Desde el cielo todo se vuelve diminuto, las nubes deberían entorpecer la visibilidad, pero el sol irradia en todo su esplendor. Algo insólito en Reino Unido, pudiendo visualizar a la perfección los pequeños hogares de colores chillones, los kilómetros de campos verdes y también los transeúntes reducidos al tamaño de una hormiga. Para adentrarnos en la ciudad de Bristol debemos ubicarnos en lo más alto para conocer todos los entresijos de una de las metrópolis con más patrimonio histórico marítimo de Inglaterra. Desde 1979 hasta la actualidad, durante cuatro días del mes de agosto, se celebra el Festival Internacional de Globos de Bristol. Aeronautas de todo el mundo acuden a esta celebración, en la finca Ashton Court, para disfrutar de una de las fiestas de globos aerostáticos más representativas de Europa. Más de cien globos surcan la localidad. Un evento que cuenta con medio millón de asistentes, los mismos que habitan la ciudad.
El monumento más visitado
Flotando entre las nubes, el viento dirige nuestro recorrido, bajo un aire caliente que se concentra en lo más alto de globo. Ganamos altura, observando desde el primer momento uno de los emblemas más reconocidos de la ciudad. El puente colgante de Clifton fue construido en 1864 gracias al ingeniero británico y francés Isambard Kingdom Brunel sobre el río Avon. Una de las arquitecturas simbólicas de la región. Desde el globo se visibiliza la estructura del puente formada por dos torres de piedra caliza colorada, influenciadas por la cultura egipcia, que alcanzan una altura de casi 30 metros. Un atributo que reúne un excesivo número de turistas todos los años.
Tal es la fascinación que en 2003 se produjo una grieta por la marea de visitantes con el objetivo, cámara en mano, de inmortalizarse en un monumento que sirve de conexión entre el barrio más adinerado de la ciudad con la reserva natural Leigh Woods, un área boscosa de dos kilómetros donde predominan ciervos y zorros.
La segunda ciudad británica con mayor número de zorros
Desde arriba no se pueden distinguir, pero entre las calles de Bristol, los residentes están acostumbrados a divisar los denominados zorros urbanos escarbando entre los contenedores o buscando cobijo en vías férreas, cobertizos o en campos alejados de la urbe. Durante décadas existe un gran debate entre la población inglesa por el supuesto peligro de estos animales, pero la mayoría de los habitantes están encantados de que se consoliden como la especie más famosa de la región, la cual solo ataca cuando es intimidada por el ser humano. Entre las alturas no se puede percibir el aullido de este mamífero de cuatro patas, que solo se ausenta de su refugio cuando anochece hasta que vuelve a escabullirse con los primeros rayos del sol.
El viento nos aleja del mítico puente para adentrarnos en uno de los barrios más acomodado de Bristol. Clifton es su nombre y es muy común visualizar a diferentes individuos engalonados con trajes de etiqueta mientras conducen vehículos de alta gama, desde el rugido de los Ferraris hasta los lujosos y codiciados Cadillacs. Mientras nos adentramos en esa esfera de glamour, una calle kilométrica se apodera de nuestra vista por las residencias lujosas que aparecen amontonadas sobre unos adoquines en perfectas condiciones, sin un ápice de suciedad. Whiteladies Road es el nombre de la inmensa calle. Un nombre que parece derivar de un conocido pub de 1746 llamado White Ladies Inn, aunque existe la creencia, entre la población, de que el nombre tiene conexiones con el comercio de esclavos.
Movimiento Black Lives Matter
En junio de 2020, la estatua de Edward Colston fue derrocada por los habitantes durante el movimiento Black Lives Matter. El esclavista británico, bristolense de nacimiento, se hizo de oro a finales del siglo XVII al transportar en sus barcos alrededor de 80.000 hombres, mujeres y niños africanos al continente americano fomentando una gran riqueza tanto para él como para la propia ciudad de Bristol. Durante décadas se le ha honrado mediante su conmemoración en calles, escuelas e, incluso, organizaciones benéficas. Su representación fue perdiendo popularidad con el paso de los años, ante un entorno más propenso a la igualdad, gracias a la lucha popular creciente contra el genocidio humano.
El arte callejero
Comienza a anochecer, son las cinco de la tarde y ya es prácticamente de noche en Reino Unido, bajamos altura para acercarnos al final del viaje, pero se comienzan a visualizar una serie de graffitis en algunos edificios de la ciudad. Bristol es una de las localidades más culturales enfocadas al arte callejero. Es la cuna de unos de los artistas anónimos más famosos a nivel mundial. ¿Su nombre real? Nadie lo sabe, pero su nombre artístico lo conoce todo el mundo, el polémico artista popularmente conocido como Banksy.
A lo largo de la ciudad, sin hacer divisiones entre barrios, sus obras de arte son fotografiadas por miles de turistas, tanto por su originalidad como por la crítica política, social y filosófica que ocultan sus obras pintadas en spray. El grafitero comenzó a modificar el aspecto de la ciudad a principios de la década de los noventa. Entres sus obras más icónicas encontramos The Mild Mild West (1999), donde se observa cómo un osito de peluche ataca a la policía como símbolo de represión policial, o la controvertida Well Hung Lover (2006), una pintura que representa la infidelidad de una mujer hacia su marido, mientras el amante se encuentra colgado de una mano en la cornisa de la ventana. Esta obra de arte causó cierto revuelo porque intentaron destruirla, años después, arrojando un bote de pintura azul por encima.
Escena underground
Descendemos y los transeúntes comienzan a volver a tener forma humana. Nos acercamos al barrio más cultural y underground, conocido como Stokes Croft. Entre el gran batiburrillo de personas encontramos individuos disfrazados con miles de capas de purpurina sobre el rostro, estampados imposibles, plataformas a lo Lady Gaga, gente bailando música techno en las puertas de una tienda de segunda mano. Todo vale. Un contraste enorme con el barrio adinerado de Clifton, consolidando a Bristol como una ciudad ecléctica, un peculiar lugar formado por diminutas ciudades y no diferentes barrios, donde las fronteras entre unos y otros son totalmente invisibles. Nadie mira al de al lado. Cada uno se expresa como quiere.
La llamarada del globo se está apagando. Ya siento el césped, prácticamente negro por la oscuridad y tremendamente frío, bajo mis pies. Aunque sea agosto, la temperatura máxima no supera los doce grados. He conocido Bristol sin palparlo, como un pájaro preguntándose dónde aterrizar. Ahora que ya he llegado, comienza una nueva experiencia en una de las ciudades más curiosas de Europa.