Stéphanie (Marion Cotillard) y Alí (Matthias Schoenaerts)
En un mundo donde la concepción de belleza ha dado un giro de 360 grados y modelos como Aimee Mullins pueden presumir de poseer los 12 pares de piernas intercambiables más sexys del planeta o cambiar de estatura a su antojo, para envidia de sus compañeras, ¿por qué no hacer una versión de la Bella y la Bestia 2.0, donde la princesa esté mutilada? En De óxido y hueso, la hermosa dama es Marion Cotillard, una sirenita Ariel a la que una orca asesina arranca las extremidades inferiores, y el monstruo es Matthias Schoenaerts, un ex boxeador reconvertido en portero de discoteca a cargo de un hijo al que apenas conoce, ambos soberbios intérpretes del último film de Jacques Audiard.
Está claro que el realizador galo siente una fuerte atracción por los personajes con dificultades sociales puesto que ya enamoró a un ex presidiario con una oficinista sorda en Si lee mis labios, o trató las aventuras carcelarias de Malik en la aclamada cinta Un profeta. En su última historia, construye y derrumba dos personajes rotos, perdidos, que por crueles giros del destino, pasan de ser dos extraños de planetas incompatibles a casar como dos piezas de puzle perfectas. Es una historia de dependencia, sexo, violencia y brutalidad pero no tanto de superación, porque es tras el accidente, cuando Stéphanie abandona su insatisfecha vida para renacer con un alma renovada pero bajo una apariencia imperfecta. Una interpretación que ha devuelto a Cotillard al cine de su país natal, y ha limpiado su nombre de la muerte más bochornosa jamás vista en la entrega final de Batman, dirigida por Christopher Nolan, que ha generado más de una parodia. Aquí se reafirma como una excelente actriz y demuestra que da la talla cuando hay una buena dirección de por medio. Por su parte Schoenaerts se impone como peso pesado y como nuevo hallazgo para todos aquellos que no le descubrieron en Bullhead. Impasible, violento, salvaje, tozudo y con instintos más propios de un animal que de un ser humano, borda el papel con una paradójica delicadeza. Tal vez por ello, Audiard le escogió a él, y no a un desconocido de algún gimnasio de mala muerte, del mismo modo que ha encandilado a Guillaume Canet, marido de Cotillard, para su próximo proyecto.
De óxido y hueso no es un pastelón romántico al uso, ni cae en romanticismos baratos, es el retrato de dos amantes por conveniencia que al final se aman porque, como se suele decir, el roce hace el cariño. Quizás no sea la mejor película de Audiard, pero es un trabajo lleno de luz donde descompone la materia de la que estamos hechos los hombres.