Cien años caminando entre olmos secos

campos de castilla

La meseta castellana, Soria, los olmos, Leonor. La mirada de aquella niña que caminaba al lado del poeta más social de los hermanos Machado, Antonio. Todo eso forma parte de Campos de Castilla, de cuya primera edición se cumple ahora el primer centenario. A todos nos hacen aprender de memoria poemas en el colegio. No entiendo muy bien la función de ese empeño de los profesores, pero a mí me sirvió para descubrir cómo la poesía podía hacerte navegar en las descripciones y dibujar en mi cabeza paisajes que aún no había visto.

 

Al ritmo del discurrir del Duero o del corretear de pequeños animales por la corteza ajada de un olmo seco, me perdí en una Castilla que no correspondía a mis recuerdos estivales de la Segovia de mi infancia, llena de vida y de niños, de bicicletas y de bocatas de tableta de chocolate y de tardes en el río.

El sevillano se preocupa por los problemas de la época: pobreza, injusticia social, etc. Busca la esencia de España en tierras castellanas, a las que mitifica, en su búsqueda de unos valores nacionales comunes a todos. Su lenguaje está mucho más purificado, ya que buscan la esencia de la poesía, su sustrato último. Por ello, los recursos literarios son escasos y escogidos, con ciertas notas de humor. Pero los ejes sobre los que se desarrolla el poemario son el paisaje en su vertiente más social, como metáfora del cierto existencialismo noventayochista tamizado por el modernismo que nutrió su juventud, España y la muerte. El poeta, como harían los místicos, recurre a símbolos, a veces oscuros, para revivir su experiencia recurriendo a un lenguaje figurado que dibuja su mundo, sin obviar el nombre de las cosas ni adentrarse en el juego metafórico inútilmente laberíntico que alejan al lector del camino que se hace al andar.

Machado parece salirse de su universo interior para enfrentarse con el mundo que le rodea. Desde Soria, donde residió varios años, nos deja hondas visiones de un paisaje pobre y hermoso, de sus habitantes sufridos y rudos como olmos, de un pueblo que vive a veces rodeado de miseria. También de meditaciones sobre el pasado, génesis de tal presente, con sus anhelos de un futuro mejor. Así se incorpora Machado a la línea, en plena crisis, de la «Generación del 98«, aunque nunca estuvo muy claro que existiera esa generación.machado

No confundamos todo esto con una visión pesimista. Quizás deba añadirse que Castilla es una tierra con la que se identifica el alma del poeta. Machado sigue siendo él mismo, con sus sentimientos inconfundibles. Su evocación y su soledad se proyectan ahora sobre el paisaje castellano, como revelan los versos de esta obra, perennes en la memoria no sólo de aquellos que aprendieron a conciencia sus proverbios y cantares.

Unamuno buscaba a dios en la niebla, como quien busca una chispa al final del túnel. Machado encontró visos de ilusión entre los brazos de Guiomar. No era todo negativo. Como buenos escritores de época de crisis, no sólo económica sino también social, sabían aportar cierta crítica y cierta esperanza en sus obras más allá del pesimismo aparente. Con Campos de Castilla aprendí, pasado el tiempo y releyéndolo ahora, a apreciar una luz de esperanza en una profunda melancolía.

 

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