Demasiada vagina

Zonas Húmedas

Ante determinados cambios, la flora vaginal necesita reequilibrarse. Pero a veces no lo consigue. Sirva esto como metáfora para comprender la sensación de estupor que produce abrir Zonas Húmedas (Editorial Anagrama), primera novela de la británica Charlotte Roche, y descubrir que comienza directamente en los genitales y la región perianal de la protagonista; avanzar entonces diez, quince, veinte, treinta páginas y comprobar que la narración no se aleja en ningún momento de la mencionada zona. Así, sin juegos preliminares ni pausas, no hay quien se aclimate.

Especialmente, si todo comienza con unas almorranas. Helen tiene dieciocho años y una vasta experiencia en cuanto a sexo anal y depilación íntima, lo cual no le impide que, tras una accidentada sesión de ésta última, acabe en la Unidad de Proctología del hospital más cercano a su casa. Llegadas a este punto, tanto ella como la escritora que la ha creado, que ha vendido más de un millón y medio de ejemplares de esta novela, se ven obligadas a poner en contexto al lector, que se verá bombardeado a partir de entonces por una sobredosis de entrepierna y sinónimos de vagina que, la mayoría de las veces no parecen conducir a ningún sitio, excepto al escándalo, el asco o el aburrimiento. Que cada cual elija la opción que mejor se adapte a sus circunstancias.

Detrás de tanta riqueza léxica -el libro es una excelente manera de renovar vocabulario- hay más, por supuesto. Hay, por ejemplo, un alegato a favor del derecho femenino a tener una relación sana y abierta con los genitales propios, incluso a rascarlos en público como ya hace cierto sector masculino, a explicar abiertamente qué pasa y qué deja de pasar allí abajo y, sobre todo, a disfrutar de ellos y sus condiciones naturales sin recurrir a toda esa gama de salvaslips, desodorantes y jabones íntimos que se cuelan en las pausas publicitarias de la programación televisiva. Un alegato bienintencionado, con picos bastante cómicos e incluso brillantes, pero que termina por hacerse aburrido de puro efectista.

Por otro lado, Helen es una chica con serias carencias afectivas, que se muere por ver juntos de nuevo a sus padres, divorciados desde hace años, y que reclama, en todas sus parejas y aventuras, un cariño incondicional que parece saber expresar únicamente a través de su escatológica y algo cruda manera de vivir el sexo, que incluye visitas a prostíbulos. Una idea nada transgresora y puede que hasta machista: la que achaca a las mujeres promiscuas y con alta actividad sexual una necesidad de reafirmación y afecto que raramente se atribuye a los hombres que hacen lo mismo.

 

Charlotte RocheLa autora posa con un ejemplar de la edición alemana de «Zonas Húmedas»

 

Juicios morales aparte, el problema de Zonas Húmedas reside en que lo que tendría que ser un recurso -lo escatológico- se convierte en el hilo conductor de la novela y viceversa; lo que debiera ser la verdadera trama -una chica extraordinariamente sensible escondida tras su caparazón de provocadora nata- es eclipsado por páginas y más páginas de intensas descripciones sobre sus costumbres íntimas. Que, con sinceridad: llegada la página 138, ya no aportan nada.

Pese a su indudable dominio técnico, Charlotte Roche se excede en su intención de demostrarnos que estamos llenos de prejuicios respecto a nuestro propio cuerpo y le sale el tiro por la culata: termina aburriendo, como un niño pequeño que repite mecánicamente una palabrota que se acaba de aprender.

En fin, por si a alguien le preocupaba, sí, Helen consigue recuperarse de su depilación anal.

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