BODA PRIMAVERAL EN LOS BALCONES DEL TEATRO REAL

Medios rostros de Jacob, Bella y Edward con color de ojos diferentes

Era una tarde primaveral, y faltaba todavía una hora para la boda cuando los invitados ya empezaban a llegar. Querían ver bien a la novia y, venidos de Londres, de Roma y de París, de Japón y del mismo Madrid, se apresuraban a tomar asiento en las sillas que el Teatro Real había dispuesto para el esperado evento. Pues en sus balcones se casaban, a través de una pantalla gigante y en directo, nada más y nada menos que Fígaro y Susanna, interpretados por las magníficas voces de Pietro Spagnoli y Aleksandra Kurzak, que deleitaron a los que el pasado sábado acudieron al centro de la ciudad para ver Le nozze di Fígarode forma totalmente gratuita. Una iniciativa del Teatro Real para acercar la ópera a todos los públicos una vez más.

Dada la trascendencia del acontecimiento, era de esperar que los palcos de la Plaza de Oriente estuviesen a rebosar. Los más previsores llegaron con su silla plegable de casa, escarmentados de haberse quedado sin sitio otras veces. Era imprescindible encontrar un buen lugar. Un asiento desde donde ni farolas, ni paraguas, ni pamelas, ni foulards, pudieran impedir a caballeros y damas leer el libreto de Lorenzo da Ponte en la gran pantalla. Y un lugar, a poder ser, donde protegerse de las picaduras del sol hasta que se aproximara más aquella nube negra que, escondida tras el teatro, amenazaba con descargar. Mientras tanto, cervezas frescas, abanicos y tarrinas de helado servirían para calmar el bochorno a los invitados.

De repente, los convidados abandonaron sus lecturas –guías de viaje, periódicos y novelas de Javier Marías y Emili Teixidor –y se lanzaron sobre el acomodador, que había salido a la calle para repartir programas de mano y folletines de la nueva temporada. Plácido Domingo, Ricardo Muti, Marina Abramovic y Robert Wilson servirían ahora para que los espectadores que se habían olvidado la gorra improvisaran un bonito sombrero de copa.

“Aquí dejo un sitio libre –anunciaba una señora mayor mientras, toda sofocada, se levantaba, permitiendo a quienes esperaban de pie en el pasillo ocupar su lugar – ¡Hace demasiada calor!”

Los músicos de la orquestra empezaban a afinar y, desde la pantalla, se veía cómo los invitados más allegados –aquellos que habían pagado por entrar en la catedral –se empezaban a sentar.

“¡Que no! ¡Que esto está a petar, Fernando, que te digo que no aparques el coche! –chillaba por teléfono una mujer a su marido, para sobreponer su voz al “¡Paraguas, paraguas! ¡Vendo paraguas!” de una vendedora nómada –Que es que vale más verlo por televisión, ¡que aquí hace demasiado calor!” Por televisión, a través de la plataforma Palco Digital, o, si lo prefieren, este lunes día 6, en directo, en cines de toda España y Europa. “Además, con el reflejo del sol casi no se ve la pantalla, y el sonido no sé cómo será…” –“¡Paraguas, paraguas! ¡Vendo paraguas!”

Fígaro y Cherubino en una escena de 'Le nozze di Figaro'La paragüera ambulante se calló, y la genialidad de Mozart, de la mano del director de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Víctor Pablo Pérez, se escuchó sin inconvenientes. La pena fue que el sol obligara a fruncir el ceño a los asistentes y no les dejara distinguir del fondo los ilegibles subtítulos ni disfrutar debidamente de la que se intuía maravillosa puesta en escena de Emilio Sagi.

Pero esta situación cambiaría cuando llegara a la boda el invitado que siempre se cuela. En este caso, aquella nube negra que se posó sobre el auditorio para descargar un chaparrón durante el segundo acto. La Plaza de Oriente quedó anegada, pero ello no impidió que no pocos valientes se quedaran a ver, entre risas, cómo la Condesa (Annette Dasch) y Susanna disfrazaban de mujer al joven y apuesto Cherubino (Alessandra Marianelli). Desafiaban a la lluvia con bolsas de plástico, con paraguas, con impermeables o aguantando sobre sus cabezas las sillas que habían quedado vacías.

“Ya la podrían parar…” –proponía una de las resguardadas bajo el desbordado portal del Teatro Real, olvidándose de que, mientras no les entrasen goteras dentro, la función siempre debe continuar. Algunos de ellos ya pensaban en cambiar de plan: “Si es que, aunque amaine, allí ya no nos podremos sentar…” Unos se fueron, pero otros tenían claro que se iban a quedar hasta el banquete final: achicaron el agua de las sillas inundadas, les pasaron un pañuelito por encima y se volvieron a sentar.

Querían dar su enhorabuena a los novios, y lo hicieron con un fuerte, caluroso y rosado aplauso primaveral.

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