza se ha adueñado de este entorno y de sus gentes llegando a un punto donde sus estómagos y espíritus han quedado vacíos.
El espacio artístico y fotográfico Tabacalera trajo a la capital el día 12 de marzo en la Calle de Embajadores, 51 Desde Oaxaca, retrato colectivo, donde la arquitectura, la costumbre, la vegetación y la gente se abren camino. Una cruda muestra de la situación que viven cientos de personas. En la muestra, Edgardo es capaz de sacar atributos y sentimientos, valores tan ocultos que sólo el ojo entrenado puede llevar a la luz a un público que se ve cautivado por un drama, donde las luces, las sombras, la arena y el romanticismo conmueven a un espectador abrumado, sorprendido por la idea de encontrar tanta belleza en un entorno que muchos calificarían de indeseable. Una exposición que muestra al ser humano, trasladando que bajo todo el mal, el negro más oscuro y la inmundicia, existen metáforas, paisajes que evocan las pinturas románticas e impresionistas del siglo XIX.
Un recorrido que se puede disfrutar hasta el día 4 de mayo y donde el espectador, a pesar de sentirse consternado por lo que contempla e inundado por la empatía, logra salir al exterior con la idea clara de apreciar lo que tiene y con la convicción de que los términos maniqueos de blanco y negro, bien o mal, no existen. Que bajo toda esa capa de suciedad, combustible negro y manchas de carbón se esconden seis fotografías y tres vídeos capaces de regalarnos un mundo capaz de cautivar con sus puestas de sol.