Cien años de «La Recherche» y de su «Magdalena proustiana»

MarcelProust_B&W

Paris, 1913. Hace cien años se publicaba Por el camino de Swann, primero de los siete volúmenes que construyen En busca del tiempo perdido (A la recherche du temps perdu) del escritor francés Marcel Proust: obra monumental y, todavía, llave para comprender nuestros tiempos.

De hecho, nosotros también queremos homenajear este gran cumpleaños, a través de una pequeña y famosa imagen que abarca, en sí misma, el sentido entero de la obra, hacíendose resumen de los significados más profundos y convertíendose en génesis del termino pruostiano. 

Y empezemos por esta palabra, proustiano. Es uno de esos términos que ya entraron en el lenguaje común. Así como decimos que es kafkiana la situación en la cual pasamos de un despacho a otro sin parar para renovar un documento cualquiera, igualmente, cuando un perfume, un sabor, o cualquier otra sensación nos llevan de repente al pasado, estamos convencidos de haber vivido una experiencia pruostiana.

Con más precisión, alguien podría decir que esta particular sensación, profundamente relacionada con el recuerdo, haya sido su magdalena. De hecho, la más famosa entre las experiencias de memoria involuntaria, a través de las cuales el protagonista de la novela (se supone Proust mismo) reconquista su propio pasado, está ligada a este particular tipo de bollo.

«Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo.» 

Aparentemente todo es muy sencillo, pero, examinando más de cerca este objeto, este talismán que ha permitido el milagro de la intermitencia del corazón, empieza a descubrirse un nivel narrativo mucho más complicado y profundo. Se trata de un dulce que todavia se produce, sobre todo en Francia: un pequeño bollo suave, decorado con surcos en la parte superior. Quien lo prueba puede que no se dé cuenta pero, sus líneas ornamentales no son casuales: reproducen la imagen de una concha, y específicamente aquellas que los peregrinos que regresaban de Santiago de Compostela se cosían, durante la Edad Media, a sus mantos para indicar el buen éxito del viaje (las llamadas coquille de Saint-Jacques).

Entonces, el bollo/concha denota que el narrador (y el escritor) también se ha puesto en marcha. El destino no es menos profundo o místico que lo de los antiguos peregrinos: la revelación de una dimensión sagrada e intangible de su propia vida.  De hecho, es exactamente este elemento el que podrá guiarnos en la lectura de la obra entera.

«Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convertiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia de Combray entero y sus alrededores, todo eso pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.»

Francesco Scagliola

Italiano, por suerte o desgraciadamente. Graduado en "Letras" antes y en "Periodismo" luego. Buen mediocampista cuando ocurra. Culturalmente híbrido: de padre helenista y madre springsteeniana.

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