La banda madrileña consiguió llenar el recinto con Los Nikis como teloneros, dando el concierto más importante de su carrera
El concierto empezaba a las 21:30, pero a las 18:00 el bar de los Los Torreznos, situado detrás del WiZink Center, ya estaba lleno. Olía a cerveza y a fritanga, y había tanto ruido y tantas camisetas de Carolina Durante que parecía que el evento ya había empezado. Los famosos en tres calles de Madrid se colaban por todos los rincones del bar. Escritores, periodistas deportivos y cantantes, desde Orslok y Elena (Yawners) a Alicia Ros (Cariño), lo que anticipó algunas de las pocas sorpresas que tenía preparadas la banda. Incluso el mismo Diego Ibáñez (vocalista de Carolina Durante) pasó por la puerta a saludar, horas antes del debut. La histeria colectiva que llevaba gestándose durante toda la semana por el concierto se palpaba en el ambiente.
Y es que parecía increíble que otro grupo de tíos con guitarras hubiese conseguido que si tu plan para el viernes 27 de enero no fuese ir a verles, el FOMO se apoderara de ti. Hasta Rosalía iba a ir, nadie quería perdérselo. Tras haberlo intentado en 2020, y tener que posponerlo por la pandemia, Carolina Durante iban a hacer historia en su carrera profesional, porque actuar en el WiZink significa ascender a primera división. Afuera, cerca del bar, la cola para ver a los cuatro chavales seguía creciendo al mismo ritmo que el viento se volvía cada vez más gélido. A las 19:30 abrieron las puertas y el WiZink empezó a llenarse. Nadie quería morirse de frío, ni tampoco perderse a Los Nikis. Ya que, absorbidos por la nostalgia de aquello que no hemos vivido, todos queríamos experimentar una pizca de esa Movida que nos cuentan nuestros padres.
En el escenario, un telón azul mostró las figuras de Emilio, Joaquín, Rafa y Arturo y estos, con puntualidad suiza, comenzaron su espectáculo. Los de Algete siempre fueron la única opción con la que los Carolina contaban para telonearles en su gran noche, y es que desde que comenzaron, allá por 2017, siempre los han considerado sus grandes referentes. Los Nikis se movían por el escenario como quien ya no tiene nada que perder y tocaron su repertorio clásico, que fue cantado por todos los que habían hecho bien sus deberes. «Hace mucho tiempo que se acabó, pero es que hay cosas que nunca se olvidan, por mucho tiempo que pase. Nuestros nietos se merecen que la historia se repita varias veces», recordaron en El Imperio Contraataca y así, pasaron el testigo a sus sucesores.
No pasó mucho tiempo, lo suficiente para volver a coger aliento, cuando el telón se puso rojo, y las figuras cambiaron. Era el momento de Martín (bajista), Juan (batería), Mario (guitarra) y Diego. En las pantallas se pudo leer «Canta, baila, grita, haz volteretas en el pogo, diviértete como quieras, pero respeta y cuida siempre a la gente que tengas alrededor. Os queremos», y todo el mundo supo lo que se venía cuando estos lanzaron su habitual grito de inicio: Aaaaaa#$!&. Después, una canción tras otra, con un ritmo a prueba de ventolín, e intercalando su último disco Cuatro Chavales (2021) con el primero (2019) y singles sueltos.
Se notaba que los madrileños habían vendido todas las entradas, porque era casi imposible mantenerse de pie o fuera de alguno de los testosterónicos pogos que se formaban a cada minuto. Pero también hubo momentos, entre tanta vorágine, donde se apreció la vulnerabilidad de unos chiquillos ya no tan jóvenes que todavía seguían asimilando que habían llenado un estadio. Como cuando en Yo soy el problema, basada en un poema de Óscar García Sierra, a Ibáñez se le quebró algo más que la voz. Aunque rápidamente volvió a ser él mismo de siempre y pegar brincos de forma esquizofrénica por todo el escenario, sin abrir mucho el pico. Así, hasta treinta canciones, algunas más cursis y poperas que las de los Nikis, pero con arrebatos igual de punkis.
La Noche de los Muertos Vivientes, su primera canción, fue la elegida para terminar el concierto, y para ello, los Nikis volvieron a subir al escenario. Otra vez, todo parecía decir: «Mira cómo empezamos y dónde estamos ahora». En la pista, si mirabas atrás, todo Madrid estaba allí. Quizá por eso en algún momento se notó que los cuatro chavales sentían la presión de jugar en casa, pero en un campo mucho más grande. Aún así, consiguieron que esas letras que incluso ellos paradójicamente todavía evitan llamar himnos generacionales fueran coreadas por 8.000 personas, que sí los sintieron como tal, y que salieron del antiguo Palacio de los Deportes con la satisfacción de haber formado parte de una noche que merece la pena ser recordada.