«Canción para volver a casa»: la obra que trata con humor y ternura el duelo

Greta (Mamen Duch), Renata (Marta Pérez) y Rita (Àgata Roca), sentadas en un sofá en una escena de la obra.
De izquierda a derecha: Greta (Mamen Duch), Renata (Marta Pérez) y Rita (Àgata Roca).

La obra Canción para volver a casa comienza en el viejo caserón del pueblo catalán en el que vivió y murió la madre de Renata (Marta Pérez). Allí ha regresado ella, ocho años después del fallecimiento de esta, a comenzar un duelo largamente pospuesto.

A continuación, conocemos a Greta (Mamen Duch). Es pintora, está a punto de adoptar una pareja de hurones para llenar un vacío existencial y lleva un lustro sin ver a su hija.

Para completar el extraño trío protagonista, insignia de la crisis de los 40, conocemos a Rita (Àgata Roca). La pillamos en mitad de un gran dilema: el de tomarse un Trankimazin, dos, uno y medio o ninguno. Desde que suspendió por tercera vez el examen de catalán para opositar a mosso de escuadra las cosas no le van demasiado bien, lo cual tiene sentido, pues está segura de que conseguir ese empleo es justo lo que necesita para ser feliz. Un plan sin fisuras para enderezar su vida.

De izquierda a derecha: Greta (Mamen Duch), Renata (Marta Pérez) y Rita (Àgata Roca).

Quien nos presenta a estas tres mujeres y a sus traumas del pasado es Valentina (Carmen Pla). Ella aún no las conoce, pero pronto su camino se cruzará con el de las tres mujeres ante nuestros ojos. Lo primero que conocemos de ella, aún antes de que las dos tramas de la obra se mezclen, es que mantiene una relación ambigua con Jonás. Él se autodenomina arquitecto motivacional Jonás (o, lo que es lo mismo, gurú de pacotilla, hipnotista de circo barato). Sentimientos de compañerismo, maternales, de amor y deseo reprimido se mezclan en la forma en la que estos dos personajes hablan. Discuten sobre juicios, abogados y culpas, todo ello a colación de un hecho trágico: una joven paciente de Jonás parece haberse suicidado. Y, además, dejando tras de sí un poema para él como única despedida.

Con todos estos ingredientes tan prometedores, Canción para volver a casa se estrenó en el teatro Valle Inclán de Madrid el día 5 de mayo. Ha podido contemplarse durante todo el mes, hasta el sábado 29, cuando tuvo lugar la última función y un taller de conciliación para que los más pequeños pudieran también disfrutar de esta obra.

Lo que une a Greta, Rita, Valentina ocurrió hace veintiséis años, pero, en realidad (y por mucho que lo nieguen), ninguna de ellas ha conseguido olvidarlo. Triunfaron fundando una compañía de teatro e interpretando una obra del dramaturgo escocés Malcolm Logan. Sin embargo, su éxito fue efímero, pues Rita y Greta discutieron, y con Renata la relación de ambas se fue enfriando. Han tenido que esperar más de dos décadas para verse de nuevo, cuando Renata les pide a cada una de ellas por separado que acudan al caserío de su madre a acompañarla durante el proceso de duelo.

Sin saber muy bien por qué, ambas aceptan.

Así se reencuentran y, poco a poco, al tiempo que su camino se cruza con el de Jonás y Valentina, las tres amigas comienzan a reconciliarse. Se sinceran sobre cómo las ha tratado el tiempo, sobre los sueños, los anhelos, las esperanzas frustradas y la adolescencia perdida.

De este modo, mientras asistimos a ese encuentro tan emotivo y a la vez divertido con el pasado, sale a colación el tema del duelo, central en la vida de las tres amigas. Renata quiere llorar por su madre, Greta por su hija desaparecida, Rita por esas ambiciones y sueños que quedaron atrás sin que otros nuevos llegaran a reemplazarlos. Incluso Jonás y Valentina tienen sus propios procesos de asimilación de la pérdida. No solo la de la joven que se suicidó, sino también, en el caso de él, la de la confianza en sí mismo y en sus poderes. En el de ella, la del amor que nunca llega a materializarse, que se encuentra cerca y lejos al mismo tiempo.

Sin duda, es un acierto inmenso de la directora y dramaturga Denise Despeyroux tratar con humor estos asuntos. Además, sin renunciar por ello a un libreto tierno y sincero. Logra la trascendencia en su historia sin necesidad de recurrir al dramatismo y, ni siquiera el final, cuando se desata la tragedia, dejamos de encontrar esa atmósfera liviana que recorre toda la pieza.

Las actuaciones del elenco, frescas en general e intensas cuando deben serlo, también ayudan a construir este ambiente. Del mismo modo, ocurre con la escenografía. Esta recrea lugares que todos sentimos próximos y cotidianos: la mecedora de la casa materna. El sofá en el que nos arrebujamos cuando estamos deprimidos. El bar del pueblo en el que sigue atendiendo el mismo hombre que hace treinta años. Nos hace sentir como en casa, y esa identificación hace que la tristeza de los protagonistas, su miedo y sus frustraciones sean también los nuestros.

Todo el elenco en escena, en una representación en la que Albert Ribalta sustituyó a Jordi Rico.

Así, con la mezcla perfecta de lo triste, lo divertido, lo entrañable y lo doloroso, Canción para volver a casa se convierte en una pieza agradable y profunda a partes iguales, que traslada al espectador a sus propios recuerdos, sus amigas de antes, sus duelos inconclusos.

El público sale del teatro sin saber si quiere reír, llorar o hacer ambas cosas a la vez. Ahí precisamente reside la magia de Canción para volver a casa.

Sofía Guardiola

Historiadora e historiadora del arte.
Voy a exposiciones, leo y escribo.

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