‘Barbara’: la mímesis definitiva

Jeanne Balibar, en Barbara.
Jeanne Balibar se funde en la piel de la mítica Barbara.

Homenajear a grandes estrellas del mundo del espectáculo es algo a lo que el cine viene dedicándose desde tiempos inmemoriales. El homenaje, sin embargo, no siempre se ejecuta en la misma dirección. En ocasiones, se prioriza el trazo psicológico del personaje. En otras, se pone por delante alcanzar la máxima similitud física. Calcar los movimientos, la gestualidad, la forma de moverse. Hay ocasiones en las que la brillantez de los proyectos permite alcanzar ambos objetivos de manera simultánea (como es el caso de la fantástica Jackie, de Pablo Larraín). Barbara, de Mathieu Amalric, se adscribe más al segundo. Se dedica en cuerpo y alma a que Jeanne Balibar se transforme en la mítica estrella de la chanson française del siglo XX.

Amalric, que debutó como cineasta sin excesivo éxito a finales del siglo pasado, no llegó a abandonar nunca su vocación autoral, pese a entregarse, durante muchos años, en mayor medida a la interpretación. Es difícil olvidarse de su personaje en Munich, donde interpretaba a aquel misterioso soplón capaz de aparecer y desaparecer sin dejar rastro. Igualmente difícil es sacarse de la cabeza su interpretación en La escafandra y la mariposa, donde se metió de lleno en la piel de Jean-Dominique Bauby, el exeditor de Elle que pasó los últimos años de su vida prácticamente inmóvil. Recientemente se ha consumado su regreso a la dirección y, tras el relativo éxito de El cuarto azulBarbara se ha convertido en su quinto largometraje.

Bajo la piel de esta cinta se encuentra la enorme fascinación del autor por el personaje que retrata. Amalric ha construido una obra extraordinariamente laudatoria, que se recrea con deleite en los excesos de Barbara, aquella cantautora víctima de su propio tiempo, a la que dibuja como una estrella llevada hasta las últimas consecuencias del término: desorientada, mistificada por sí misma, delirante y, sobre todo lo demás, profundamente solitaria. En su caricatura consigue que el espectador sienta esa clase de pena mezclada con admiración que solo son capaces de suscitar esas estrellas casi ficticias, que difícilmente podrían pertenecer al mismo plano de realidad en el que nosotros, los mortales, nos debatimos con la rutina todos los días.

Mathieu Amalric y Jeanne Balibar.
Mathieu Amalric dirige ‘Barbara’ con devoción rotunda por su personaje.

Para ello, Amalric se aferra a su gran arma: una superdotada Jeanne Balibar que es capaz de camuflarse bajo la escamosa piel de Barbara, que se escurre entre los poros de su presencia. Uno ve a la actriz francesa y no tiene dificultad alguna para pensar que la que está ahí es la cantautora, desplazándose en el tiempo como solo lo pueden hacer aquellos que son inmortales. La película viaja así, como un retrato trasnochado de los días de una mujer abandonada al desvarío, consumida por la creencia de que su condición la separa de todos los demás de una forma inexorable.

Forma definida, narrativa difusa

El planteamiento formal de Amalric está claro: busca infundir a su cinta cierto onirismo, el mismo con el que él imagina la visión del mundo de Barbara, y ello produce en el espectador una sensación de desconexión extraña pero atractiva. Es evidente que el producto que está contemplando es víctima de la sobreproducción, pero también queda bastante claro que es ese despilfarro de color, de decadentismo visual y maquillaje desbordante, el que imprime a la película el carácter que busca su director.

De todos modos, su debilidad se encuentra en su forma de diseñar la narrativa de la cinta. El planteamiento episódico de la misma, basado más en exhibir los descontroles de su personaje que en construir un contexto y una realidad que vincule al espectador a la historia, potencia su expresionismo pero la despoja de continuidad. Y así va avanzando sobre sí misma, sostenida en la virtuosa interpretación de Balibar, recientemente proclamada mejor actriz en los Premios César, y sin ayudar a aquellos que desconozcan la leyenda de su personaje a entender cómo es posible que esa mujer haya alcanzado tal nivel de desinhibición existencial.

En definitiva, podemos referirnos a Barbara como un biopic de relativo interés, en tanto trabaja hasta la extenuación para alcanzar la mímesis definitiva entre Balibar y su personaje, pero que no acaba de cuajar en el plano comunicativo: no tiene claro qué es lo que quiere contar, más allá de saber de sobra de quién quiere hablar. Ese dequilibrio, a la postre, lastra una película que no por ello pierde por completo el toque diferenciador que le otorgan su valiosa puesta en escena y sus riesgos de concepción.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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