Parece mentira que los Reyes Magos, esas tres figuras imponentes del Belén que vienen siguiendo una estrella desde Oriente, con sus trajes engalanados, su corte de pajes, sus camellos y sus regalos, se vean ahora amenazados por un gordo del Polo Norte, vestido de rojo y que viaja en un trineo tirado por renos, uno de los cuales lleva una nariz de payaso luminosa. Parece mentira pero es verdad; cada año, más familias se pasan al lado oscuro (o, en este caso, rojo) de Papá Noel y abandonan a nuestros queridos Melchor, Gaspar y Baltasar.
¿Conseguirán los Reyes imponerse por encima de Papá Noel? Es un tres contra uno; no deberían tener ningún problema. Aunque no podemos olvidar que el hombre está muy gordo y tiene nueve renos con cuernos para ayudarle. Bueno, siempre se puede adoptar una actitud conciliadora, abogar por la paz y establecer una relación de convivencia entre ellos. Si en España ya se ha conseguido con el Olentzero y el Tió, no creo que un gordo bonachón vaya a ser quien se niegue a ello. Y en el fondo es mejor para ellos porque así se pueden repartir los regalos, que la crisis nos afecta a todos.
Algunos andarán un poco perdidos. ¿Olentzero y el Tió? ¿Quién son esos? ¿Acaso llevo toda mi vida celebrando mal la Navidad? No se preocupen, se trata de figuras navideñas que actúan a nivel provincial. Olentzero es un carbonero vasco, bonachón y muy aficionado al vino y a la buena comida, que, habiendo ido al monte a trabajar, se entera del nacimiento de Jesús y baja al pueblo a comunicar la buena nueva cargado de regalos para los niños. La tradición del Tió es catalana: se trata de un tronco de árbol cubierto por una manta al que los niños le pegan con palos. Tras el apaleamiento, se levanta la manta y, sorpresa, bajo el tronco hay regalos y dulces.
Llámenme conservadora pero yo me sigo quedando con los Reyes. Y sé que dar los regalos en Nochebuena tiene mucha lógica, no voy a negarlo, porque así los niños tienen todas las navidades para disfrutar de sus juguetes nuevos. Pero, para mí, los Reyes Magos suponían el remate final de las fiestas navideñas: a lo largo de las vacaciones ibas acumulando ese nerviosismo latente que iba haciéndose más palpable según pasaban los días hasta que el día 5 ya despertaba de su letargo con la Cabalgata. De hecho, la Noche de Reyes era el único día de las vacaciones (y del año) en que mis padres no tenían que insistirme para que me fuera a la cama; al revés, me iba yo por mi propia voluntad porque «cuanto antes me acostara, antes me levantaba». Y, cuando me levantaba, ahí mis navidades alcanzaban su clímax: mis padres en el salón esperándome (nerviosos ellos también), toda la casa con olor a roscón de Reyes recién hecho y, debajo del árbol, un montón de paquetes. Mi cara debía expresar la felicidad en estado puro. Por fin, ¡los Reyes Magos habían venido!