Chris Bell, tú eres el cosmos

Chris Bell Big Star

Existe una especie de fascinación, muchas veces inadecuada, con la muerte temprana. Ocurre de forma especial con la de los artistas. Ya sea por la capacidad que tienen para hacernos sentir parte de su obra, de su propia vida, o por el eterno interrogante que sobreviene tras su desaparición, la muerte del joven artista deja un vacío especial imposible de colmar. Esta fascinación es, en la mayoría de ocasiones, sumamente fría e inapropiada, pues reduce la vida y obra del joven músico, pintor o poeta a un charco de vómito, una jeringuilla con una dosis demasiado alta o un parabrisas hecho añicos. 

No es lo que ocurre con Christopher Branford Bell, músico que, de forma desgraciada, forma parte del sintético y gélido club de los 27. Es quizás su condición como miembro de segunda (o tercera) condición por lo que su historia nos es más cercana que la de las grandes estrellas. Está más limpia, alejada de las zarpas de curadores musicales y de aniversarios de muerte en periódicos, de clichés y de noticias regurgitadas. La obra de Chris Bell es un tesoro escondido, un pequeño secreto íntimo que te confía un ser querido.

No debió ser sencillo para un joven aspirante a músico obsesionado con la invasión británica crecer en un Memphis negro y rezumante de soul y rhythm and blues. A finales de los sesenta, tocar Shapes of Things de los Yardbirds ante un público que simplemente quería divertirse bailando se trataba de un acto de rebeldía. Rebeldía adolescente, sí, esa de la que, en ocasiones, surge algo especial. 

Chris Bell (Memphis, 1951) creció en un hogar de clase acomodada, aunque no particularmente artístico, y desde adolescente estuvo ligado a la escena musical garajera de su ciudad. Por muy marginales que fuesen sus gustos musicales no se encontraba solo, la beatlemanía era inescapable incluso en la ciudad de Elvis y B. B. King. La pasión de Bell por la música, en palabras de su hermano mayor David, “surge de la nada”. Se trata de una de esas anomalías tan delicadas en el mundo del pop y del rock que dejan tras de sí un reguero de canciones de enorme calidad artística, en muchos aspectos incluso fundacionales. 

Tras varios intentos frustrados con grupos que no llegarían a nada, en 1971 Chris formaría junto a Alex Chilton (guitarra y voz), que venía de paladear intensamente la fama con los Box Tops y su The Letter, Jody Stephens (batería) y Andy Hummel (bajo) una de las bandas de culto más relevantes de la historia del rock estadounidense, Big Star. Este grupo se convierte en la criatura de Chris Bell, su idea, su sueño en vida, un “quiero, puedo, pero no sucede” constante. #1 Record, lanzado en 1972, contenía todos los ingredientes para ser un álbum que arrojase al joven estadounidense al estrellato: rock pegadizo, canciones acústicas introspectivas… Como mencionaba Billboard en su momento: “cada canción podría ser un single”. Sin embargo, y a pesar de las constantes críticas que lo ensalzaban como uno de los álbumes del momento, #1 Record vendió menos de diez mil copias por culpa de la incapacidad de Stax Records para distribuir el disco en tiendas. Una de las grandes injusticias de la historia del rock

Aquí comienza el principio del fin de la historia de Chris Bell. Consciente de que el producto terminado era mucho más vendible, de que se trataba de un gran álbum, de que su sueño empezaba a quebrarse y de las desavenencias con Chilton, la cara principal de la banda para los medios, abandona el grupo, cae en la depresión e incluso en el intento de suicidio. Chris dio todo lo que tenía y lo puso en ese primer álbum, tras el consiguiente fracaso solo cabía una pregunta: ¿y ahora qué? 

Chris Bell 70s

Esa cuestión estuvo presente durante el resto de su vida de manera continua. En esos seis años desde el despiece de su gran sueño hasta su muerte, Chris tuvo tiempo para seguir componiendo canciones de bellísima factura, mientras libraba una constante lucha contra el abuso con las drogas y una incipiente confusión sexual, una combinación que le llevó a abrazar el cristianismo y la espiritualidad. Temas como los que se encuentran en su primer y último single, lanzado el mismo año de su muerte, I am the Cosmos y You and Your Sister, demuestran la enorme capacidad de Chris Bell para transformar desgracias en algo bello. 

Un Triumph TR7 y un poste a un lado de la carretera acabaron con su vida en 1978. ¿Fue su muerte accidental o un suicidio? No merece la pena divagar sobre ello. Chris fue enterrado con una copia de su #1 Record y su fallecimiento no tuvo ninguna relevancia más allá de Memphis. Catorce años después de su muerte, en 1992, Rykodisc lanzaría una recopilación de sus canciones grabadas en solitario a mediados de los años setenta y en 2017 Omnivore Recordings haría lo propio en un box set con seis vinilos con todo su catálogo desde sus primeras grabaciones, incluyendo el audio de la única entrevista realizada por Chris en 1975 en Londres. Fue algunos años atrás, en la década de los ochenta, cuando la obra de Chris Bell empezó a tener su reconocimiento; grandes grupos como R.E.M. o The Replacements alabaron la música de Big Star y su gran influencia en el rock alternativo de la época. Chris solo tendría un mínimo regusto de esta ansiada notoriedad: el año de su muerte Stax Records reeditaría en Reino Unido los dos primeros álbumes de la banda.

No hay nada de revolucionario en las canciones de Chris Bell, ni en su forma de ser, ni en su vida, pero sí mucho de influyente, aunque sea a pequeña escala, a veces la más importante. Su historia y su música están alejadas de cualquier tipo de leyenda o adorno preciosista y es por eso por lo que resultan tan terrenales, tan humanas, tan imposibles de dejar a un lado. Es una historia de fracaso y de muerte y de cómo, a pesar de ellos, lo bello acaba saliendo victorioso y termina siendo recordado.

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