Exposiciones, conciertos, obras de teatro y múltiples homenajes recuerdan al cantante de tango, muerto en un trágico accidente aéreo el 24 de junio de 1935.
“Lejano Buenos Aires, / ¡qué lindo has de estar! / Ya van para diez años / que me viste zarpar…” Así cantaba a la ciudad porteña Carlos Gardel, su voz más icónica, en el conocido tango Anclao en París, interpretando el papel de uno de tantos emigrantes de la época. Ahora no son diez, sino 80 los años que han pasado desde la última vez que resonó su voz en teatros como el Nacional o el Esmeralda, los templos de la mítica Avenida Corrientes, centro espiritual del barrio donde se crió Gardel.
En 1935, Carlos Gardel era la figura más importante de la cultura argentina y triunfaba en toda América no sólo por su música, sino por su temprana y efectiva incursión en el incipiente mundo del cine. Acompañado de sus músicos y su equipo, Gardel se embarcaba en una de tantas giras, esta vez en Colombia. El 10 de junio llegó precisamente a Medellín donde estuvo hasta el 14 y luego viajó a Bogotá para hacer nuevas presentaciones.
El 24 de junio de 1935 por la mañana, el intérprete, en compañía de Le Pera y sus músicos sale de Bogotá rumbo a Cali, pero hace una escala técnica en el aeropuerto de Medellín, para cargar combustible y unos rollos de la película Payasadas de la vida. A las tres de la tarde, su avión, un Ford F-31 de la empresa Saco, se estrelló en extrañas circunstancias y aún en tierra con el Ford F-11 de la aerolínea Scadta. Así falleció el Gardel hombre y nació el Gardel mito.
El mito del Zorzal Criollo se multiplica con los años y con las polémicas. Se discute sobre su nacimiento, sobre su nacionalidad, sobre las circunstancias de su fallecimiento, hasta sobre su porte físico y su condición de galán. Y en general, las distintas discusiones están lejos de ser concluyentes.
Más allá de lo que el propio Gardel hizo por incrementar su fama, sobretodo en sus primeros y difíciles años, varios hechos contribuyeron a su leyenda. Su nacimiento envuelto en la penumbra, y su muerte tampoco muy clara, dan a su biografía un halo de misterio, propio de una figura de su talla. Su fecha y lugar de nacimiento ha generado un vasto océano de libros, artículos y simposios, moviendo asuntos que trascienden su figura y se imbrican con nacionalismos, con derechos de autor, y más recientemente incluso con el turismo.
La tensión entre la tesis francesa y la uruguaya sobre su lugar de nacimiento ha pasado por múltiples etapas. En los últimos tiempos, los trabajos de Martina Iñíguez, han aportado mucho al respecto. También el libro Gardel es uruguayo, publicado hace tres años, reúne mucho y buen material que avala lo que su título afirma. Pero la discusión no parece llegar a su fin, y quizá jamás lo tenga.
Fuera cual fuera su origen y su edad, Gardel contó con una “suerte cronológica”. Su lapso vital le permitió conocer varias épocas, varios mundos, desde sus años de pilluelo en Corrientes, cuando tomó contacto directo con las viejas formas musicales criollas, todavía vivas en aquel entonces, hasta los años del auge del teatro de variedades. Luego pasó a los escenarios mayores, a las salas de espectáculos y a los grandes teatros, a medida que su repertorio crecía y abarcaba mayor variedad y calidad.
Gardel tuvo el privilegio de estar dotado de una voz única, acompañada de un oído que la guiaba de forma magistral. Su talento vocal está fuera de discusión, pero sí se discute sobre su mayor o menor capacidad como compositor e instrumentista. Vocalmente tuvo todo: timbre, coloratura, oído, y una expresividad que podía recorrer la ironía, el humor o el mayor dramatismo. Contó con la suerte de poseer un natural histrionismo escénico y tuvo a lo largo de su carrera una serie de afortunados encuentros con artistas, productores y empresarios del espectáculo, que lo llevaron a la cima del éxito internacional, en el complejo periodo de entreguerras.
Pero más allá de sus condiciones naturales, y de las circunstancias en que se desarrolló su arte de cantor, luego de su muerte su mito se multiplicó de modo exponencial, curiosamente en buena medida por la suma de los misterios de su biografía y por todas las maniobras, arreglos y contradicciones que se generaron sobre él y su legado.
Las historias sobre Gardel cobran ribetes de libro de suspense. Como ejemplo sirva lo ocurrido con sus restos mortales. En Medellín fue enterrado Carlitos pero sus restos permanecieron poco tiempo allí. Armando Delfino, su albacea, logró repatriar el féretro. Antes, como si se tratara del cadáver de Evita Perón, hizo escala en poblaciones del interior de Colombia, en Panamá y en Estados Unidos. Después, partiría en barco rumbo a la ciudad de Buenos Aires. Desde entonces, lo que queda de Gardel descansa en el Cementerio de la Chacarita.
Huyendo de conjeturas y episodios difusos, para la posteridad siempre quedarán los discos, los registros de sus casi 1000 grabaciones de cerca de 800 canciones diferentes y sus múltiples películas, no menos de una decena. Hasta en ellas, en las películas, se han encontrado, o querido encontrar, pistas sobre su propia biografía. Ahora, este nuevo aniversario vuelve a poner a El Mago en el tapete, y como siempre, contradicciones y dudas parecen emborronar cualquier nítida historia real.
Pero más allá de todas las polémicas, el recuerdo de Gardel resucita estos días con homenajes en la tierra donde murió y en la que creció. En Buenos Aires se alza el telón con una exposición en el Museo Histórico Nacional que ilustra quién era, por fuera y por dentro, la mejor voz del tango argentino recorriendo su vida, su relación con la música y el cine y las circunstancias de su fallecimiento Una corbata, un mate, una pitillera, una guitarra, regalos, imágenes y telegramas son algunas de las piezas que conforman la muestra Carlos Gardel, del hombre al mito, denominación que el artista se ganó al morir en 1935 en un accidente aéreo en Colombia cuando se encontraba en la cúspide de su carrera.
A esta exposición se añaden representaciones teatrales y musicales como la de la Compañía Tempo Tango, las Serenatas gardelianas Itinerantes del Trío Peligro, la obra El Zorzal Criollo de Marcelo Ezquiaga, el documental-ficción Desde el azul del cielo realizado en 1990 sobre el Oratorio Carlos Gardel de Horacio Ferrer y Horacio Salgán e incluso la publicación del disco Morocho, un homenaje que contiene temas clásicos de Gardel en versiones nuevas realizadas por músicos de la escena local.
Asimismo, se retransmitirá en vivo de forma simultánea desde Argentina, Colombia, Francia y Uruguay el homenaje sinfónico a Carlos Gardel donde el cantante Ariel Ardit, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Medellín, actuará en el Aeropuerto Olaya Herrera, lugar de fallecimiento del artista. En ese preciso lugar se colocará una placa con el siguiente texto: “A la memoria de Carlos Gardel. Voz y sentimiento criollo del tango. Fallecido trágicamente en este aeropuerto el 24 de junio de 1935”.
“La indiferencia del mundo, / que es sordo y es mudo, / recién sentirás. /Verás que todo es mentira, / verás que nada es amor, / que al mundo nada le importa…” dice la letra de Yira… yira…, otra de sus piezas más famosas. 80 años después, el precursor del tango, aquel que hizo que las clases altas comenzaran a bailarlo y puso a la cultura argentina en el foco internacional (como le reprocharon figuras de la talla de Borges), todavía goza del recuerdo y el reconocimiento que tanto le preocuparon en vida.