El sonido de lo último de Chairlift cuenta con la combinación exacta de elegancia y horterada que se necesita para triunfar sin dar explicaciones. Con doce temas que funcionan como una revisión serena de lo mejor de Eurythmics, Something (Columbia Records, 2012)regresa a los sintetizadores y las armonías vocales de los ochenta, pero lo hace con la premeditación y la alevosía que el paso del tiempo otorga. Por eso suena tan bien.
Cualquiera que haya escuchado la radiofórmula un sábado por la noche reconocerá en Something retazos de There must be an angel, coros a lo Tarzan Boy o incluso frases musicales que recuerdan a los denostados Righeira. Todo un legado que… sí, sigue ahí, en alguna parte del subconsciente, quizás con raíces mucho más profundas de las que, en principio, imaginemos, pero sin que nadie más allá del radiocassette del coche de nuestros padres se esfuerce en defenderlo como merece.
El magnetismo de los de Brooklyn, que saltaron a la fama después de que una campaña publicitaria de iPod nano utilizara uno de sus temas, se ve reforzado por la presencia felina de su cantante y teclista, Caroline Polachek, que es como una bailarina de ballet clásico sepultada por un montón de ropa de la sección de Oportunidades de unos grandes almacenes. Uno de los comentarios más repetidos en las reseñas sobre la banda que circulan por la red es «Caroline Polachek’s outfit shocked the audience».
Sin dejarnos llevar -demasiado- por las apariencias, es de ley recordar que, al igual que la propia Polachek, Something es ese fruto tan bello que se obtiene cuando se decide calculadoramente que uno va a ser excéntrico, y que no lo va a hacer porque así lo dicte la moda, sino porque es su única manera de expresarse. En este caso, exquisita en algunos momentos, descarriada en otros, pero siempre sexy. De la manera más desconcertante.